La Jornada 16 de diciembre de 1998

Creció más de ciento por ciento el precio de una grapa de cocaína ante la caída de la oferta

José Galán Ť El barrio bravo de Tepito, la fortaleza delictiva en pleno corazón de la ciudad de México, enfrenta un estrecho cerco policiaco que busca secar las fuentes del tráfico criminal de drogas, armas, mercancía ilegal -robada o de contrabando-, y franquear el paso de comerciantes y clientes que habían tenido vedado el tránsito ante la ferocidad criminal.

La rutina sin ley en los terrenos del cártel de Tepito se ha roto en los últimos once días: disminuyó el asalto a transeúntes, no han ocurrido atracos a comercios, se ha frenado la oferta de contrabando y, lo que es mejor, cuentan en las esquinas que los capos del narcotráfico se fueron de vacaciones.

Iniciado hace once días bajo un esquema de coordinación de todas las corporaciones policiacas y de seguridad pública en la ciudad de México, el Programa Tepito incluso sacó del lugar a más de 200 policías judiciales que se habían enconchado allí durante años, y que servían como parapeto y protección a los propietarios de la fortaleza: los narcos como El Papirín, El Oscar, El Pinocho, El Tanque --quien llegó a manejar hasta 25 kilos de cocaína a la semana--, El He-man, cabezas de organizaciones criminales que controlan a miles de papeleros o vendedores al menudeo, y que se encuentran a la sombra sometidos a procesos penales del fuero federal, atrapados con grandes cantidades de cocaína en el transcurso del año que termina.

Pero, muerto el rey, viva el rey. Sus lugares han sido ocupados con lujo de violencia y sin piedad por jefes todavía más jóvenes y astutos, como El Mago o El Ostión quienes, de acuerdo con la información recabada por la PGJDF, decidieron ``tomar unas vacaciones'' ante la envergadura del Programa Tepito, de carácter permanente.

Los ascensos

Para el comandante Ricardo MacGregor, adscrito a la Dirección de Investigaciones de la Policía Judicial, bajo el mando del comandante Juan Marcos Báez, ``no hay en la ciudad ningún lugar como Tepito, guarida de los peores malandrines, tierra de nadie. Es como el Chicago de los años 20: ráfagas de metralleta, vendettas, pactos de sangre, ajusticiamientos, parcelas de poder y, sobre todo, dinero. Mucho dinero. Pero vamos a secar todas las modalidades del delito''.

Para el detective, la cosa está clara: ``un cabrón con pantalones y astucia sube en los niveles de las organizaciones criminales en seis meses. El mismo barrio les da la impunidad para hacerlo. A los niños los vuelven adictos desde muy chiquitos. Y entran ya a la estructura. Por la situación geográfica, política, social, cultural, sobre todo familiar. Como ésta no hay otra zona en la ciudad''.

Revela que una de las principales estrategias de los pandilleros es trasladar la droga con niños menores incluso de doce años, porque, de acuerdo con las leyes, a los menores infractores un delito de ese tipo no significa más allá de dos días en el Consejo Tutelar, ``y los jefes no manejan las cantidades. Ellos vigilan desde la cuadra de enfrente, y sólo portan su consumo''.

Pero ahora el tráfico de cocaína ha caído. Las existencias en las calles de Tepito y de la Morelos, como Jesús Carranza o Panaderos, son escasas y, mercancía en fin sujeta a la ley de la oferta y la demanda, su precio se disparó: un gramo de cocaína en polvo o piedra en papel, paquetito conocido como grapa, pasó de 70 pesos hace once días a más de 150 pesos.

Y eso no es todo. El decomiso de mercancía extranjera, la presencia policiaca y la libre oferta de una gran cantidad de géneros ha permitido a los comerciantes del lugar, aunque enfrentados entre sí como Miguel Galán y María Rosete, hacer su agosto en Navidad, debido a la enorme afluencia de compradores que han comenzado a acudir a los comercios fijos y semifijos de calles como Eje Uno Norte, Jesús Carranza, Libertad o Lagunilla.

``El buen ciudadano de esta zona, porque los hay, es en realidad rehén de los malandrines'', afirma Noemí González, comerciante de la calle Lagunilla. ``No podemos hablar porque nos matan, lesionan a nuestros hijos, queman nuestros negocios. Además, nos piden protección, y pues hay que entrarle. Si no, rompen vitrinas, dañan vehículos, matan a las mascotas''.

