Olga Harmony
La curiosidad mató al gato

Y el tedio al teatro. El tonto pareado anterior va muy de acuerdo con cualquier cosa que se quiera decir de Fausto o La curiosidad mató al gato, el nuevo espectáculo de Carpa Theater, grupo fundado por el mexicano Miguel Angel Gaspar en Viena, en 1987, y que ya había traído a nuestro país alguno de sus muy prescindibles montajes, llamado Memoria. Ignoro si reanudarán temporada al regreso de las vacaciones, pero lo importante es por qué goza de tantos y tan poco merecidos apoyos, por lo que no me parece arbitrario referirme a él, porque ejemplifica un par de cosas, de modo extemporáneo.

No siempre podemos estar todos de acuerdo con los apoyos que otorga el Fonca, así sean concedidos por un jurado de pares de los propios artistas favorecidos, lo que es natural, porque no se puede satisfacer a todos. Tampoco podemos ignorar que un buen proyecto puede dar un mal espectáculo, por lo que los jurados no están libres de error al aceptar algunas propuestas. Quizá en estos momentos en que los niños nacen con una deuda bajo el brazo, todos debamos ser más cautos con los dineros públicos y que se deban apoyar obras y escenificaciones de buena factura y que aporten algo. Pero este es otro problema y a no mediar tanto impulso que las instituciones austriacas le han otorgado, el montaje que me ocupa no pasaría de ser uno más de los que no cuajaron en el historial del Fonca.

El grupo dirigido por Miguel Angel Gaspar se jacta de involucrar a teatristas de diferentes nacionalidades en proyectos comunes. No tiene nada que ver con las ideas de Eugenio Barba, que podría parecer el aire más cercano a la propuesta. Cabe preguntarse, entonces, si acaso existe algún tipo de elaboración teórica detrás del teatro que hacen y yo me temo que no hay tal y por tanto no existe la praxis, porque reunir a actores de lenguas diferentes -con lo que algunos se tropiezan en su dicción del español- no parece razón suficiente. No hay solidez dramatúrgica, ni escénica o actoral. Es verdad que los actores gozan de un buen entrenamiento corporal, pero su gestualidad no crea metáforas, no se encamina más que a recitar de cabeza lo que es la ley. El grito sustituye al matiz, la acrobacia a la actuación, a pesar de que en el reparto para México se encuentra Claudio Valdés Kuri, quien ha merecido tantos elogios por su dirección de Beckett, de Anouilh.

Temáticamente, es tan confusa que resulta imprudente. Ignoro cómo sea el comportamiento de los muchachos en Viena, pero entiendo que en México y en otras partes una gran porción de la juventud ha perdido la curiosidad intelectual, por lo que mostrarla como algo peligroso o que siempre lleva al fracaso no es lo mejor que se pueda transmitir a los espectadores. Mucho me temo que sea una obra ``juvenil'' muy al estilo de esas películas de los estudios Disney (y la cabañita en el bosque que representa la escenografía me reforzó un tanto la idea) o que trate de pasar por serlo, en vista de la edad promedio del público asistente que muy probablemente fue enviado por algún entusiasta profesor, ya que los personajes leen interminablemente enciclopedias, es decir, ``transmiten conocimientos'' -pienso que muy rápidamente olvidados- acerca de muchas cosas; la idea de lo que los adultos entienden como apropiado para los muchachos sigue siendo algo muy deprimente. Los muy bien portados espectadores juveniles a lo mejor no llevan dentro ``ese espíritu fáustico'' que se supone todos portamos, pero no son tontos sin remedio. La bobería de lo que ocurre en escena no los mueve ni a la risa ante los chascarrillos con que se salpica ese esfuerzo por saber de un grupo de zonzos sin entrenamiento y que va desde el estudio de las arañas hasta la construcción de un aparato lleno de foquitos que es una máquina del tiempo con la que esperan ganar una beca Conacyt, lo que sin duda arrancará una risita a los profesores bien enterados.

Perdón por escribir en estas fechas en un tono tan poco navideño, pero hay muchas cosas que nos impiden tener a plenitud la paz. Una de ellas es lo que se hace con nuestras universidades y sus estudiantes. A esos muchachos (y a todos) que los profesores envían tan indiscriminadamente al teatro, habría que decirles que la curiosidad sin ton ni son no lleva a nada, pero que cuando está bien encaminada hacia el sólido conocimiento nos puede hacer mejores, más libres, más alertas y críticos.