ueremos referirnos hoy a los miles de jóvenes de la ciudad de México que ni por la vía del estudio o por la del trabajo tienen un futuro asegurado.
De los casi 3 millones de población joven que oscilan entre los 15 y 29 años de edad, se calcula que 25 por ciento, aproximadamente, no tiene oportunidades para estudiar o trabajar. Población que se acumula si contamos los más de cien mil nacimientos que se registraron este año.
Estamos entonces reconociendo que por lo menos medio millón de jóvenes están marginados económica, educativa y socialmente.
Así, existe la paradoja de que mientras faltan universidades, la deserción escolar es muy alta. Y no se ven soluciones ni para una ni para otras lacerantes realidades, pues el presupuesto que reciben los centros de enseñanza media y superior año con año resulta insuficiente para el cúmulo de las necesidades de la docencia y de la investigación; e igualmente miles de jóvenes, por carecer de recursos o ante la necesidad de emplearse en lo que pueden a fin de ayudar a sus propias familias, abandonan los estudios. Con trabajo se ha conseguido un nivel escolar promedio de sexto de primaria.
De la ocupación laboral qué decir, cuando el desempleo es grave, pues tan sólo este año existe carencia de 200 mil empleos.
Pero los déficit y rezagos van más allá de la educación y el trabajo. No hay tampoco un sistema consistente para la práctica del deporte que incida e influya colectivamente. Así también, las alternativas de uso inteligente del tiempo libre son pocas y otras diversiones no están al alcance de sus escasos recursos. Y si nos refiriéramos a los libros básicos en la formación de esta población joven, constantemente verificamos que los precios crecen en tanto que a la vez no existe un programa de divulgación popular del libro.
Así, los saldos negativos se acumulan en el grueso de la población joven del Distrito Federal, que en medida significativa se le reduce al empleo informal, al ambulantaje, a la delincuencia o a la degradación del consumo de alcohol y drogas.
Es evidente que atrás de este entramado se encadenan años de omisiones, despilfarros, desaprovechamiento de recursos, acciones erráticas y discontinuidad de programas.
En otros años se conformaron organismos orientados a atender a la juventud, como el Injuve y el Crea, que salvo unas cuantas acciones acertadas, nunca pudieron apartarse de su filiación priísta y bajo una concepción corporativista y de burocracias inútiles.
Por eso hoy es todavía más urgente pensar y actuar en favor de las generaciones venideras que de entrada tienen una esperanza de vida de 70 años de edad, otorgándoles apoyos y bases para un presente que favorezca la construcción y garantía de una vida digna en el plano económico, social, político y cultural. Más empleos, más universidades y más alternativas de desarrollo social.
Si no somos capaces de responder a estas genuinas demandas aquí y ahora, se producirán nuevos estertores sociales que cimbrarán a la sociedad.
Si no logramos de aquí al año 2000 afrontar y empezar a resolver estas inequidades, nos acercaremos a un desfiladero donde se puede generar una lucha cruenta que protagonizarán los jóvenes sin más miramientos y contra todo aquello que afecte o amenace sus días presentes o sus días por venir, y hasta eventualmente aliarse con quien se las garantice, con el riesgo de que se trate de un gobierno duro y de estirpe autoritaria.