¿Máquinas o estudiantes maquiladores a los posgrados?

La enseñanza tutoral

Jorge Hernández R.

El uso creciente de nuevos sistemas automatizados para la obtención y el análisis de datos experimentales, así como de programas computacionales y el acceso a las interredes, que facilitan y aceleran el intercambio de información científica, son fenómenos que contrastan con la disminución de la demanda de ingreso de estudiantes a los programas de posgrado para entrenamiento en investigación.

¿Tendrá alguna relación una cosa con la otra? Seguramente no. Pero cuidado, no vaya a ser que pronto las convocatorias para realizar posgrados de investigación inviten a máquinas y no a estudiantes, ya que estos escasean por falta de motivación y aquellas aumentan por necesidad o por esnobismo.

Paradójicamente, son estudiantes también quienes están a cargo de dichas máquinas, utilizadas para maquilar ideas y datos de aquellos tutores que malentienden su relación académica con ellos.

Pero, ¿qué cualidades o defectos de las máquinas o los estudiantes podrían competir por un lugar en el posgrado? Sin duda muchos. Las máquinas, por ejemplo, son muy rápidas para el análisis y desplegar gráficamente los cambios de una muestra sometida a examen por aparatos acoplados a sus programas.

Lo mismo podría decirse de prolijas cantidades de datos generados por investigaciones de campo, epidemiológicas o para información sobre perfiles o esquemas de comportamiento humano, animal o vegetal. Pero la circunstancia triste es que el acople a la máquina se hace a través del estudiante y por el estudiante durante horas y horas de maquila.

Por otra parte, una máquina no tiene -y no se le puede inducir- el desarrollo de un criterio científico comparable al que un estudiante adquiere en sus años de entrenamiento. Aquéllas, pues, son eficientes para el análisis, pero lo son menos para la síntesis y mucho menos o nada, en algunos casos, para la interpretación del significado de los datos. Tienen una gran capacidad de memoria y pueden almacenar datos de diversos tipos, sean o no de origen experimental, pero están aún seriamente limitadas en el manejo combinatorio de ellos.

Un estudiante o cualquier otro ser humano (lo que incluye a sus tutores y profesores) podrá tener una menor capacidad que las máquinas para almacenar series de informaciones concretas, pero su capacidad de combinarlas y correlacionarlas acertadamente para la solución de un problema es mayor, sin omitir que a nivel celular la capacidad de memoria y de combinar información codificada molecularmente aún no ha sido igualada.

Diversos sistemas moleculares del organismo, no sólo en el cerebro, tienen una probada capacidad computacional y pueden resolver algoritmos complejos en tiempos récord, como en el caso del DNA.

Pareciera pues, que no habría por qué preocuparse en esa virtual competencia entre máquinas y estudiantes, siempre y cuando el estudiante tenga acceso a ambientes de entrenamiento que respeten sus atributos y capacidades de individuo independiente tan pensante como cualquiera de los miembros del grupo de investigación al que ingresa, por experimentados que sean o aparenten ser, y se le reconozca como un colaborador y no como un accesorio más del laboratorio o del grupo que está ahí para la maquila de las ideas o los datos de otros, sin distinción con las máquinas y hasta con un número de inventario.

Y no es raro oír: ``Oye, se te olvidó tu estudiante en el laboratorio. Hay que sacarlo de vez en cuando al sol''. A pesar del sarcasmo, es en muchos casos cierta la posesividad, ya que existe la costumbre de referirse a los estudiantes como propiedades del tutor, adquiridos como parte del equipo de laboratorio, anulándolos como individuos y refiriéndose a ellos como: ``mi estudiante'' o ``tu estudiante''. Además, las largas jornadas dentro del laboratorio, en el bioterio, ante la máquina o el aparato, en la biblioteca, etcétera.

Está bien cuando es voluntario y obedece a la motivación e interés personales que el estudiante siente y considera ya como participación y colaboración en el tema y los proyectos de investigación. Cuando es así, hasta él mismo se pega el número de inventario.

