A fin de año ocurren acontecimientos y se publican noticias de fin de año. O tal vez no, pero uno desarrolla antenas metafóricas cuando se aproxima el paso de un ciclo a otro. A fin de año hasta lo cotidiano asume vestiduras simbólicas. Limitaré la observación a tres noticias de estos días. Primera: como esperado, 1998 terminará con América Latina en retroceso respecto a las tasas previas de crecimiento. Y todo indica que el año venidero será aún peor. Segunda: los puertorriqueños siguen informando al mundo que no tienen interés en integrarse en forma plena a Estados Unidos. Tercera: el gobierno japonés acaba de asumir el control de otro banco en riesgo de quiebra. Intentemos leer significados, o incluso intenciones, en estos hechos.
Comencemos con el crecimiento regional. A mediano plazo por lo menos un problema parece perfilarse: el creciente desequilibrio externo que surge de políticas que, para variar, tienen la obsesión de controlar la inflación congelando los tipos de cambio. El papel que fue asumido en el pasado por otros, produciendo contragolpes regionales amenazadores además de muy concretos retrocesos, es hoy representado por Brasil. Que no puede crecer porque nadie podría hacerlo mientras las tasas de interés se mantengan tan elevadas para hacer posible un tipo de cambio insostenible. O sostenible a costos intolerables. Moraleja: nadie escarmienta en piel ajena. Segunda moraleja: América Latina necesita recuperar un crecimiento anual de por lo menos tres puntos porcentuales per cápita para los próximos años. A menos que su salida del atraso sea postergada al siglo XXII. Sembrar minas debajo de la superficie del camino que la región tendrá que recorrer en el futuro no parece lo más sabio que pueda hacerse en estos momentos. Más bien, todo lo contrario.
El otro tema es Puerto Rico. El pueblo de aquí (dos millones de votantes y el doble de habitantes) dijo nuevamente no a su anexión plena a Estados Unidos. Y al mismo tiempo, no a una plena independencia. Hay en eso mucho material de reflexión acerca de la búsqueda que guiará la vida cultural y política de América Latina y otras regiones para el próximo milenio: el equilibrio entre sentido de pertenencia cultural y de participación al mundo a través de sus grupos y subgrupos regionales. Los electores puertorriqueños acaban de dar una muestra de sensatez y sabiduría.
La tercera noticia, que podría también transformarse en un apólogo, viene de Japón. El gobierno de ese país tomó bajo su control un segundo banco nacional en peligro de convertirse en factor global de turbulencia financiera en una economía que sigue convaleciente. Y uno se pregunta por qué este camino ha sido prácticamente olvidado en América Latina en años recientes. Y la respuesta es más que obvia, vistos los malos usos (por corrupción o por doctrinarismo) del Estado de parte del Estado.
Y es aquí donde la moraleja resulta visible para cualquiera que esté dispuesto a reconocer una cuando se tope con ella: la clave, el primer paso, o como quiera llamarse el principal factor crítico de cualquier proceso de salida del atraso, sigue siendo la reforma del Estado. O sea, la (re)construcción de su credibilidad después de décadas de desperdicio de recursos, de sensatez y de confianza, en la historia regional contemporánea.
Reconozcamos aquello que varios observadores han dicho en estos años: democracia y bloqueo del desarrollo a largo plazo constituyen una mezcla inestable. El primer paso del desarrollo casi siempre está en la política más que en la economía. Y si esto es cierto, tal vez sea cierto también que la región latinoamericana se acerca a la necesidad de emprender caminos más firmes para 1) evitar que el Estado haga daño a naciones que encuentran en sí mismas obstáculos suficientes a salir de la pobreza y 2) hacer posible que las instituciones públicas sean espacio de actos colectivos de confianza y no de temores, arbitrariedades y disimulos bajo vestidura patriótica.