La ley de Herodes, una fábula sobre el poder y nada más: Luis Estrada
Raquel Peguero Ť Después de seis años sin filmar, Luis Estrada regresó a los sets para realizar su cuarta producción, La ley de Herodes, que fue rodada en locaciones de Puebla y en los estudios Churubusco. Actualmente se encuentra en posproducción. La cinta es ``una fábula sobre el poder'', cuyo guión Estrada trabajó durante 24 meses ``sin parar'', a veces solo, en otras acompañado por Vicente Leñero y Jaime Sampietro, con cuya ayuda logró que la historia quedara como la quiere contar. ``Es muy entretenida y la gente se va a divertir. Se verá parte de los sucesos que vemos todos los días, aunque contados en otro contexto y en otra época''.
Protagonizada por Jesús Ochoa, Blanca Guerra, Pedro Armendáriz, Daniel Giménez Cacho, Damián Alcázar, Ernesto Gómez Cruz y Leticia Huijara, el filme cuenta la historia del encargado de un basurero municipal de Delicias, Chihuahua, que en 1949 es enviado como alcalde interino a un pueblo lejano de la sierra Tarahumara. Ese personaje siempre ha anhelado el poder y cree que con ello su sueño se ha hecho realidad, pero no es así, porque los pobladores de la localidad están hartos de la corrupción: ``Esas son cosas que están ocurriendo todos los días -señala el director en entrevista-: abres el periódico y te sorprende ver la misma historia de todas las épocas''.
En su primera realización sobre un tema político, después de Camino largo a Tijuana (1988), Bandidos (1990) y Ambar (1992), Estrada (México, DF, 1962) considera que ``siempre ha sido tiempo para hablar sobre los problemas del país, pero en México durante años se le dio la vuelta a muchos temas; primero, porque existió una censura y, luego, porque muchos autores padecían una bestial autocensura. El terror que eso generaba le imprimía una mayor dimensión, que hizo que pocas veces en nuestro país se hablara del poder presidencial con nombre y apellidos. México, sin embargo, ha cambiado mucho; no me atrevería decir si para bien o para mal, pero es una realidad; hay una mayor apertura en todos los medios, aunque el cine no ha participado demasiado, todavía''. Eso no quiere decir, explica, que ésta sea una película de ``denuncia ni netamente contestataria. Es una fábula sobre el poder y nada más. Tampoco pretendo más con ella''.
Luis Estrada explica que originalmente la película llevaría por nombre La ley y la pistola, que para él resumía el uso y el abuso del poder. Empero, explica por qué decidió cambiarle el título: ``Se me ocurrió filmar Bandidos, que sí es un western, y ha hecho que en este país de las etiquetas exista un prejuicio, me quieran encasillar ahí, y se piense que siempre voy a querer hacer la misma película. La ley y la pistola, aunque el título lo sugería, no era un western desde ninguna óptica. No es que tenga nada en contra del western, pero lo mejor es no vender una pista falsa, porque esta película en particular es de tema político, y obedece a las cosas que ahora me preocupan más. Es un filme de género, una comedia de humor negro y una gran metáfora sobre el poder político en México''.
-¿Por qué la ubicas, precisamente, en 1949?
-Porque es cuando Miguel Alemán anuncia con bombos y platillos que este país se prepara para salir del retraso en el que lo han sumergido los anteriores gobiernos. La película es una metáfora de que todo es una gran mentira, en la que hemos caído cíclicamente, en los últimos ocho o diez sexenios. Alemán inauguró la política de los negocios y los negocios a partir de la política: la historia de ese alcalde, sacado de la basura para ir a un sitio donde nadie quiere ir y donde nadie lo respeta, hasta que entiende cómo se hacen las cosas. Así, el se va dando cuenta del deterioro del que va siendo parte, a través de que va descubriendo cómo usar y abusar del poder.
-El humor y la metáfora son dos elementos presentes en tus cintas anteriores, ¿cómo es la visión con que los enfrentas ahora?
-Es mucho más clara en cuanto a género, tono y estilo. Esta es una película muy mexicana, en términos de los arquetipos de personajes que hay en este microuniverso. Como las otras, está llena de referencias al cine. A la mejor a algunos les gusta y a otros no, pero estoy asumiendo un riesgo muy grande en cuanto al tono, porque se va a mover en un precipicio que, si logro dar, puede ser muy novedoso. Aunque en México se han hecho muchas películas sobre la corrupción, no han sido desde la óptica y creo que, con la claridad, con la que la quiero contar. He sido parte consciente de la apertura que se ha dado en este país: ahora sí hablemos de deschongarnos y destaparnos, y la película habla de ello, con nombres y apellidos, que es algo que no solemos hacer.
-¿Es un caso real o una ficción con nombres verdaderos?
