La Jornada martes 15 de diciembre de 1998

Horacio Flores de la Peña
Mal año el actual, peor el que viene /I

Para la economía mexicana 1998 fue un mal año y, con toda seguridad, será peor 1999. Desde 1982 vivimos una degradación continua de la economía que nos ha hundido en la miseria y la violencia. Desde que comenzaron los neoliberales, son ya 18 años de retroceso económico que pone en peligro la vigencia de las instituciones y la legitimidad del gobierno mismo, porque este puede ser legal, pero no legítimo, porque no cumple con un solo punto de su escuálido programa de gobierno. A lo largo de cuatro años ha quedado de manifiesto su ineptitud, falta de imaginación y de inteligencia en el manejo del gobierno.

Es muy probable que en 1999 no se produzcan caídas graves en las economías fuertes, con excepción de Japón. Los índices de producción están altos en EU y el bloque de Europa Occidental. La comunidad europea por primera vez podrá salir de su estancamiento al sustituir políticas neoliberales de estabilidad y antinflacioniarias, por una política de expansión del gasto público para generar ocupación.

Estados Unidos puede ser una bomba de tiempo, no tanto por los problemas de la economía real, sino por la desenfrenada especulación financiera que la hace vulnerable a que un cambio en la actitud de los especuladores desencadene una contracción en la economía, como les pasó en 1929. Cualquier fluctuación de esta economía nos afectará a nosotros, pero con una fuerza mayor y de la que, aun con un gobierno eficiente, sería difícil escapar a sus efectos.

La economía mexicana seguirá volando con piloto automático, y el gobierno con una actitud resignada seguirá creyendo que la economía es cosa de suerte, aunque no sabe uno por qué sólo favorece a los inteligentes. Serán dos años muy difíciles de soportar.

El manejo de la economía real es prácticamente inexistente, hay un manejo financiero elemental que no es resultado del análisis económico, está hecho por gente que sólo busca que las cuentas le cuadren y los resultados sean iguales. Es más bien un trabajo de cuentachiles que de economistas. No existe previsión, no hay políticas alternativas; las medidas que se toman parecen el fruto de la improvisación y de la irresponsabilidad; por eso primero echan andar el Fobaproa y luego piden permiso al Congreso, y suben los impuestos antes de que se los aprueben.

La frivolidad del Estado la simboliza cabalmente el hecho de presentar el presupuesto sin negociarlo con el Congreso, como se hace en todo los parlamentos del mundo, y negarse a hacerlo ahora es otro disparate porque dejan que ``pase lo que Dios quiera''. El hecho de que Hacienda trate de modificar el presupuesto tres semanas después de haberlo presentado es de antología. No se explica uno por qué no previeron que los precios del petróleo bajarán, ya que desde que se inició el fenómeno de El Niño se dijo que sería un año muy caliente y con una baja demanda de combustible.

Fallan no sólo en las estimaciones del precio del petróleo, también de la inflación del tipo de cambio, de la balanza de pagos y aun del crecimiento del PIB, y desde luego de las recaudaciones. En esas condiciones se justifica que nadie tenga confianza en este gobierno, a pesar de los apoyos de las cúpulas empresariales que no representan a nadie.

Falta mucho oficio de economistas, y los que así se llaman en el gobierno deberían comportarse con humildad ante tanto fracaso por el evidente mal manejo de lo que traen entre manos; podrían reclamar ciertos conocimientos, pero el mismo nivel que los cantadores: ni más bajo pero no más alto. En este caso, como anota Monsiváis, su error consiste en que convirtieron la macroeconomía en el catecismo del padre Ripalda.

No tiene ninguna lógica dejar entramparse el Fobaproa y el presupuesto en la maraña legislativa, por el capricho presidencial de que las cosas se hagan como él quiere sin justificación ni explicación, con una concepción imperial del Poder Ejecutivo y un desprecio abierto por el Legislativo, que todos los días hacen patente los miembros del corral de los avestruces que forman el equipo económico de nuestro incomprendido Presidente, quien, ni con una dosis mayor de los discursos de ``estoy convencido de que vamos por el camino correcto'' logra convencer a los diputados ni al pueblo.

El presupuesto admite una redistribución de partidas, para no afectar el gasto social y puede aguantar hasta 3 por ciento de déficit, sin que pase nada, no será inflacionario porque simplemente mantiene el nivel de la demanda efectiva. Lo que se dedica al Fobaproa sí es totalmente inflacionario; con una actividad reducida el año entrante, en el 2000 se tendrían aún menos ingresos.

Tiene razón el señor Ortiz cuando dice que esta es la crisis más aguda sufrida por México, pero gracias a ellos. Yo sólo añadiría que es la más larga, ya que se inició en 1980, la más profunda, porque tenemos ya casi 20 años sin crecimiento y sin estabilidad y, desde luego, es la que se ha manejado con mayor torpeza; sólo en los tiempos anteriores a la Reforma el gobierno había actuado con mayor desprecio hacia los intereses del pueblo mexicano.

Es evidente que se necesita cobrar más impuestos, quizá 25 por ciento más del nivel actual, pero antes hay que determinar quién va a pagarlos y en qué se van a gastar, y es necesario despetrolizar las finanzas públicas, porque de lo contrario el ingreso público se convierte en una montaña rusa con bajadas y subidas que no podemos controlar.

La afluencia del capital especulativo es la única forma que se tiene hoy de pagar el servicio de la deuda, pero el precio es muy alto: se paga 30 por ciento de interés para pagar deuda a 10 por ciento. Hay que buscar formas para salir de esta trampa financiera y recuperar la autonomía para poder instaurar una política que fomente el crecimiento y el empleo, la justicia social y la democracia. Los pueblos se están cansando de que los engañen, el nuestro no es la excepción, y que no se les olvide nunca a los gobernantes que la historia no la escriben ellos, la escriben los pueblos, y su juicio es implacable.