Leí una pequeña obra que explica, con claridad meridiana, los antecedentes legales del proceso español iniciado en 1996, que concluyó con la solicitud de extradición de Augusto Pinochet al gobierno británico. El libro, Pinochet ante la justicia española, escrito por Paz Rojas, y otros, revela, en forma inequívoca, la ignorancia supina --tal vez estupidez-- de Pinochet, o la posible duplicidad de sus asesores legales. Su lectura pone en tela de juicio la supuesta arrogancia temeraria de un anciano que, sabiéndose sujeto a un largo y delicado proceso penal por genocidio, terrorismo y torturas en un país de la Comunidad Europea --España--, se aventura a visitar Inglaterra --a la vuelta de la esquina, acelerando la solicitud de extradición. (Es preciso apuntar que el 13 de marzo pasado, siete meses antes de la detención, los abogados de los querellantes españoles solicitaron la orden de detención internacional a través de Interpol, para la búsqueda y captura del dictador, junto con 38 militares de la nefasta brigada Mulchén de la DINA.)
Los autores del libro, publicado en septiembre de 1998, un mes antes de la solicitud de extradición, se dieron por bien servidos con la sola presentación de la demanda, pues la consideraron, más que un soplo de aire fresco para revitalizar la democracia chilena, ``un golpe (...) que logró agrietar el muro (...) inexpugnable que rodeaba a Pinochet''; el fin de la impunidad; el ingrediente necesario para recuperar la estabilidad política, la dignidad y la verdadera democracia. Sin embargo, Pinochet pudiera haber caído en una finísima trampa tendida por su propio gobierno. Ese sería, después de todo, el golpe maestro; la manera ideal de concluir la transición democrática chilena. Democracia sin tutela militar, sin tapujos ni restricciones constitucionales a la medida; sin senadores designados o vitalicios, ni beneméritos ni comandantes en jefe por vida. Y, sobre todo, sin la presencia embarazosa de un hombre que, en la era de los derechos humanos, se convirtió en el niño tonto y contrahecho que ensombreció los gobiernos de transición de Patricio Aylwin y Eduardo Frei.
El libro comentado afirma que, ante el juicio español contra Pinochet, el gobierno eligió la ``táctica del silencio''. Tanto el gobierno como los militares ``aparentaban no darse por enterados''. Pero, ¿enteraron a Pinochet, sobre todo en vísperas de su viaje a Londres? Resulta interesante que, en mayo de 1997, ante la posibilidad de ser citado a declarar en el juicio español, el ex presidente Aylwin recibió, con carácter urgente, inmunidad diplomática.
Mientras tanto, la importante oficina del Agregado Militar en España ``informaba con regularidad a Santiago, donde un equipo de abogados que dirigía (...) el auditor general del Ejército trazaba la estrategia''. Más aún, cuando El Mercurio reveló, por fin, lo que en España era ya un secreto a voces --el procedimiento penal español con la pérfida colaboración de Estados Unidos--, el canciller José Miguel Insulza, quien hoy parece buscar afanosamente la liberación de Pinochet, mientras ofrece, con displicencia, comentarios desganados a los medios, se limitó a rechazar la competencia de los tribunales extranjeros. ¿Y cómo negar la gravedad del proceso español ante la comparecencia, en octubre de 1997, de Fernando Torres (el hombre que guarda los secretos sobre el 11 de septiembre de 1973), auditor general del Ejército y hombre de confianza de Pinochet, para presentar en Madrid documentación exculpatoria de responsabilidad?
Por eso, el viaje a Londres, en el contexto de una inminente solicitud de extradición a Chile, se antoja como un engaño o una inexplicable imprudencia. Al mismo tiempo que el juicio, la condena y un posible encarcelamiento del general en el exterior ofrece beneficios inmediatos evidentes: la plena restauración de la democracia chilena, la renovación de los mandos en las fuerzas armadas y, finalmente, la eliminación del riesgo de confrontación entre el poder civil y el Ejército, si el juicio contra Pinochet se celebrase en Chile, como condición para negar la extradición desde ese país. Una condena en el exterior rompería el nudo gordiano del creativo ``proceso de amarre'', concebido por Pinochet y muy bien revelado por Luis Maira en Los tres Chile de la segunda mitad del siglo XX.