En México no estamos acostumbrados a que la justicia afecte el mundo de los políticos, personajes que están casi siempre protegidos por una burbuja de impunidad; sin embargo, en otros países la justicia suele ser un ámbito delicado para la vida pública de los políticos.
En estos días, dos hombres tienen que rendir cuentas ante la justicia: en un caso se trata del viejo ex dictador chileno Augusto Pinochet, símbolo del despotismo más cruel que se haya dado en América Latina. Hace algunas semanas se topó con la justicia lejos de su país, y en una estancia médica en Londres de pronto tuvo la desagradable sorpresa de enfrentar un proceso de extradición a España, en donde el juez Baltasar Garzón presentó un nutrido expediente criminal en su contra (asesinato, secuestro, tortura) y desde entonces se inició un litigio sobre el reconocimiento o no de su inmunidad diplomática para ver si procede la petición española.
El otro caso es del presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, quien se encuentra en camino de un juicio político por los cargos de perjurio y obstrucción de la justicia; una vez que la Cámara de Representantes aprobó la decisión de juicio en su contra, el Senado tendrá que decidir si destituye al presidente o permite que termine su segundo periodo.
Las noticias sobre la posibilidad de juzgar a Pinochet han causado alegría en casi todo el mundo civilizado, como un ejemplar triunfo a favor de la defensa de los derechos humanos. El caso ha tenido varias vueltas porque después de que la Cámara de los Lores decidió que sí procedía la inmunidad diplomática, posteriormente un panel judicial decidió por mayoría desconocer la inmunidad y luego el ministro del Interior, Jack Straw, autorizó el procedimiento de extradición; un poco más tarde se impugnó la decisión porque supuestamente uno de los lores tiene ligas con Amnistía Internacional, con lo cual se regresó al punto inicial. Este caso demostró que la famosa transición chilena sigue incompleta mientras no se haga justicia. Tan frágil es la transición chilena que este caso representó un fuerte golpe al actual gobierno. El argumento de que Pinochet debe ser juzgado en Chile resulta lógico, pero cuando se revisan las condiciones que el mismo ex dictador impuso para asegurarse su impunidad, resulta que no hay condiciones políticas ni constitucionales para que así sea.
El presidente Clinton enfrenta un juicio político que lo puede llevar a la destitución. La extraña mezcla entre sus propias debilidades y una fuerte campaña en su contra por parte de sus enemigos políticos, prácticamente lo tiene en la frontera de dejar la presidencia. Sin la última escalada en Irak, un intenso y absurdo bombardeo de tres días, cuyo guión es casi igual al de la película Escándalo en la Casa Blanca, la imagen de Clinton estaría mejor equipada para defenderse; pero con la guerra esta presidencia entró a formar parte de una trama en la que se confunde la ficción con la realidad, porque hacer una guerra en la víspera de un juicio político, sin duda puede ser un buen argumento de indulgencia.
El escándalo Clinton está revestido de un carácter absurdo, pero al mismo tiempo, expresa la forma en que las reglas judiciales son un arma más de la lucha política de los intereses que se juegan entre los grupos de poder en Estados Unidos. En ese país se pueden dar el lujo de hacer una guerra y, al mismo tiempo, juzgar a su presidente, sin que la vida institucional sufra grandes afectaciones, tal vez ésa sea la diferencia con las democracias latinoamericanas, como la chilena, en donde un posible juicio a su ex dictador puede cimbrar la estructura política de arriba hasta abajo.
Por lo pronto, será necesario moderar las expectativas y el gusto por las posibilidades del juicio contra Pinochet y esperar los resultados del laberinto de la justicia inglesa; por otra parte, también veremos en los próximos días de qué forma se destruye la presidencia de Clinton, un presidente cada día más popular, cuyo mayor problema no fue la imposibilidad de sacar adelante la reforma a la seguridad social, sino haberse equivocado al escoger a sus amantes. La justicia tiene expresiones paradójicas.