Juan Carlos Miranda Arroyo
Cuatro años de políticas científicas
¿Qué ha hecho el gobierno del presidente Ernesto Zedillo para superar los problemas que enfrenta la investigación en ciencias, humanidades y tecnologías? La situación no ha cambiado, al menos en cuatro rubros centrales, y todo parece indicar que en materia de políticas científicas los dos años que quedan (hasta diciembre del 2000) serán insuficientes para corregir el rumbo.
El financiamiento, la distribución de recursos humanos, la centralización de infraestructura de operación y la formación de grupos de poder para la toma de decisiones, son los cuatro rubros a los que me refiero.
El deterioro observado en materia de investigación está asociado con la escasez de recursos financieros para desarrollar tal actividad. A pesar de las recomendaciones que la UNESCO ha hecho a los países de desarrollo intermedio, en el sentido de canalizar un mínimo de recursos financieros a la ciencia como parte del gasto nacional (público y privado), en una proporción de 1.5 por ciento del PIB (como parámetro internacional), México no ha alcanzado durante toda su historia ni siquiera 1 por ciento de ese indicador económico. Una condición precaria de tal magnitud no permite desarrollar adecuadamente ningún intento de crecimiento o consolidación de la planta científica.
Y eso no es lo más grave. El Programa de Ciencia y Tecnología 1995-2000 establece como meta para el final del actual sexenio destinar sólo 0.7 por ciento del PIB para el desarrollo de actividades científicas y tecnológicas (Diario Oficial de la Federación, 05/06/96). Ese es el tamaño de las prioridades que el actual gobierno federal visualiza para promover el potencial científico y tecnológico de la nación. ¿Acaso se pretende cerrar toda posibilidad para que la pequeña comunidad científica del país se reproduzca y robustezca? ¿Adónde vamos a llegar con ese volumen de inversión en ciencia y tecnología?
De acuerdo con reportes publicados en 1996 (ver Indicadores de actividades científicas y tecnológicas. SEP-Conacyt), ``en México los recursos humanos dedicados a las actividades de investigación y desarrollo experimental (IDE) son escasos''. Asimismo, si se compara el número relativo de investigadores en México -según el Conacyt-, se observa que existen cinco científicos por cada 10 mil habitantes de la población económicamente activa (PEA). Ese mismo indicador es superior en otros países integrantes de la OCDE como Estados Unidos (74), Suecia (68), Francia (59), España (28), Italia (32) o Grecia (18), entre otros. En ese terreno, México sólo se aproxima a Turquía, cuyo indicador es de siete investigadores por cada 10 mil habitantes de la PEA.
En cuanto a la distribución de los científicos, México destaca por su marcado centralismo. Del total de miembros del SNI, casi siete de cada 10 trabajan en instituciones del Distrito Federal y los estados de México y Morelos. La UNAM, por sí sola, aporta a uno de cada tres miembros del sistema en todas las áreas de conocimiento y niveles.
Por lo que toca a infraestructura científica del país durante los inicios de la presente década, 50 por ciento de las iniciativas aprobadas fueron canalizadas a instituciones que se localizaban en el Distrito Federal. Cerca de 140 de los 273 proyectos de apoyo a la infraestructura aprobados entre 1992 y 1995 fueron destinados a las unidades de investigación ubicadas en la zona metropolitana de la ciudad de México.
Por otra parte, uno de los capítulos más oscuros del precario desarrollo científico y tecnológico de México es la toma de decisiones, esto es, la formación de grupos de poder en el ámbito de la administración de la ciencia. Si bien el Conacyt es oficialmente la institución rectora de las políticas científicas y tecnológicas nacionales, su inoperatividad y tendencia constante a la burocratización lo convierten en un organismo poco útil para cumplir los propósitos para los que fue creado.
Sin considerar otros indicadores de interés y trascendencia estratégicos (como la baja presencia de la investigación mexicana en el mundo -fenómeno que, por cierto, es común para las naciones de América Latina y el Caribe-, la moderada publicación de artículos en revistas o libros de calidad científica internacional y, entre otros aspectos, la tendencia al envejecimiento de los investigadores en el país, los problemas salariales de los científicos, el raquítico apoyo a los jóvenes investigadores o el avance de la llamada fuga de cerebros), existen datos para asegurar que el panorama de ``insuficiencias estructurales'' que padece la investigación desde hace algunas décadas en México ha sido agravado durante el presente sexenio.
Al cumplirse en estos días el cuarto año de gobierno (que incluye el desliz inicial de nombrar a Fausto Alzati, ex director del Conacyt, secretario de Educación), ¿qué debemos festejar en el ámbito de las políticas científicas, más allá de posar para la foto al lado del doctor Mario Molina?
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