Como todos los años en esta época, con crisis o sin ella, el Centro Histórico de la ciudad de México se vuelve lugar de alegría, encuentros, compras y festejos. Ahora más que nunca, la gente viene aquí a adquirir sus regalos con la certeza de que son más baratos que en cualquier otro sitio y que van a disfrutar con la colorida iluminación, los lindos adornos que engalanan el imponente Zócalo y las calles. A todo ello se suman los innumerables espectáculos que se pueden gozar, entre los que destacan las pastorelas, así como la visita a nacimientos excepcionales.
Resulta interesante recordar que las simpáticas pastorelas tienen un añejo antecedente en las representaciones prehispánicas llamadas ``mitotes'', mismas que sirvieron de inspiración a los frailes evangelizadores para la realización de los ``coloquios'', que se efectuaban en los atrios de las iglesias, los conventos y posteriormente en los colegios de jesuitas. La representación cristiana más antigua de que se tiene memoria se llevó a cabo en la Plaza de Santiago Tlatelolco en 1533, con la obra El fin del mundo. No resisto volver a recordar la extraordinaria puesta de ese evento que realizaron Miguel e Irene Sabido hace seis años en ese mismo lugar, con cientos de actores, buena parte de ellos habitantes del lugar. El impresionante espectáculo fue al igual que hace más de 400 años en náhuatl, la auténtica lengua nativa de los capitalinos que ojalá se enseñara en las escuelas, lo que con certeza reforzaría nuestra identidad y nos daría mayor seguridad y orgullo de lo que somos. Desde aquí rindo homenaje a don Miguel León Portilla, quien lleva décadas promoviendo el estudio de esa hermosa lengua, tanto desde su Seminario de Cultura Náhuatl que imparte en la UNAM desde hace más de cuarenta años, como en el impulso a cursos en el extranjero en donde ya se imparten clases en muchos países del mundo, como Japón, Francia, Estados Unidos, Israel y Alemania. También auspicio la creación de la Casa de los Escritores en Lenguas Indígenas, en donde además de náhuatl se pueden aprender maya, mixteco, otomí y muchas otras.
Volviendo a las pastorelas, se celebran varias en bellos recintos del Centro Histórico: en el Museo José Luis Cuevas, en el Palacio del Arzobispado, destacando la Pastorela barroca que ofrece el Colegio de San Ildefonso, con Lucía Guilmáin y un magnífico elenco. La música barroca, desde luego, la interpreta el excelente Quinteto de la Ciudad de México, y como remate una sabrosa cena típica; sin duda un plan maravilloso para las noches decembrinas que disfrutará toda la familia.
Previo a este evento se puede visitar la exposición de nacimientos indígenas que presenta el encantador Museo Serfín, pequeño pero sustancioso; no está de más recordar que se encuentra en la señorial avenida Madero, en parte de lo que fueron las inmensas casas barrocas de don José de la Borda, que ocupaban toda la manzana. A unos pasos, en el Palacio de Iturbide, continúa la magnífica muestra Los grandes maestros del arte popular, que tiene varios nacimientos de cera que vale la pena admirar. Y como en esta temporada siempre hay regalitos pendientes, a la vuelta de estos lugares, en San Juan de Letrán (Eje Central) y Venustiano Carranza, están las hermosas capillas de San Antonio y el Calvario, que alojan la librería Pórtico de la Ciudad de México, en donde además de los mejores libros hay un inmenso surtido de música mexicana de todos los tiempos, películas de la época de oro de nuestro cine, de sitios arqueológicos y de arte. Todo a magníficos precios y con el regalo adicional de admirar la bella arquitectura del siglo XVIII.
Todos esos agasajos se complementan con una buena comida que en estas fechas merece ser abundante, por lo que es recomendable algunos de los restaurantes españoles del rumbo. Una buena opción es el Mesón Navarro, situado en 16 de Septiembre casi esquina con Isabel la Católica. De sus hornos especiales salen los mejores corderos y lechones que acompañados de papas ``panaderas'', dejarán satisfecho el apetito más voraz por muchas, muchas horas. No olvide acompañarlo de un buen vino tinto navarro, para hacer una correcta digestión.