En los cruces más conflictivos, grupos de policías judiciales, federales, fiscales y preventivos, detienen a prácticamente todo camión de carga, de cualquier tamaño, que circula por la zona. De inmediato solicitan papeles al conductor, revisan la carga, checan facturas. En caso de cualquier irregularidad, los ponen a disposición de la Policía Fiscal o de la PGR. Tan sólo ayer decomisaron cuatro armas de grueso calibre y pusieron a los detenidos a disposición del Ministerio Público federal.

Ana Rosa Rivas, detective adscrita a la Policía Judicial del Distrito Federal, comisionada al Programa Tepito, considera que a once días del inicio del plan, ``esta fortaleza del vicio se tambalea. Ya bajamos mucho el índice delictivo, por ejemplo, en el caso de violaciones o abuso sexual contra mujeres. Fácil más de 50 por ciento. Ya se puede caminar por estas calles como Peñón, dicen los ayateros --vendedores de cachivaches-- de la zona. Ya estamos aquí'', comenta ante la sede de la agencia 51 del Ministerio Público, inaugurada justo al inicio del programa, y rociada de balas por desconocidos esa misma noche, y cuyas huellas aún se encuentran en la puerta principal.

Sin embargo, para Raúl Martínez y su esposa Rosa, nada ha cambiado. Angustiados, con el rostro desencajado, aguardan en una banca de esa agencia ministerial el momento de presentar una denuncia. ``Nos asaltaron, señor. Ahorita nos acaban de asaltar, a media cuadra de aquí. Nos salieron cuatro jóvenes. A mí me inmovilizaron con una punta en la espalda, en los riñones. Y a ella le arrebataron una cadena de oro y el dinero que traíamos para comprar, y no se diga el susto que nos llevamos''.

``Qué bueno que hay vigilancia. Pero es notable que falta mucho por hacer'', añade.

Balas en la inauguración

Jesús Silva, oficial secretario del Ministerio Público, se muestra confiado. ``Después de que nos balacearon la agencia, el mismo día de la inauguración, ya empezó a tomar ritmo. Aunque siguen los rumores en la calle de que van a venir a tirarla, la gente comienza a confiar y a presentar sus denuncias. Quizá por eso las amenazas''.

``Claro que no lo vamos a permitir. Ni la han quemado ni la van a quemar. Tenemos gente bien armada en la calle y en la azotea las 24 horas del día'', enfatiza MacGregor cuando se le interroga sobre las apuestas que corren ya en torno a los minutos de existencia de tal agencia. ``Mi gente está dispuesta a jugarse la vida. Si quieren venir, que vengan. No nos espantan. Si quieren fuego, aquí tenemos para dar y repartir''.

Ernesto Rojas es un ayatero que sobre un tapete rojo vende todo tipo de chucherías a unos pasos de la agencia ministerial. ``La verdad es que la gente ya regresó. Con tanto policía, al principio todos pensamos que venían por nuestros centavos. A darnos baje, pues. Pero ya regresamos y también la gente. Ahora todo sigue igual''.

Sobre Avenida del Ferrocarril, el detective Antonio Ruiz Moreno monta guardia junto con cuatro jóvenes miembros del agrupamiento Zorros, de la Policía Preventiva. ``Quieren venir a echarnos el coche, con rechinido de llantas y todo, como si nos fuéramos a arrugar. Que vengan. No nos van a espantar. Tenemos dulces para todos'', agrega, acariciando un rifle automático R-15.

Tepito se ha convertido en el mayor centro de acopio de delitos no sólo de la ciudad de México, sino de todo el país, considera Ricardo MacGregor, poco antes de reunirse con comandantes y oficiales comisionados al programa de disuasión en la zona.

``Desgraciadamente, la misma gente que aquí habita siempre ha apoyado al malandrín, al rata, al mañoso'', añade. ``Aquí ocurre algo que llamamos el fenómeno de las faldas: uno de esos cabrones crea tantas fuentes de trabajo con la ilegalidad, que cuando venimos por él, avientan por delante a mujeres y niños. Y la verdad es que se pone brava la cosa''.

``Tepito era una fortaleza del vicio. Todavía lo es'', comenta Mac Gregor al despedirse para comenzar una reunión y planear un operativo con su gente.