Luis González Souza
Zorrillo al descubierto

¿Cuál zorro y cuál desierto? Más bien, zorrillo al descubierto: tontería que apesta pese a su encubrimiento. Esa es, a nuestro entender, una caracterización más honesta de la nueva guerra de Estados Unidos contra Irak, pomposamente denominada Operación Zorro del Desierto.

Astucia es el santo y seña de los zorros, del mismo modo que lo apestoso es el de los zorrillos. Inteligencia la hay de sobra en el pueblo estadunidense. No así; no más, o al menos no hoy, en la cima de su sistema político. Por eso hay un creciente divorcio entre la sociedad y la casta gobernante en Washington.

Y por ese divorcio hoy la gran potencia deambula entre la decadencia total y el declive pasajero; entre una política interior llevadera y una política exterior de plano dictatorial.

En 1991, la primera guerra de Estados Unidos contra Irak ya apestaba, mas no tanto como un zorrillo. La entonces llamada Operación Tormenta del Desierto tenía un móvil oficial muy discutible pero seductor: defender a Kuwait de la invasión iraquí. Por ello el gobierno del entonces presidente George Bush no tuvo mayor problema para arrastrar en su aventura al Consejo de Seguridad de la ONU y a más de veinte países aliados, a los que además pasó la charola. Y esa primera guerra se produjo en el marco del recién inaugurado mundo de la posguerra fría.

Por lo tanto se prestaba bien para decretar el inicio de un nuevo orden mundial bajo la batuta de la ``única superpotencia sobreviviente'' tras el colapso de la Unión Soviética, y la única con la ``autoridad moral'' para hacerla de líder.

Alguien dijo que cuando la historia se repite, la primera vez lo hace como comedia y la segunda, como tragedia. La Operación Zorro del Desierto hábilmente fusiona ambas cosas y de un solo golpe --involuntario pero certero-- aparece como una tragicomedia que bien podría llamarse la Opereta del Zorrillo al Descubierto.

En primer lugar, esta segunda guerra contra Irak es detonada en el contexto de un orden mundial muy distante del nuevo orden prometido por George Bush. Lejos de resolverse, día a día se agravan los viejos problemas del mundo. Peor aún, se combinan con nuevos problemas en los que el propio Estados Unidos tiene una buena dosis de responsabilidad: desde una contaminación ambiental cercana ya al ecocidio, hasta una uniformidad cultural que amenaza con aniquilar la diversidad más necesaria para el crecimiento de la humanidad: la etnodiversidad, por llamarla de alguna manera.

Por lo tanto, ahora las aventuras bélicas de Estados Unidos son mucho más peligrosas para el mundo y mucho más costosas para la credibilidad de la potencia líder. En referencia a lo absurdo, esta nueva guerra contra Irak es una doble zorrillada, pues.

Pero también lo es en referencia a su pestilencia. Antes que nada apesta a ilegalidad. Esta vez el zorrillo aventurero no tuvo empacho en brincarse al mismísimo Consejo de Seguridad de la ONU. También apesta a cobardía. Ahora se bombardea a un Irak diezmado por los bombazos de 1991 y por el embargo que se le aplicó enseguida. Apesta a soberbia, porque lo que se busca entonces es humillarlo. Apesta a desfachatez, por cuanto la nueva guerra sirve para olvidar las tonterías sexuales de Bill Clinton. Apesta a machismo imperial, en tanto Washington busca recuperar el terreno perdido ante los gobiernos europeos que si han mostrado los tamaños necesarios para llevar el caso Augusto Pinochet hasta sus últimas consecuencias.

Y por supuesto, apesta a inmoralidad porque vuelven a triunfar los negocios de la industria militar contra el derecho más sagrado que es el derecho a la vida, en este caso del pueblo iraquí. Sólo en los dos primeros días de la nueva guerra ya se utilizaron 280 misiles balísticos Tomahawk, cada uno de los cuales cuesta más de un millón de dólares. Ello a cambio de quién sabe cuántas muertes, porque esta vez nadie ha de creer las cifras groseramente manipuladas por el zorrillo en el desierto. A menos que los medios informativos vuelvan a ser cómplices de la desinformación, como en 1991.

¿Qué hacer ante una zorrillada tan irracional y apestosa? Mucho, pero en primer lugar: encuerar al zorrillo, sacarlo del desierto y ponerlo al descubierto. Evitar la confusión causada por sus secreciones propagandísticas.

Y desde luego, exhortar a que la inteligencia del pueblo estadunidense se imponga a las zorrilladas de su élite gobernante.

P.D. despistada: ¿Qué ha sido de la larga y brillante tradición pacifista de México? ¿Acaso ya quedó del todo adormecida por tantas zorrilladas antizapatistas y fobaprosaicas?