Viajar es la forma más feliz del conocimiento: Martín del Campo
César Güemes Ť Un proyecto literario que abarcaba desde el presente hasta el año 2015 se le convirtió a David Martín del Campo en un libro, Tu propia sombra (Joaquín Mortiz), que contiene dos de las doce novelas originalmente planeadas, Los amantes de Kim y La Bamba. La teoría de sus obras como ventanas de una misma casa que ofrecen distintos panoramas, toda vez que el autor a cada nuevo volumen encuentra un registro distinto, es parte central de la plática con él.
-Hable de la forma de novela corta, que en estos dos casos ejerce muy claramente.
-Es un problema de contención, pensando en que vas a narrar una historia que abarca mucho más que un relato, pero en la que no te puedes permitir superar las 150 cuartillas. Siempre se tiene presente el problema de la extensión, lo cual requiere una estructura precisa y que obedezcas el proyecto. Puede suceder que se desboque la novela, como me ocurrió con el tercer caso. Este libro en principio contenía tres historias, en la otra me desboqué al grado de que el editor decidió publicarla aparte.
Corredor de distancias largas
-De modo, pues, que su obra está pensada arquitectónicamente. Hay diseño.
-Alguien dijo que mis novelas eran como edificaciones. Lo que pasa es que sufro mucho con lo que llamo elaborar el guión. Así que cuando inicio el trabajo sé lo que ocurrirá a lo largo de la historia, aunque siempre los personajes hacen sus propias locuras. Intento tener un control desde el inicio.
-¿Cómo es el proyecto de varias novelas cortas?
-Se trataba de hacer 12 obras cortas, que se llamaran Sinfonía México, y cada una obedeciera a una canción mexicana. Pero me empezó a ocurrir que las novelas cortas se alargaron y el proyecto se deshizo. Tomé las que podían ser efectivamente breves y que las demás tuvieran su propia extensión. La idea original se desajustó y creo que para bien: ¿cuándo iba a terminar ese libro de doce novelas cortas? Para el año 2015.
-¿No le parece que era un trabajo excesivamente ambicioso?
-No había editor que me aguantara, y para el 2015 ya ni libros habrá. Era ambicioso, pero se me hacía muy interesante.
-Insiste por fortuna en estas dos nuevas obras en sacar a las historias del centro de la República, aquí hay de plano norte y sur.
-Cuando hacíamos el trabajo de edición me di cuenta de que correspondían a planos complementarios pero opuestos. Durante mis años de adolescencia y luego como reportero me preocupé mucho de viajar por el país, era un peregrino. Cuando cumplí 21 años ya conocía todo México. Entonces, he guardado muchas historias vividas en carne propia o que he visto, y son el contexto de mi literatura. Me inquieta mucho narrar viajes, porque pienso que viajar es la forma más feliz del conocimiento.
-Por algo más que lo editorial, Los amantes de Kim y La Bamba, ¿requerían de ser publicadas juntas?
-Bueno, publicarlas solas harían de ellas libros breves. Ese tipo de ediciones algunas veces engañan al lector. La propuesta fue que editáramos estas dos juntas o la tercera sola. Quise que fuera primero este par porque las escribí antes y aquí se concentra lo que es el proyecto original: dos canciones que hablan de dos regiones del país.
-Hay un ritmo suyo que implica el trabajo incesante. Ahora tiene la beca de creadores. ¿Esto lo obliga a ser más productivo?
-No precisamente. Lo que hago menos mal es escribir novela. Con el cuento siento que me estoy forzando. Disfruto la escritura, no la preparación de las historias. El ritmo que llevo es más o menos de una novela cada año. No todos los lectores me siguen, pues a veces descubren alguna obra mía nueva y buscan lo anterior. Soy, entre comillas, un corredor de distancias largas, ya no lo fui de distancias cortas y lo que importa es resistir, porque el maratón es de más de 42 kilómetros. Hay lapsos más gozosos que otros, pero hay que permanecer.
Investigar para escribir
-¿Qué tan distinto es del que escribió Alas de ángel?
-Esa novela respondía más a un proyecto ligado a la historia. Es una novela histórica, es decir, es una novela en la historia. Luego de ella siento que me desligué un poco de esa obsesión, suelto más a los personajes. Claro, hay un contexto pero no es más que un escenario temporal. Además, volví a escribir a mano, que es una experiencia que había abandonado.
-¿Encontró alguna diferencia perceptible? Sería por ahora uno de los escasos ejemplos de un escritor que va al procesador de palabras y regresa.
-El amor y el arte se hacen con las manos. La redacción de artículos periodísticos se trabaja directamente a la máquina, porque la rapidez así lo precisa. Pero el arte requiere del lápiz, del cincel, de los pinceles. Por otra parte, con excepción de dos novelas previas a estas nuevas, todas las hice a mano. Frente a la computadora sentí que era algo frío, tramposo. Corregía sobre la marcha, pero perdía la facilidad de hacer enmendaduras sobre lo escrito. Por si fuera poco, tengo pudor para llevar mi ordenador a las cafeterías, donde casi siempre trabajo. De forma manuscrita es como me enseñaron a escribir en la escuela.
-Hay lectores que todavía esperamos más obras del corte de Alas..., que hacen pasar por verdades asuntos imaginarios.
-No voy a hablar de la novela que queda pendiente, y que está inscrita en ese género, pero sí puedo decir que debo darme un respiro.
-¿No lo inquieta, aunque escriba, que unos libros los haga resposando de los otros?
-No, porque son momentos de la vida, son ventanas de una misma casa que no tienen por qué ser iguales, apuntan hacia otros escenarios y son necesarias para la expresión. No me gusta encajonarme.
-Y quizá para las novelas más libres también realice una indagación, no necesariamente de historia.
-En cada libro te vuelves un especialista. Es una manera de no abandonar los estudios. Te actualizas en ciertos temas y normas. Si uno se aboca a estudiar una sola cosa durante un par de meses, se puede volver especialista en el rubro de los esclavos negros del siglo XVII o en los pescadores del Golfo de México en los años sesenta. Muchas de esas lecturas quizá no te den datos precisos para tu obra, pero sí te sirven para contextualizar y darle verosimilitud a la narración. La verdad es que siempre estás investigando algo. Si un día dejas de investigar, es muy posible que dejes de escribir.