Arnoldo Kraus
Acteal

La pobre Secretaría de Educación confronta ahora dos problemas ingentes y complejos. El primero la tiene al borde de convertirse en una mera sucursal y muda agencia de la Secretaría de Hacienda. Los recortes presupuestales en materia educativa anunciados por la segunda harán de la primera una moribunda: educar sin dinero es imposible. El segundo brete, es ``qué hacer'' con aquellos capítulos nacionales que se han transformado en hechos históricos registrados tanto en la memoria nacional como en las página colectivas de la globalización mundial. Olvidar ahora es imposible.

No hablar de Acteal, no explicarle a nuestros niños lo sucedido en Chiapas el 22 de diciembre de 1997 sería erróneo, sería mentirnos: la historia es interpretable pero no modificable. A menos de que las oficinas de educación sean también tan sólo brazos de la Secretaría de Gobernación.

Si el nuevo proyecto educativo del país queda supeditado a las urgencias del Fobaproa, a los vaivenes del petróleo nunca predecidos oportunamente por nuestros políticos, a las ahora turbias Juntas de Asistencia Privada, no hay duda que el círculo queda cerrado.

En esa óptica, no educar podría perpetuar el proyecto de nación hasta ahora enarbolado desde el poder: pobreza, sumisión, ideario enjuto y desconocimiento del pueblo de las obligaciones del gobierno. Esa es la ganancia de no educar: silenciar las voces, sepultar derechos.

El caso Pinochet ha mostrado quizá la única cara humana de la globalización. La conciencia puede ser universal y los juicios, a favor o en contra, no importa, pertenecen a la humanidad que puede callar pero que también vigila. Las páginas Chiapas y Acteal son parte también de la globalización, ya sea en Internet, en las Organizaciones No Gubernamentales no mexicanas que piensan que el EZLN tiene razón o en los escritos venideros de Tom Hansen o de los italianos expulsados de nuestro país por haber observado. Acteal irresulto es un problema serio y grave para nuestros México: convenios económicos, pactos de cooperación, préstamos, etcétera, son asuntos no menos globalizados que el respeto a los derechos humanos.

A partir del EZLN, en la ``otra era'', Chiapas está por cumplir su quinto aniversario. Acteal es más joven y el próximo 22 de diciembre se conmemorará el primer año de uno de los episodios más trágicos de nuestra historia. La pequeña comunidad sureña ubicada entre San Pedro Chenalhó y Pantelhó perdió en el ``otro error de diciembre'', en unas pocas horas, casi 15 por ciento de su población. De las 325 personas que la conformaban, 45 fueron asesinadas. La no solución a la miseria indígena, los asesinatos sin respuestas, los criminales libres y el acumulamiento de los días inútiles son pesado e insoslayable lastre para nuestra cotidianidad.

Si bien es difícil saber a qué le apostaba el gobierno en 1994 después del levantamiento zapatista, es más complejo conjeturar en 1998. ¿Olvido? ¿Tiempo desgastado? ¿Aceptación? ¿Complicidad? ¿Agotamiento? La lógica parecería indicar que en esta guerra, el tiempo --sin duda una de las apuestas principales del poder-- actuaría en contra del movimiento insurgente. Resistir con pocos recursos parecería difícil. Seguir con vida --en este tema vida significa ser noticia-- parecería también improbable. El tiempo ha demostrado lo opuesto y ha jugado en contra de la política gubernamental: la imagen del conflicto y de los zapatistas siguen vigentes y con muchos adeptos en la mayoría de los países civilizados. Para no pocos, la figura del México contemporáneo incluye la huella Chiapas. Y para demasiados grupos defensores de los derechos humanos, la matanza de Acteal, es moralmente inseparable del México-nación.

No se requiere apelar a la razón para saber que los ``verdaderos'' culpables no han sido encarcelados. Sus peleles son quienes ocupan sus celdas. Tampoco es menester recurrir a la lógica profunda para descreer los argumentos de nuestros jerarcas quienes siguen sosteniendo que los asesinatos se debieron a conflictos intercomunitarios e interfamiliares. Y tampoco es entendible la inopia del gobierno: apostarle a la fatiga de la razón de la sociedad es erróneo. Son demasiados los mexicanos hartos de tanto atropello y ávidos de una nueva ética como para aceptar que la inteligencia insepulta sea enterrada al lado de los féretros de Acteal.

Nadie desea que los responsables de esa matanza ``desaparezcan'', mueran en avionazos, o contraigan enfermedades misteriosas y mortales como sucedió con muchos colaboradores de Pinochet. Pero, insisto, quienes buscan reinventar la moral en nuestro país, tampoco pueden permitir que el gobierno calle el próximo 22 de diciembre.