Investigación, docencia, producción y consumo

Políticas para fortalecer a la UNAM

Francisco Fernández de Miguel

Pasar de ser consumidor a productor es la transición que determina el desarrollo. Ese cambio se origina en la capacidad de generar ideas y llevarlas a la práctica, y la investigación científica es fundamental por el perfil de los recursos humanos que de ella emanan. Por esa razón, los países que saben invertir destinan una gran cantidad de presupuesto a las actividades científicas.

México, desde luego, no está en esa situación. Peor aún, a los efectos de la crisis financiera se suma una desinformación de altos funcionarios acerca del valor de la investigación científica y su vinculación natural con la docencia. La reciente aparición de las Políticas para enriquecer la función docente en la UNAM, junto con una serie de declaraciones de altos funcionarios dentro y fuera de la UNAM, han dejado ver que para ellos la investigación científica en México sólo tiene sustento como una manera de fortalecer la docencia frente a grupos de licenciatura. Además, han expresado que los científicos no participamos adecuadamente en la labor docente y, por lo tanto, no cumplimos con lo que el país requiere de nosotros.

Sin embargo, en la UNAM, además de 35 por ciento de investigadores que imparten cursos en la licenciatura, el resto participamos regularmente en cursos de posgrado. Aunado a eso hay otra forma de enseñanza que los investigadores practicamos de manera exclusiva, quizás la más importante y menos reconocida: la dirección de tesis de licenciatura, maestría y doctorado. ¿Por qué ésta es fundamental para el país?

Durante los años de entrenamiento en los posgrados los estudiantes aprenden a definir problemas científicos originales y a resolverlos hasta sus últimas consecuencias utilizando el método científico. Aprenden a manejar información, integrarla, discutirla y, con ello, a erradicar las malas ideas y permitir que las buenas se desarrollen. Desde que ingresan al posgrado se inician en una serie de evaluaciones por comités especializados. Es responsabilidad del tutor prepararlos para todo eso.

Los alumnos deben aprender diversos métodos para desarrollar sus proyectos. Es común la creación o modificación de técnicas o aparatos, lo cual es la base del desarrollo tecnológico. De ahí que muchos de los trabajos más reconocidos de algunos investigadores sean descripciones de técnicas que han permitido dar solución a múltiples problemas.

El tutor debe entrenar a los estudiantes para obtener datos reproducibles y expresarlos cuantitativamente. Cuando la respuesta llega, maestro y alumno se preparan para presentar el trabajo ante foros especializados nacionales e internacionales, en los que se discuten los resultados. Eso ocurre muchas veces en inglés y es necesario que el alumno aprenda a hacer una exposición clara y una defensa certera de su trabajo. Finalmente, el trabajo está listo para ser publicado en alguna revista internacional, para lo cual el manuscrito tendrá que prepararse en inglés y ser evaluado de nuevo por revisores también internacionales.

En todas y cada una de las etapas anteriores, la participación del investigador es fundamental. Esa forma de educación lleva varios años de trabajo e interacción personal y continua, en los que el investigador, además de guiar al alumno, debe corregir sus manuscritos y tesis en varias ocasiones y responsabilizarse de favorecer las condiciones necesarias para trabajar, o sea, conseguir financiamiento para materiales, equipo, becas, congresos, etc. Ese proceso es largo y costoso, ya que ``echando a perder se aprende'' y los alumnos tardan uno o dos años en hacer lo que un investigador, por ser mucho más experimentado, podría hacer en dos o tres meses.

Al cabo de tres o cinco años, toda esa inversión está lista para empezar a dar frutos: los alumnos se van al extranjero, a otras universidades o a la industria, y el investigador debe continuamente reiniciar el proceso con gente nueva. Por supuesto que cualquiera recibe de mil amores a gente con esa preparación. ¿A qué industria, universidad o institución le molestaría contar con profesionales con esas características? ¿Quién, además de los investigadores, podría dar un entrenamiento como ése? ¿Queremos esa educación para los mexicanos o no?

Investigadores a las aulas

Nadie pone en duda la importancia de que los investigadores impartamos clases de pizarrón. Al ser expertos en algún campo, nuestro conocimiento está más actualizado que el de los libros de texto. Por ello, las discusiones y enfoques deben ser más enriquecedores para los alumnos. Eso desde luego se cumple en los posgrados, en los que los investigadores damos cursos monográficos de nuestros temas de especialidad. Sin embargo, las clases en las licenciaturas de la UNAM tienen un matiz distinto, ya que en la mayoría de las escuelas y facultades un investigador debe impartir un curso semestral completo. Eso ha ahuyentado a muchos investigadores, debido a que la cantidad de información en cada campo ha crecido vertiginosamente y, en consecuencia, hemos perdido la capacidad de manejar adecuadamente la información necesaria para impartir un curso completo de buena calidad.

Para impartir una hora de clase de un tema que no dominamos es necesario distraer varias horas productivas de otras actividades. Al repetir ante los alumnos lo que leímos el día anterior, se pierde el sentido fundamental de llevar a los investigadores a las aulas y el sistema entero involuciona de productor a consumidor. Una solución común en otros países, y que pocas veces se ha implantado en México, es dividir los cursos en temas y que los investigadores impartamos el de nuestra especialidad.

Ahora bien, si todos los investigadores damos clases en las licenciaturas, ¿quién las impartirá en los posgrados? Y si todos damos clases en las licenciaturas y en los posgrados, ¿quién hará la investigación científica con la que se formarán los recursos humanos de alta calidad que México requiere urgentemente?

Encrucijada barnesiana

Es necesario encontrar un balance adecuado entre la docencia y la investigación, pero un requisito fundamental para mejorar ambas, sin descuidar ninguna, es incorporar más investigadores con mejores condiciones de trabajo.

Las políticas para fortalecer la docencia en la universidad están a discusión. El problema de la docencia en la UNAM es serio y real, y el rector Francisco Barnés se encuentra ante una encrucijada. Uno de los caminos es impulsado por las políticas federales, aconsejadas a su vez por organismos internacionales, y lo encaminan a forzar a los investigadores a acudir a las aulas. El castigo para el que no lo haga será económico. La promesa a cambio es financiamiento para la máxima casa de estudios del país. El riesgo es el deterioro de la educación personalizada que sólo los investigadores ofrecemos.

Aunado a ello, las nuevas políticas federales plantean la creación y financiamiento de nuevos centros de investigaciones extrauniversitarios que, ante la oferta barnesiana de trabajar más y recibir menos, se presentan como una tentación para los investigadores que posiblemente abandonarían la UNAM.

Otro camino lo lleva a situarse como líder natural de nuestra casa de estudios, haciendo uso de las ideas que de ella emanan para planear la universidad que el país necesita y refrendando la autonomía universitaria. La UNAM agrupa la mayor cantidad de investigadores y maestros en México, expertos en muchas áreas. Entonces, de los académicos pueden y deben surgir diagnósticos y soluciones a sus problemas. Mejorando su investigación y docencia es como nuestra universidad puede incidir en el proyecto de nación. Los mexicanos conocemos bien los efectos de las malas políticas. Ojalá que el rector tome el camino correcto.

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