Regresó del infierno el Jaguar, príncipe de las voces que gruñen
Mónica Mateos Ť Cuentan las voces del viento que una noche de invierno Barum, el Jaguar, resucitó. Entonces tuvo miles de seguidores que se unieron a su rugido, lamento de fuego que se derramó durante dos horas y media, que parecieron dos siglos o más.
Barum, Balam o el recién llegado del infierno, Saúl Hernández, el caifán renombrado príncipe de las voces que gruñen, volcó generoso sobre sus fieles su dicha de volver al escenario, durante el concierto que convirtió al sábado 19 de diciembre de este penúltimo año del siglo en la fecha inolvidable de la resurrección del Jaguar.
Las lágrimas se mezclaron con chorros incandescentes de música cuando, justo a las 20:30 horas, estalló el tema Será por eso, precedido por los cuatro elementos: el viento de la flauta de caña, que marcó la pauta para iniciar el concierto; el fuego de decenas de veladoras que iluminaron a Saúl y sus rolas; el color agua de mar que cayó en haz de luz sobre los músicos, y la tierra firme donde ahora marchan los pasos del cantante.
``Mira cómo te ha dejado esta vida, antes de que pienses que vas a enloquecer'', entonó la voz recién nacida del jaguar, mientras en las cinco pantallas gigantes que cercaron el proscenio un anciano campesino sonreía chimuelo, para dejar paso libre a las escenas de perros callejeros y sarnosos, viejitas indigentes, abuelas teporochas: ``mira que la vida no es eterna'', cantaba Saúl.
Feliz, alimentándose del rugido de sus fieles cachorros, el rockstar no dejó de agradecer al público ``por estos diez años, porque ustedes son los que lograron que esto esté pasando; yo soy simplemente un pretexto, contémonos nuestras vidas para estar juntos''.
Luego vino el video de la banda en el mercado del Chopo, unos chemos, otros en el slam, pero todos con la sonrisota a flor de labio y la energía a tope: ``¿Por qué no puedo desgarrarte la piel?'', se oyó en las infaltables canciones Dioses ocultos y Dime jaguar.
El público, entre quienes se encontraba toda la familia de Saúl, Cecilia Toussaint y hasta el ex bajista de Police, Stwart Copland, enardecido, lanzó lo mejor de su repertorio de mentadas¡ e insultos cuando el jaguar mayor dio la pauta y dijo: ``en este país no existe la libertad de expresión. Todos los del gobierno son unos hijos de su chingada madre. En la calle tu eres libre, es tu reino, no lo pierdas; cantemos esta rola dedicada a nuestra represión'', y se echó El comunicador, aquella que dice: ``tiene una óptica cuadrada, desconecta la razón'' y que, según los fans, está dedicada a Jacobo Zabludowski.
Luego, el guerrero felino arremetió con una rola, ``para no olvidar Aguas Blancas ni Acteal'', que empezó con el video de una entrevista a un abuelito en Zócalo, quien aseguró que ``este gobierno no sirve para nada, es un asesino y una rata mugrosa''.
Lluvia de chiflidos, brazos levantados para dibujar en el aire lo más obsceno de la colección de rudezas mexicanas, cuando en las pantallas aparecieron fotografías en blanco y negro de Carlos Salinas (en caricatura, que es su mejor retrato), Luis Echeverría, José López Portillo, Miguel de la Madrid, perros callejeros cogiendo, Guillermo Ortiz, Oscar Espinosa, Emilio Chuayffett, Rubén Figueroa hijo, perros rabiosos peléandose por un hueso, Porfirio Muñoz Ledo, Diego Fernández de Ceballos, Cuauhtémoc Cárdenas.
Una voz maciza
El Palacio de los Deportes estaba convertido ya en el templo, y el ritual de resurrección había llegado a su clímax. Las cuerdas vocales de Saúl, como nuevas, como si nunca hubiesen sido tocadas por el mal, dejaban salir una voz maciza: ``todos estamos evolucionando; juntos llegaremos a otro nivel, mucho más alto del que ahora estamos'', y luego el jaguar presentó el siguente tema, El silencio.
Y le cantó a los amores imposibles, ``que son los que duran toda la vida'', e hizo explotar las células de más de uno con aquello que dice: ``hay veces que no tengo ganas de verte, hay veces que no quiero ni tocarte, hay veces que quisiera ahogarme en un grito y olvidarme de esa imagen tuyaÉ pero no me atrevo'', y concluyó: ``¡arriba México, chingao!''.
Balam, Barum, el jaguar resucitado, invocó al viento, acompañado por el aliento de miles que, como él, pidieron: ``préstame tu peine y peíname el almaÉ tiempo, detente muchos años, vientoÉ amárranos''. Se arrebató de las guitarras, bajo y bateria hasta la última gota de música en un aquelarre de espíritus en celo o, como bien dijo Saúl, de ``gatos que maúllan hasta exprimir su vientre''.
Con nuevos arreglos, las rolas que interpretaron Los Jaguares, recordaron a los presentes no sólo la época de Caifanes (pues hasta se aventaron la puntada de ponerse sus legendarias pelucas punks1/i> al interpretar Mátenme porque me muero), sino aquellos prehistóricos años cuando, llamados Las Insólitas Imágenes de Aurora, cantaban Dervini, ojo de venado.
Saúl, hecho un sol, no sólo por la magia del video que regalaba suculentos close ups de sus labios, sino por el conjuro de la euforia de sus fans, jugó como niño y gozó -con su cuatísimo Sabo Romo- el escenario que, si bien alguna vez lo hundió en las tinieblas de las drogas, ahora lo devuelve a la luz para romper solamente las cuerdas de su guitarra.
``A todos los carnales que se rompen la madre para que estemos aquí, vamos a darles un aplauso'', dijo antes de seguir con el infinito derroche de música y emoción: ``y sin embargo aquí estoy, no me voy, vivimos juntos en infiernos mutuos, vamos a flagelarnos para querernos''.
Casi dos horas y media habían pasado, o dos siglos, o más, y la voz del jaguar-caifán Balam-Barum seguía fresca, como venida de detrás de los cerros, a veces como lamento, a veces como rugido, pero siempre abrazando y augurando buen tiempo. ``Muchos años uno cree que el caer es levantarseÉ afuera tu no existes, sólo adentro'', cantó sacudiendo su larga cabellera rizada, los tatuajes de sus brazos, el flaco cuerpo lleno de vida nueva.
Siguió con Miércoles de ceniza y su recomendación ``que no es choro'': ``tomen conciencia de que la Selva Lacandona está valiendo madres; hay que protegerla y salvar lo que es nuestroÉ Hay mucha luz aquí, una energía impresionante, el tiempo no existe''.
Y el tiempo se volvió tremolar de oídos y sangre, y luego vibra que habrá de perdurar dos siglos, o más, cuando agotados, sordos y roncos, pero satisfechos, todos los presentes despertaron del hechizo en el que ofrendaron un chorro de energía para consumar la resurrección del Jaguar.