José Antonio Rojas Nieto
Petróleo y guerra

Los días jueves y viernes, luego de que el mercado petrolero internacional percibió que pese al ataque estadunidense y británico a Irak, las exportaciones de crudo del país que posee las segundas reservas de petróleo más importantes del mundo seguían fluyendo, las cotizaciones de referencia perdieron el alza de un dólar y medio, registrada entre el martes y miércoles, justamente como expresión de los riesgos petroleros ligados a las acciones del zorro del desierto.

En esta ocasión no ha sucedido lo que en otros casos, en los que los hechos han mermado tanto la producción como el flujo internacional de petróleo. Por ejemplo, en seis ocasiones anteriores los acontecimientos limitaron en más de dos millones de barriles al día la oferta de crudo, alterando severamente los precios: 1) en la guerra del Suez de 1956; 2) en la guerra de los Seis Días de 1967; 3) en el embargo petrolero de 1973; 4) en 1979, en ocasión de la revolución en Irán; 5) en la guerra Irán-Irak, de 1980; 6) finalmente, en la invasión iraquí a Kuwait de 1990, y el posterior ataque aliado a Irak. Pero en esta ocasión, como lo han verificado observadores especializados que supervisan el cumplimiento de la resolución 986 de enero de 1997 de las Naciones Unidas, que autoriza a Irak exportar crudo para sus programas de alimentación y salud, no ha dejado de fluir un barril, a pesar de los ataques de las fuerzas aéreas estadunidense y británica. Así, el West Texas Intermediate (WTI) cerró la semana con un precio de 8.30 dólares por barril, con lo que el promedio mensual apenas alcanza poco más de ocho dólares, menos de dos dólares del precio de noviembre, tres y medio por debajo del de octubre, y cuatro menos que el precio de septiembre.

Con esto, el promedio anual esperado será ligeramente superior a 12 dólares, lo que representa más de cinco dólares por debajo del nivel de 1997, el descenso más drástico después de 1986, que llevó al precio de este crudo WTI de referencia, de 24 a 12.50 dólares por barril. Este bajísimo nivel de precios no es sino expresión de las tremendas dificultades registradas para estabilizar un mercado al que no se le quiere reconocer ya un nivel de renta capaz de permitir el funcionamiento de pozos con 14 dólares por barril de costo de operación (los más de 400 mil strippers de Estados Unidos, con rendimiento diario de 2.2 barriles), que, por ejemplo, en el caso de México le permitieron una renta por diferencia de costos no inferiores a 12 dólares por barril exportado de 1995 a 1997, lo que exclusivamente por dichos conceptos representó más de 20 mil millones de dólares; un mercado con una demanda severamente deprimida que probablemente tardará cuatro o cinco años para recuperar el dinamismo anterior a esta crisis; una oferta relativamente incontrolada, cuya racionalización se ve enfrentada a las urgencias económicas y financieras que la misma crisis implica para muchos productores; unos amplios inventarios que contrarrestan de manera casi inmediata los efectos de los débiles acuerdos de racionalización de la producción, y como consecuencia de todo ello, un descenso radical de los costos de producción que, justamente, tiende a reorganizar no sólo la estructura de la producción, sino de toda la industria petrolera y sus inversiones.

En este contexto, la reunión de este jueves en Madrid de Arabia Saudita, México y Venezuela, en la que una vez más se ratificó la necesidad de controlar la producción, no deja de tener sentido, aunque se observa un enorme pesimismo respecto a sus efectos, al menos inmediatos, entre otras cosas porque pese a todo lo que se diga hay dos productores de la OPEP que en cualquier momento pueden romper el ánimo racionalizador. Por una parte Venezuela, cuyo presidente electo Chávez se ve con fuertes presiones financieras y sociales para no someterse a mayores recortes e, incluso, para abrir sus válvulas e incrementar aceleradamente sus exportaciones a Estados Unidos, país del que ya es primer proveedor con millón y medio de barriles al día (datos de octubre), de un total récord de poco más de ocho millones y medio, correspondiente a casi 60 por ciento de su consumo diario de crudo, de los cuales por cierto México aportó un millón 121 mil barriles e Irak 647 mil barriles al día. Y por otra parte Irán, que insiste en que se le reconozca una cuota de producción mayor a la actual, con base en la estructura de cuotas OPEP de julio de 1990, lo que en su caso supondría una producción superior en un millón de barriles al día, a cambio de un descenso, justamente de ese millón, en la producción de Arabia Saudita, asunto sumamente delicado, pues los saudís sólo aceptan una racionalización de la producción con disminución por parte de todos los miembros OPEP, incluyendo Irán. Todo esto hace pensar en la probabilidad de que la OPEP no espere a reunirse en marzo para acordar sus nuevas cuotas, sino que ya en enero o a más tardar en febrero, precisamente antes del descenso estacional de la primavera, se busque un nuevo acuerdo para disminuir en un millón o millón y medio el nivel actual de producción, calculado para el mes de octubre en casi 68 millones de barriles al día.