-Es un caso tan real como que lo llevamos viviendo en el país en los últimos 70 años. Todo el mundo va a saber de qué estamos hablando: la historia es una ficción, lo que está relacionado con nombres y apellidos es el contexto en que se da. En 1949 ocurrieron cosas importantes para el país, desde la óptica del gran poder que surgió de la figura de Alemán. Es el primer presidente que no venía de la milicia, el cachorro de la revolución, que llega con un nuevo estilo y, en ese sentido, tiene muchas cosas identificables. Una de las primeras y traumáticas devaluaciones se dio en ese año; se habla de ello, pero también de este nuevo México que se trataba de perfilar. La película está ubicada en dos ambientes: uno, en el que se habla de los grandes problemas nacionales y, otro, que es esta pequeña realidad en la que ves que nada de lo que dicen que está pasando en el país afecta a la gente común y corriente, que es la que vive en este pueblo. Estamos frente a una gran puesta en escena, de un país que sigue con atraso y abandono en muchos de sus lugares. Eso tiene una gran actualidad porque, es evidente, que es cíclico. Es chistoso porque Miguel Alemán Jr, hizo un libro, después de que escribí el guión, que más o menos cuenta lo mismo.
-¿Buceaste mucho en la historia?
-Sí y no tanto, porque tenía claro el cuento. Esta contextualización de la historia sí la hice a través de una búsqueda intensa, con mucha investigación hemerográfica, y a través de los libros de (Enrique) Krauze. Los últimos fueron básicos, porque tienen, sin quererlo, este gran sentido del humor negro que ha sido la realidad política del país. Toda esa cantidad de frases célebres que han dicho los políticos, una tras otra, tienen un bestial contenido de humor negro, cuando los comparas con la realidad.
-¿Tomas la postura de Krauze o hay otra posición ideológica aquí?
-La mía sin lugar a dudas. No quisiera encasillarla con una definición, pero hay una posición clara sobre lo que opino del juego político mexicano. Lo que su- cede con las definiciones es que, cuando la gente compra un boleto, lo trata de leer a partir de eso, y los problemas son muy complejos para intentar definirlos desde una posición esquemática. Ahora, si quieres una definición, te diré que soy un liberal decimonónico.
-Tus películas las enmarcas en un ambiente especial, ¿tienes especial gusto por ello?
-Sí. Tengo especial fascinación por el cine de atmósferas; fui un vicioso ciné- filo; lo sigo siendo, aunque cada vez me gusta menos el cine que se hace en el mundo. Eso te va formando, y la decisión de crear estos universos particulares, en los pocos filmes que llevo hechos, obe- dece a que me gusta más hacer películas en donde pueda inventar todo lo que está enfrente, que reproducir un cine naturalista. Me divierte mucho más el dibujar personajes muy caricaturizados, con referentes a otras películas, pero donde yo defina los límites de lo posible e imposible, y dentro de ello, moverme. Eso sucede en La ley de Herodes: el pueblo lo construí, es muy mexicano, pero parte sólo de mi imaginación y sus límites son los que la historia pide, no la realidad como todos la entendemos. Por eso, me gusta crear estos mundos supercinematográficos -por llamarles de una manera- donde se encuentran referencias. A veces están muy obviamente, porque -tampoco me molesta decirlo- en este proceso de aprendizaje, de algún lugar uno tiene que sacar las ideas. Hace muchos años que nadie es cien por cien original.
-¿Las referencias las tomas porque dicen las cosas de la manera en que te hubiera gustado decirlas y sientes que no lo podrías decir mejor, o es sólo un juego?
-De todo. A veces lo he hecho como juego, en otras porque no he tenido más imaginación y mejor me fusilo algo que está hecho, pero sobre todo hago las películas que a mí, como espectador, me gustaría ver y no están hechas. Tampoco me vuelvo loco tratando de llenar de referencias, porque no es esa mi manera de concebir las cosas. De pronto estas escribiendo y descubres que eso se parece a algo, no sólo al cine mismo sino también a la literatura, y a veces, probablemente, a la televisión o al teatro. Estamos tan bombar- deados de influencias que hay veces que lo haces voluntariamente para ``homenajear'' y otras no es así: sale, porque forma parte de tu manera de ver el mundo. A veces tengo personajes que no los saco de las películas ni de la ficción sino de la vida real. Hay personajes que construyo en función de que se parezcan a alguien que conozco, un amigo o un enemigo.
-¿Qué te da más miedo al hacer una película?
-Que no sea entretenida. Mi mayor reto es que sea lo suficientemente interesante como para atrapar a un espectador. Debo confesar, de corazón, que sólo lo he conseguido por momentos, pero nunca en una película redonda. En ese sentido espero que ésta lo logre por el proceso de creación del guión, porque su majestad es la historia y todo está en función de ella, y éste es el que más he trabajado en mi vida.