Esas actitudes se parecen al concepto que se tiene del indígena, del que tantos defensores gratuitos han surgido ahora y siempre, a quien se trata como si fuera igual a la artesanía que produce: comprable, barata y decorativa, olvidando que es un individuo con criterio, capacidad, habilidades propias y hasta dignidad.

Aquellos que se jactan de formar estudiantes se olvidan de que también pueden deformarlos. Existen no pocos que se creen casi divinos y forman gente. Se les olvida que cuando es importante y necesario adquirir un conocimiento no se puede enseñar, y que el estudiante tiene gran capacidad de asimilar conocimiento, pero también de desasimilarlo.

El niño aprende a hablar y a caminar solo, inventa sus avances, inventa su propia sintaxis, su gramática y camina y habla tomando de los adultos los elementos que necesita para integrarse mejor. No aprende por obligación ni por tarea prescrita por sus tutores, aprende desplegando sus aptitudes dentro de una infraestructura adecuada.

Los tutores académicos no son ni deben intentar ser padres o propietarios del estudiantes: ``Te presento a mi estudiante'', no a mi colaborador, ``está haciendo la tesis conmigo'', en vez de ``está desarrollando su trabajo de tesis con nuestro grupo'', ``es que él, de esto, no sabe nada'', ``es que no piensa igual'', ``eso no lo puede decidir'', ``a esta reunión no puede entrar, es sólo de profesores''. ¿Quién garantiza que los allí reunidos sí piensen mejor, sí tengan criterio para decidir o sepan más?

La diferencia entre estudiante y tutor, si es que la hay, es sólo de tiempo: los conocimientos están siempre impresos y accesibles en algún lugar, no son propiedad exclusiva del profesor o del tutor. Y mucho menos se vale usarlos junto con la posición académica como chantaje para la presión o el desdén hacia el joven estudiante. Algunos estarán pensando que hay honrosas excepciones de tutores que no tratan al estudiante como un subproducto. Debe haberlas, pero si le preguntamos a los estudiantes, la duda resurge.

Siguiendo nuestra fantasía entre máquinas y estudiantes, la semejanza se fomentaría por aquellos que los usan sólo para la maquila de sus datos y sus textos, y así tener acceso a puntos y estrellitas otorgados por los sistemas oficiales, los llamados estímulos académicos para los investigadores, olvidándose de su carácter de colaborador que debe tener un lugar y una tarea que él mismo se ha ganado en el contexto de un proyecto y un grupo; por aquellos que sistemáticamente les atribuyen una sabandijez y una estupidez que sólo podría ser el reflejo de ellos mismos, y que cotidianamente les recuerdan que sólo los profesores pueden resolver los problemas difíciles, aunque en realidad algunos no lo hagan ni con los fáciles.

Y aquí otra paradoja: se nos olvida que de lo que investigamos sabemos poco o nada, igual que el joven que llega a colaborar en el grupo... Sin embargo, en no pocas ocasiones su falta de prejuicios le permite plantear preguntas o comentarios significativos perfectamente aplicables a lo que se investiga. Y para acabarla de amolar, al mecanismo de desmotivación de los jóvenes hay que agregarle el eficiente engranaje complementario del sistema oficial que los invita a participar en sus planes de crédito para que puedan realizar sus objetivos y devenguen después los intereses con creces, el grado a obtener: deudor de la banca oficial.

No creo que haya nadie, con el entendimiento bien ubicado, que no estuviera de acuerdo en que debemos cambiar las actitudes prepotentes y el trato vejatorio hacia los estudiantes. No tenemos por qué sorprendernos de la caída en las vocaciones para la carrera científica. Y aunque siempre hay quien diga que existen buenas intenciones y los sistemas formativos funcionan bien, es más por la bondad inherente de la juventud y las instituciones que por verdadera preocupación de los involucrados directamente.

¡Ojalá que las máquinas no los sustituyan en los posgrados! Es cierto que existen sistemas de investigación técnica y científica totalmente automatizados, muy eficientes en análisis de resultados, pero pobremente formativos que tampoco podrán, y hasta ahora no lo han hecho, sustituir las buenas maneras de la enseñanza tutoral.