Carlos Bonfil
Amor y muerte

Frente al alud de estrenos navideños, películas de aventuras, cintas infantiles, juegos de gemelas, parejas explosivas, príncipes egipcios, y demás propuestas disneyanas, cabe señalar la azarosa sobrevivencia en cartelera de una cinta de bajo presupuesto estelarizada por el actor británico John Hurt, Amor y muerte (Love and Death on Long Island, 1997), coproducción anglocanadiense y primer largometraje del joven Richard Kwietniowski.

Su tema, la creciente fascinación del académico inglés Giles De'Ath (John Hurt) por el joven actor de comedias juveniles, Ronnie Bostock (Jason Priestley), remite a las cuestiones que han interesado al realizador en cortometrajes propuestos para la televisión británica: Ballad of Reading Gaol (1988), a propósito del encarcelamiento de Oscar Wilde y de su pasión por el joven lord Alfred Douglas, y Proust favorite fantasy (1991), revisión del tema de la obsesión amorosa en la obra del novelista francés. En Amor y muerte, el director puede ya profundizar en el examen no sólo de un conflicto generacional (el ideal platónico de una amistad viril no contrariada por la diferencia de edades), sino también de los contrastes culturales que percibe el protagonista (tradición europea versus modernidad tecnológica), y de la atracción homoerótica que intempestivamente se presenta en la vida de este escritor viudo y solitario, recluido en el mundo de la literatura. Giles es un hombre singular que desdeñosamente ignora los avances tecnológicos de este siglo, un sobreviviente del círculo literario de Bloomsbury, que realmente desconoce lo que es un respondedor telefónico, una videocasetera, o el funcionamiento de un fax. Cuando se le señala la ventaja de procesar sus textos en una computadora, él responde con igual dosis de indignación y candor: ``Yo escribo, no proceso palabras''. De manera similar, después de ver (o padecer) una producción hollywoodense, exclama: ``En Europa, una película puede cambiar la forma de pensar de la gente''. En 1975, John Hurt encarnó, con elegancia parecida, al escritor y dandy gay inglés Quentin Crisp en The Naked Civil Servant, deJack Gold.

En Amor y muerte, ese respetable Giles De'Ath (fonéticamente su apellido significa muerte), descubrirá la increíble ironía que le reserva el cine popular estadunidense. Una cinta, Hot Pants College 2, estelarizada por una estrella de revistas juveniles, Ronnie Bostock, vista por equivocación en lugar de una adaptación de E. M. Forster, también cambiará, si no su manera de pensar, al menos sí su manera de concebir el entusiasmo amoroso. En su rápida infatuación intelectual por el joven Ronnie, éste aparece a sus ojos como una figura romántica del siglo dieciocho, como el poeta inglés capturado en el cuadro de Henry Wallis, La muerte de Chatterton. Pero esto sólo es el inicio del extravío pasional que conduce a Giles a declarar que de haber vivido en este siglo, Shakespeare podía haber escrito una secuela de Hot Pants College, eligiendo por supuesto a Ronnie como personaje principal. O que le lleva a establecer paralelismos absurdos entre su relación deseada y célebres parejas literarias como Cocteau y Radiget, o Verlaine y Rimbaud (a quien el venerado efebo confunde con Rambo).

Basada en la novela del británico Gilbert Adair, Amor y muerte alterna un tono de comedia ligera y un desarrollo dramático que se agudiza y afina hacia el desenlace. Por la actitud y la actuación estupenda de John Hurt, la cinta pareciera navegar entre una ficción de época, con las sutilezas de James Ivory adaptando Maurice, y el lenguaje directo que acentúa los contrastes entre la era actual, el comportamiento juvenil, el triunfo de la tecnología y el curioso universo mental de Giles De'Ath. Lo interesante es que Richard Kwietniowski no se siente obligado a recurrir ni a los clichés ni a la caricatura. Ronnie Bostock no es de modo alguno un monumento juvenil a la frivolidad y a la tontería, y el propio Giles no es presentado como un homosexual, mucho menos como una figura patética. El es, en primera instancia, un romántico fuera de serie, trasladado abruptamente del siglo pasado a la era tecnológica. Y en Ronnie cree descubrir un ideal de perfección estética. Cuando en Tex-Mex, una de las películas inenarrables en las que actúa Ronnie, éste defiende a dos mexicanos inmigrados, para ser luego apuñalado por su compañero racista, lo que el profesor presencia es casi una tragedia isabelina. O una figura de San Sebastián, o nuevamente la imagen del poeta Chatterton. Esta desmesura romántica, y el vigor que le confiere la actuación de John Hurt, es lo que hace de Amor y muerte una película singular. Al borde del melodrama, jamás se precipita en él; a punto de naufragar en el humor fallido, siempre la rescata la actitud digna, increíblemente candorosa, de su protagonista. Es como si el tema de la ilusión amorosa encontrara en Giles De'Ath su expresión más universal y más elocuente.

Se exhibe en los cines París y Hermanos Alva.

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