La Jornada 14 de diciembre de 1998

Me casé con la pintura y soy su esclavo: Filemón Santiago

Angélica Abelleyra Ť Pintor del drama de lo cotidiano, artista con una poderosa capacidad metafórica y disidente de la plástica oaxaqueña que impera en la actualidad, tales son algunas señas de identidad que nos conducen hacia la obra de Filemón Santiago, quien el pasado sábado 12 presentó la exposición La razón del sentimiento, en el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca (MACO).

Natural de San José Sosola, el mixteco de 40 años traslada su permanente asombro hacia el óleo, convertido en cuadros de un naturalismo sorprendente, en planos próximos y casi superpuestos para ``reflejar lo real y lo imaginario en una obra que busca la unidad de lo que me extraña y admira'', dice en charla telefónica.

Ya el desaparecido ensayista Robert Valerio señalaba las huellas dactilares de Santiago, para situarlo en el bando de la disidencia plástica oaxaqueña: su desvío de la ``sintaxis'' dominante en aquella región, donde ``el paradigma folclorista responde a las exigencias de exotismo y decoratividad de un mercado de arte que es primordialmente un negocio de exportación''.

También destacaba cierta humildad en su paleta, ya que ``no intenta deslumbrar sino marcar un terreno anímico dominado por la nostalgia y, sentimiento incompatible con cualquier folclorismo, la angustia individual o colectiva'' (Viceversa, marzo de 1998).

De la misma manera, el escritor Fernando Solana reconoce los trazos que otorgan singularidad a este trabajo plástico. En el catálogo editado con motivo de La razón del sentimiento, el actual director del MACO subraya la utilización que el autor hace de la retórica como medio para traducir la verdad, así como la fuerza de su pintura, ``que traspasa el naturalismo meramente visual para metaforizarlo, para mostrar lo otro de eso mismo, para romper las asociaciones aparentes de los elementos que utiliza y colocarlas más allá de su sentido inmediato, para atisbar el mundo que está más allá de los sentidos''.

Con un lenguaje más llano y directo, es el propio Filemón Santiago quien define su trabajo solitario frente a la tela:

``Pintar significa lograr todos mis sueños, tanto los materiales como los espirituales. Hace algunos días me di cuenta de que si no estoy pintando no tengo paz y vivo una vida aburrida. Cuando pinto, mi mente se ocupa, mis músculos están tensos y me confronto al vacío. Por eso digo que la pintura es mi doctor y mi esposa. Me casé con ella y soy su esclavo''.

Admirador de Edvard Munch y Giorgio de Chirico, Filemón tiene sin embargo una especial admiración por Rufino Tamayo. ``El me enseñó a ver la pintura como algo orgánico, lo más lejano que existe de la ligereza y de la ociosidad. Una vez lo visité en México y me hizo una crítica fuerte que, lejos de desanimarme, fue como un impulso para empezar de cero. Me sugirió que primero tenía que aprender a pintar; con eso me lo dijo todo. Y me lo tomé tan a pecho que he optado por continuar en la línea de tratar de entender eso de la pintura, un lenguaje que no acabo de comprender, porque cuando pienso que sé, es que no sé nada. Tal vez con los años ya entendí que cada cuadro es una lucha y que una obra no estará terminada sino con el paso del tiempo. El juez mayor es el tiempo''.

La felicidad no significa mucho para él

La vida en la Mixteca ha marcado desde siempre la paleta de Santiago. De su pueblo salió a los 14 años para estudiar pintura en Oaxaca y acudir al Taller de Artes Plásticas Rufino Tamayo, dirigido entonces por Roberto Donis, donde eran sus compañeros Cecilio Sánchez, Abelardo López y Alejandro Santiago, entre otros oaxaqueños que ya han encontrado un sitio en el mapa artístico de la región. Posteriormente, Filemón vivió en Chicago por tres lustros (1978- 1992), y en el extranjero las fábulas que sus mayores le contaron de niño quedaron como vislumbres del pasado. Pero el enriquecimiento visual logrado en museos y calles de Estados Unidos, el asombro que le generaron Munch y De Chirico -``me enseñaron la composición y la luz, pero sobre todo su espíritu de melancolía y tristeza''- fueron marcas que después retomaría.

``Dentro de la lucha cotidiana en Estados Unidos se amacizó mi trabajo. Por eso se requiere de mucha madurez cuando regresas a tu país para plasmar acá todo el aprendizaje. Confrontar la obra de los artistas estadunidenses y de los europeos con mi propia pintura fue la enseñanza más importante en mi vida. Entonces quizás no tenía todos los sentidos abiertos, pero creo que el enfrentarme a cuadros de otros pintores me hizo mella y repercutió finalmente en mi creación. De entonces a la fecha me ocupa la misma pregunta y la única certeza: el trabajo''.

Un trabajo que, tras 25 años de insistencia, da como resultado la selección de una treintena de cuadros de épocas recientes, sobre todo, pero también algunos otros de principios de la década de los 90, que integran la muestra organizada por el MACO y la Galería Arte de Oaxaca; primera incursión de Santiago en el citado museo de arte contemporáneo.

De la añeja época del Taller Tamayo, comandado por Donis, recuerda: ``Ahora se tiende a manejar mucho eso de que existe una Escuela Oaxaqueña de Pintura. Yo no sé si exista como tal. Tal vez persista una manera, la tendencia de un grupo que impulsó Donis y hasta ahora permanece como leyenda. Pero creo que con los años cada uno ha agarrado su camino y ha descubierto que lo más importante es ser uno mismo; eso implica disciplina, dejar la flojera, olvidarse de la altanería y estar siempre del lado de la sencillez''.

Participante en la película Pisando el cielo: pintores de Oaxaca, dirigida por el cineasta alemán Boris Penth para el canal franco-alemán Arte, Filemón Santiago concluye: ``Pinto en un estado de ánimo nostálgico. No he pintado mucho acerca de la felicidad, porque la felicidad no significa mucho para mí. La tristeza es real y está todo el tiempo entre nosotros''.