Las persistentes caídas del precio del petróleo en el mundo han provocado, a lo largo de este año, severísimos problemas presupuestales y fiscales para México, con las consiguientes tensiones políticas y sociales internas. Ahora, la más reciente agresión militar de Estados Unidos contra Irak ha generado, entre muchas otras consecuencias no previstas, un significativo incremento de las cotizaciones internacionales del crudo.
Este fenómeno representa un respiro para los países que, como el nuestro, reciben buena parte de sus ingresos públicos de sus exportaciones petroleras. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que será, a no dudarlo, una mejoría coyuntural, que no durará más que la actual andanada de bombardeos estadunidenses y británicos contra Irak.
El episodio ilustra claramente la volatilidad y la inestabilidad que caracteriza los mercados petroleros mundiales, defectos que sólo por excepción favorecen a las naciones productoras en desarrollo, y que en la gran mayoría de los casos las perjudican.
A la larga, el descontrol y los altibajos de las cotizaciones internacionales del crudo se traducen en inestabilidad en las economías de todos los países. En un escenario posible, si estas cotizaciones llegaran a acercarse más de la cuenta a los costos de producción, ello no sólo desalentaría la producción, la inversión en el sector y la prospección y búsqueda de nuevos yacimientos, sino que deprimiría las actividades de investigación, desarrollo, producción y comercialización de fuentes alternativas de energía. Se causaría entonces, a mediano plazo, una escasez petrolera que se traduciría, a su vez, en una carestía que impactaría severamente las actividades productivas y el desarrollo económico de Estados Unidos, Europa y las naciones asiáticas industrializadas.
Mientras tanto, las consecuencias económicas -y, por lo tanto, sociales y políticas- para las naciones pobres exportadoras de crudo -caso de México- serían devastadoras, como lo serían para los consorcios petroleros de los países ricos y para todas las empresas y actividades que dependen de ellos.
Ante tal circunstancia, una vía de acción posible es buscar que la comunidad internacional tome conciencia de que el mercado, por sí mismo, no es un mecanismo adecuado para regular el comercio petrolero mundial. Si bien el libre juego de la oferta y la demanda parece haberse convertido en un tótem al que rinden culto los sectores económicos de casi todos los gobiernos del planeta, debe considerarse que, en el caso de los energéticos, el mercado representa un factor permanente de incertidumbre, de carestía, de hambre, de desempleo y de desasosiego social, no sólo en las economías más débiles, sino también en las más consolidadas.
En este espíritu, es necesario que los gobiernos emprendan estudios, consultas y negociaciones para establecer mecanismos multilaterales de planificación y control para evitar las fluctuaciones bruscas de los precios petroleros. Corresponde a las organizaciones Mundial de Comercio (OMC), de las Naciones Unidas (ONU), de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) y de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), tomar la iniciativa.