José Agustín Ortiz Pinchetti
Cámara oscura

Sólo un ingenuo no se daría cuenta de que existe un plan bien articulado para desprestigiar a las nacientes instituciones democráticas. A poco que uno observe la realidad del momento, se dará cuenta de que el gobierno y el PRI en combinación con prensa, televisión y radio oficialistas intentan desprestigiar al IFE, al gobierno de la capital, a la Asamblea Legislativa del DF, a las agrupaciones políticas y al Congreso, en particular a su Cámara baja. Supongo que el Presidente autoriza esa campaña, y si así fuera, comete un error grave, porque está minando las reformas que él mismo hizo surgir con sus iniciativas de la primera mitad del sexenio. ¿Pensará que la reforma llegó demasiado lejos, o que es hora de cerrar para hacer fácil la sucesión presidencial?

Hay que reconocer que -en la Cámara- los diputados de todas las fracciones parecen empeñados en darle instrumentos a los enemigos del nuevo Poder Legislativo. Sus posiciones son cada vez más contradictorias y desordenadas, sobre todo el enorme alejamiento de los electores.

El lunes acudí a un almuerzo de los que organiza la Fundación Konrad Adenauer. Tuvimos como orador a Carlos Medina Plascencia, jefe de la bancada panista. El momento no podía ser más oportuno, y Medina hizo una buena defensa (no sin contradicciones) de la posición de su partido en el rescate bancario. Vicente Arredondo (Fundación Demos) le hizo unas preguntas que pegaron en el blanco: ¿Los diputados del PAN consultaron a sus bases electorales sobre el tema? ¿Usted consultó con los electores de su distrito en Guanajuato? Medina contestó que habían hecho consultas con los grupos involucrados y también con ``expertos''. Lo cierto es que ni los panistas ni los diputados de otros partidos consultaron el tema Fobaproa con sus bases electorales.

El PRD dio un paso en la dirección correcta cuando convocó hace meses a una consulta nacional sobre el tema. Pero a ningún partido se le ocurrió exigirle a los diputados involucrados en el tema que establecieran un contacto directo con sus bases electorales y les preguntaran su opinión. Los diputados no tienen ningún interés en hacerlo por propia iniciativa. El poder, la gloria y el motor de sus carreras políticas no está en los electores, sino arriba, en las cúpulas de los partidos. En el fondo, piensan que ni el Fobaproa ni las demás leyes deberían ser discutidas por los ciudadanos comunes y corrientes. ``No están preparados'', dicen. Esto me obliga a recordar por enésima vez a ése mi villano favorito, el virrey De Croix: ``...Deben de saber de una vez y para lo venidero, que los súbditos nacieron para callar y obedecer, no para discutir y opinar de los altos asuntos del gobierno''.

Arnaldo Córdova explica esos fenómenos como herencia del autoritarismo. Añade: ``Nadie quiere hacerse cargo que el aprendizaje democrático es duro y prolongado, para un pueblo que jamás supo lo que era. Por ello muchos parecen concordar en lo mismo: aquellos viejos tiempos que no teníamos que preocuparnos por nosotros mismos, definitivamente eran mejores''. Lorenzo Meyer dice que las oligarquías en los partidos impiden un acuerdo fundamental en la oposición, y creo que también son el obstáculo para una transición pactada. Hace poco oí decir que un pacto nacional para un cambio de las instituciones será imposible mientras los actores tengan el poder, el dinero y la diversión necesaria para sentirse a gusto como están. El cambio sólo vendrá cuando los protagonistas tengan ambiciones más grandes que el status quo.

Ha habido destellos significativos de cambio en la Cámara de Diputados, como la memorable maniobra encabezada por Porfirio Muñoz Ledo y los líderes del PRD y del PAN que permitió formar el bloque opositor en el primer momento de la legislatura, y los recientes votos indisciplinados de los panistas y los priístas contra la línea.

Otro signo positivo es la digna renuncia de Humberto Murrieta, el oficial mayor de la Cámara (la cual ha pasado casi desapercibida). Murrieta había presentado un proyecto integral de reforma administrativa de la Cámara de Diputados que después se plasmó en un proyecto de ley orgánica del Congreso. Representaba la modernización del cuerpo legislativo. Fue aprobada en comisiones y parecía tener viento favorable. Su objetivo era lograr que los diputados y sus pastores se dedicaran a trabajar en lo parlamentario y dejaran de preocuparse por la administración de la Cámara. Inesperadamente el descuido de los opositores permitió un arrepentimiento del PRI. El voto en el pleno resultó en contra. Nadie dio una sola explicación para rechazar la ley, salvo el implícito que los diputados quieren que continúe la rebatinga, el desorden, la pelea por posiciones menores y por los dineros.

Pero lo insólito es que Murrieta renunció. Podía haber seguido como oficial mayor de la Cámara, pero una chamba no es cosa que a él le preocupe. Es uno de los mejores contadores del país. Todavía a una buena edad se había retirado con honores de su profesión. Llegó a la Cámara para servir a México, no para servirse a sí mismo. Prometió que, de no ser aprobado su proyecto de modernización, renunciaría, y cumplió su palabra. Con buen castellano explicó su gesto: ``Sería una enorme incongruencia quedarme bajo un esquema en el que no creo y no respeto... La iniciativa hubiera garantizado que la Cámara tuviera una estructura adecuada para decidir y organizar, pero sobre todo, impulsar un amplio proyecto de modernización del proyecto legislativo. Por ahora, en la Comisión de Régimen Interno, integrada por los coordinadores de todos los partidos quieren mandar y nadie manda. Es el desgobierno''.

Me despido de mis lectores por los dos siguientes domingos (vacacionaré).

[email protected]