Soy pueblerino, pero feliz: Alatorre; Zedillo entrega hoy los premios nacionales
César Güemes Ť Es el actual Premio Nacional de Ciencias y Artes 1998, en el área de Lingüística y Literatura, y serlo le parece por una parte natural, aunque por otra, como el mismo Antonio Alatorre lo dice, sea latoso por lo que el galardón tiene de lucimiento y de publicidad. El hecho es buen motivo para conversar con el maestro y hablar, entre otras cosas, del premio, sí, pero también de la amistad, una palabra que va unida casi siempre a la de literatura.
-Cuente de dónde viene su relación con Juan José Arreola y Juan Rulfo. ¿De qué forma se iba vislumbrando que las letras los unirían?
-Para eso es preciso aclarar que yo hice el equivalente a secundaria y preparatoria en una orden religiosa. Mi padre era muy pobre, no podía pagarme estudios particulares, ni una pensión en Guadalajara. Claro, nunca quise ser cura pero a través de una escuela religiosa me formé. Fui uno de esos niños que ahora ya casi no existen y que entonces nos dedicábamos a leer, en vez de salir a los potreros a matar lagartijas. Leer es mi vicio de siempre. En la escuela me la pasaba entre libros y me gustó aprender latín y griego.
``Al salir de ahí, cuando se acabaron los estudios amenos, a los 20 años, me fui a Guadalajara para ver qué hacía en la vida. No se contaba con una facultad de letras, pero sí una de derecho y en ella me inscribí. Estudiaba leyes porque era lo único que tenía que ver con libros. Hablamos de los inicios de la Universidad Autónoma de Guadalajara, que era muy pobre por entonces; ahora son otros gallos los que cantan. La mayoría de mis compañeros procedían de un colegio jesuita, niños de buena familia. Al terminar mi primer año de derecho mis calificaciones fueron altísimas, los profesores me felicitaron solemnemente y fue cuando comenzaron las vacaciones de 44 a 45. Por entonces ya existía El Occidental, que es antecedente del diario actual. Me invitaron a colaborar. Yo, necesitado de dinero, acudí y me dieron chamba. La verdad es yo vivía como un perfecto inocente. Me encargaron la página del agricultor, ¿pero qué agricultor iba a leer el diario para ver cómo se cultivaba el campo? En fin, lo importante de toda esta historia es que Arreola era el encargado de una plana de literatura, con recortes de aquí y de allá. Ahí lo conocí, mediante esa forma rarísima de hacer periodismo''.
-Y debe ser poco después, cuando se junta la tercia: Arreola, Rulfo y Alatorre.
-Lo que pasa es que Juan José y yo nos caímos inmediatamente bien, platicábamos mucho. Para mí esos seis o siete meses fueron maravillosos, de lo más formativos. Mis estudios de derecho se olvidaron. Con Arreola me dí el gran banquete. Y lo de la orden religiosa venía a cuento porque entre mis lecturas ni por asomo aparecerían los nombres de Flaubert o de Baudelaire. Qué va. Silencio total. Mis lecturas eran absolutamente controladas. En cuestión de literatura contemporánea era yo un perfecto pendejo, no sabía nada. Un día, por ejemplo, conversando con Arreola, le mencioné a Hugo Wast, el novelista religioso, y Juan José se reía a carcajadas de mis apreciaciones. Pero esas eran mis armas. Llegué a conocer todo lo bueno y lo moderno gracias a Arreola.
Compartir la pasión por las letras
``Y entonces sí, me llevó a conocer a uno de sus amigos. Ambos vivíamos entonces en una apretura tremenda. Cuando nació su primera hija yo tuve literalmente que romper mi cochinito para apoyarlo. En fin, total que me llevó a ver a Juan Rulfo, que trabajaba en una dependencia que estaba relacionada con migración. Nunca supimos ni Arreola ni yo lo que Rulfo hacía ahí. El le dijo a Elena Poniatowska que a su cargo dejaron a los italianos y alemanes que se quedaron en México, cuando nuestro país le declaró la guerra al Eje. Pero eso es falso: los alemanes e italianos a quienes sorprendió la guerra en Tampico y Veracruz fueron encerrados en un presidio de Perote. Además de que Rulfo era un empleadito del último escalón. Mi impresión es que para darse importancia Rulfo declaró eso, ya que era muy pintoresco en sus mentiras. Fue mi gran amigo, pero lo cierto es que en su oficina no hacía nada, nunca iba nadie. Era un sitio destartalado. Se la pasaba leyendo novelas. Así que era un personaje muy chistoso, taciturno con excepción de las veces en que se animaba.''
-Hable de la revista Pan, que los une.
