Más que el reconocimiento de la realidad, casi siempre mucho más severa de lo deseable, el gran motivador del esfuerzo social es el porvenir. No es falso afirmar que aun la dramática oferta de sangre, sudor y lágrimas de Churchill para enfrentar la segunda Guerra Mundial fue aceptada porque como recompensa de futuro estaba mantener la soberanía y la independencia de Gran Bretaña.
La reflexión cobra vigencia en momentos en que el panorama político del mundo se mueve de muchas formas. En Europa, la socialdemocracia está desplazando del poder a los partidos conservadores; en América, empiezan a abrirse paso ofertas políticas que pudieran definirse como contrarias al concepto de mundo globalizado; en Africa, reviven enfrentamientos tribales que se creyeron superados.
Si algo pudiera resultar común en expresiones tan disímbolas, es la búsqueda, una vez que la irreversible globalización que caracteriza a este fin de milenio, no ha podido cumplir con las expectativas que generó.
Ni el asombroso despliegue de la tecnología ni la inimaginable vinculación entre los seres humanos ni haber logrado metas en la ciencia impensables, han podido revertir los ancestrales problemas de los seres humanos.
La pobreza, la marginación, la enajenación y la violación superan con mucho el bienestar que pocos segmentos de la población mundial han logrado consolidar.
Regiones enteras del mundo, incluso algunas que en un momento se consideraron ejemplo del avance, vuelven a ser presas del hambre y del frío, de la división y el enfrentamiento.
Es la falta de expectativas lo que está dominando el espacio de la política; no sería la primera vez que sucede. Debemos recordar que fueron los votos de los alemanes los que llevaron a Hitler al poder; tampoco hay que olvidar que ellos se gestaron por las absurdas condiciones del Tratado de Versalles, que los colocaron en la dramática situación de no tener ya nada que perder.
La falta de instituciones capaces de gobernar a un mundo transformado, justamente por la globalización, es lo que se expresa en esa búsqueda de vías que aporten las mínimas garantías de que el mañana será mejor que el hoy, expectativas elementales acerca de que el destino no es el hambre o la ruptura social.
Fácil es descalificar a la tercera vía en Europa, al nacionalismo en Venezuela o a las guerras tribales en Africa desde la óptica del poder establecido o de las cómodas oficinas de las corredurías financieras; sin embargo, esa descalificación no bastará para impedir que la búsqueda continúe e, incluso, se radicalice.
Es posible que las ofertas de futuro que se basan en el simple voluntarismo, sean derrotadas por las innegables realidades; pero también lo es que la negativa a buscar soluciones, la cerrazón y la ceguera, terminen en la destrucción de un orden económico que cada día coloca a más individuos y a más sociedades en la dramática situación de no tener ya nada que perder.