¿Qué es esa fuerza desconocida que todo lo rige? ¿Por qué la necesidad de los humanos de matar a otros? Al no encontrar respuestas satisfactorias a estas preguntas, la humanidad, desde los tiempos más antiguos, sólo tiene una contestación que realmente no lo es y cuyas huellas se conservan en la vaga noción de destino o factum, ley terrible a la cual no puede sustraerse nadie y que a todos los seres encadena y a la que Sigmund Freud nombró el instinto de muerte, y de la cual deriva su respuesta a Albert Einsten, cuando le preguntó sobre el por qué de la guerra. Y Freud le contestó: y ¿por qué no a la guerra?
Y claro, nuevamente, la guerra. Estados Unidos bombardeó Bagdad, rico vergel donde floreció por siglos el espíritu del Islam, impregnado de un fatalismo que diríase provocado y traído de los abismos del tiempo por tíos primitivos imposibles de desconocer a poco que se penetre y profundice en los dogmas de esta ideología fatalista.
Fantásticos, fuera de razón, parecen estos bombardeos que a poco se reflexione nos llevan a las páginas de las Mil y una noches, a esos cuentos en que los hombres se transforman en animales irracionales, en genios del mal, capaces de adquirir riquezas por su mediación.
Por delante de los ojos del televidente pasó anoche, sin tregua, una sucesión de fantasmas que quedaban después como prolongación de una pesadilla, restos de extravíos y de terror que las imágenes infunden en el alma, sin poder distinguir si son reales o fantásticas.
¿De dónde apareció esa fuerza impalpable que parecía no poder crear, ni el acaso de los elementos de la ciencia? ¿No serían obra de la brujería de los mitos de Las mil y una noches?
Antes de dormirme estuve confundido con las luces de las bombas que cabalgaban el espíritu del mal de Simbad el marino, Aladino y la lámpara maravillosa, Alí Baba y los 40 ladrones; el caballo encantado; el pájaro que habla, el árbol que canta y el agua de oro; el jorobado y el durmiente despierto y pintaban los desenlaces imprevistos, de esa fuerza que nadie sabe definir y todos obedecemos muy a nuestro pesar. Víctimas del mal que ella irradia y que mata en medio de terribles persecuciones y reguero de sangre y dolor.
Lo irracional, la omnipotencia, la necesidad de ser dioses y negar la muerte, para sucumbir ante ella. El destino y el destinar de la muerte a la que no se puede cambiar porque está inscrita en el hombre. ¡Terrible su condición siempre pendiente de los vaivenes del destino, rodeador de la muerte!