-Bueno, eso me parece una curiosidad. Generalmente esas revistas son fruto de un grupo de por lo menos diez escritores. En Pan éramos Arreola y yo, nada más. Eventualmente algún amigo, pero la verdad es que la hicimos para jugar. En vez de dedicarnos a otra cosa, jugamos a hacer en serio una revista que además se regalaba. Pero aquí viene lo sabroso. Un día nos dijo Rulfo: ``Pues escribí algo para la revista esa que tienen, a ver si les interesa y si no tiren el texto a la basura''. Era nada menos que Nos han dado la tierra, que era muy bueno y que nos reveló que Rulfo escribía, porque ni Juan José ni yo lo imaginábamos escribiendo. Pero Juan ya había publicado un cuento en América, donde trabajaba Efrén Hernández, sólo que no nos lo dio a leer. Así era de reservado.
``Pocas veces estuve en casa de Rulfo, que vivía con unos parientes. Y cuando fuimos, Arreola y yo nos caímos de espaldas. Rulfo tenía `lujos' que ni Juan José ni yo nos hubiéramos siquiera imaginado, como discos y una buena cantidad de libros. Vivía muy burgués a la tapatía. Arreola y yo éramos de otro estrato, pero lo que importa es lo que nos unió: la pasión por las letras.''
-Pasemos, si gusta, al premio, ¿es algo que puede esperarse?
-No es un secreto que existe esa institución en México que se llama Premio Nacional en sus distintas secciones. Y cada año los periódicos nos regalan la noticia de los ganadores. Al respecto voy a decirte cuál es mi actitud. Cuando fui a la orden religiosa de que he hablado, me causaban mucha admiración los compañeros que tocaban piano y armonio en la capilla. Uno de los maestros se dio cuenta de que me interesaba el asunto y me preguntó si quería estudiar música. ¿Ah, se vale?, le respondí. Le entré. La música ha sido mi compañera número uno en la vida, somos cuates.
Tener buena suerte
``Cosío Villegas, que fue mi gran apoyo, quería que yo entrara en El Colegio de México. Respecto de eso no podía salir con mi pregunta de `¿Ah, se vale?', porque era algo que me resultaba absolutamente lejano. Por el exceso de cariño que me tenía Cosío Villegas me urgía a escribir un libro. Yo hacía artículos de vez en cuando y estaba muy atareado con la revista de filología. Pero el maestro pensaba que yo estaba perdiendo el tiempo e insistió: `Antonio, mejor escriba un libro y déjese de pendejaditas'. Yo me reía y lo tomaba a broma. Después, cuando hice Los mil y un años de la lengua española no fue para conseguir nada, sino porque la idea del libro me era interesante. Eso tuvo una consecuencia que yo no imaginaba, pero en la que sí pensaron Luis González y Luis Villoro. Si ya tenía un libro, me propusieron como candidato. Entonces sí pregunté, ¿ah, se vale? Los dos me explicaron que mi aceptación había sido muy fácil porque no pertenezco a ningún grupo. No soy de los de nadie. Y ahora, sin pensar en el Premio Nacional, me llaman de El Colegio de México y me dicen: `Antonio, pensamos proponer tu candidatura'. ¿Ah, se vale? Pues les mandé mi curriculum y ya. Luego me llamó el secretario de Educación, lo cual le da solemnidad al caso, para anunciarme el fallo. Y diría que sentí muy natural el hecho.''
-A su vez, era usted un candidado natural.
-Lo era por una razón contundente y ante la cual no podemos cerrar los ojos: la edad. Cuando se lee mi curriculum y se genera la discusión sobre quién va a ser el premio de este año, debieron haberse dicho: este Alatorre lleva 50 años de trabajar. Me parece natural que se piense así. Ahora, aquí hago una precisión: yo, para mi capote, digo: ja, ja, qué trabajo ni qué nada, lo que pasa es que he tenido buena suerte en la vida. Haber conocido a Arreola, pasar por El Colegio de México, mi amistad con Alfonso Reyes y con Cosío Villegas. Todo es una serie de felices coincidencias.
``Nunca he sido ambicioso ni he tenido la menor vocación de rico; la idea de ir a Cancún me repugna. Recuerdo cuando se habló de aumentar el sueldo en El Colegio de México para competir con los salarios de la UNAM. Entonces dije que así estábamos bien, porque a cambio del dinero trabajábamos muy a gusto, sin grillas, sin papelería ni burocracia. En respuesta me decían que la institución iba a quedar despoblada. Pero la verdad es que era cambiar la serenidad por el billete. Cuando pienso así, no falta quien me diga que tengo mentalidad plueblerina. Pero me escandalizo si se tira el pan. Y otra señal: nunca me he familiarizado con el teléfono. Soy pueblerino, si se quiere, pero eso me permite ser feliz sin necesitar de tanto como otros requieren.''
-¿El reconocimiento que le entregarán tiene algo de negativo?
-Lo que tiene de latoso es el lucimiento, la publicidad. Lo último que sé del asunto es que me mandaron una hoja con los nombres y las fichas de los premiados. La leí y le haré correcciones. No estoy contento con la redacción de ese texto, aunque prefiero no decir por qué. De modo que la parte de la ceremonia me parece inútil, y sin embargo es precisa. Claro, un ceremonial de ese tipo es para mí sumamente latoso.