Héctor Aguilar Camín
El valor de los acuerdos
La democracia es cara. El largo debate para acordar los términos del rescate bancario ha costado al país este año más de 100 mil millones de pesos. Los intereses acumu- lados desde que el paquete de rescate se hizo del conocimiento público, a principios de 1998, hicieron subir la suma inicial de 552 mil millones en febrero a 654 mil en diciembre. El PRI y el PAN finalmente llegaron a un acuerdo sobre la forma de hacer el rescate bancario y el día de la Virgen de Guadalupe, como por un milagro de ella misma, votaron favorablemente una solución al problema.
Lo primero o lo más inmediato que hay que celebrar del acuerdo es que detiene el crecimiento loco de la cuenta de ese rescate, que es de 472 millones diarios*. Lo fundamental sin embargo no es de naturaleza financiera, sino política. El acuerdo de los diputados suspende el signo mayor de incertidumbre que pendía sobre el inminente futuro económico del país, nada menos que la incertidumbre sobre si su sistema bancario está o no en quiebra. Empezar el año de 1999, que se presenta de por sí mundialmente deprimido, con un agujero institucional de ese tamaño no era correr un riesgo de desastre, sino encaminarse a un desastre seguro.
El acuerdo ha puesto también en la mesa un punto a favor de la responsabilidad del Congreso, muy deteriorado en su imagen de desacuerdo sistemático, pero pieza fundamental en el futuro de la gobernabilidad democrática del país. La pluralidad del Congreso mexicano, en particular de la Cámara de Diputados, donde el gobierno no tiene mayoría, ha parecido hasta ahora la casa de la discordia y la parálisis, más que el lugar de la riqueza y la negociación democráticas. La solución camaral dada al rescate bancario suspende esa imagen y ofrece la de un cuerpo capaz de llegar a acuerdos en asuntos fundamentales y ofrecer al país soluciones, no sólo conflictos.
En un momento del cambio político donde decisiones centrales del gobierno han pasado a ser compartidas con el Congreso, es de la mayor importancia tener un Congreso con capacidad de llegar a acuerdos. Y en un Congreso donde el gobierno no es mayoría, es fundamental que haya en él fuerzas de la oposición flexibles, capaces de pelear sus causas pero también de coincidir con el gobierno y de garantizar en todo momento a la sociedad un orden superior de estabilidad y certidumbre políticas. El electorado premia al final a quien le da soluciones más que a quien le trae problemas.
Así parece haberlo entendido el Partido Acción Nacional en el caso del rescate bancario. Todo lo contrario parece entender el Partido de la Revolución Democrática, que acusa al PAN de traición por haber llegado a un acuerdo con el gobierno, asunto natural y hasta rutinario en cualquier sistema democrático. Si la oposición no pudiera por principio coincidir nunca con el gobierno, sólo habría gobiernos estables donde éstos tuvieran mayorías absolutas en el Congreso. En todos los demás habría parálisis e ingobernabilidad.
La falta de naturalidad para llegar a acuerdos en cuestiones fundamentales es una de las incertidumbres mayores que siembran las fuerzas políticas, de la oposición y del gobierno, en el nuevo clima democrático de México. El camino del PAN hacia la solución del problema bancario es un camino en sentido contrario de esa incertidumbre, un aviso de gobernabilidad en medio de la discrepancia.
Más importante que el contenido puntual del acuerdo es el mensaje de estabilidad y certidumbre enviado por el acuerdo mismo. Nada mejoraría tanto el ambiente político del país como una sucesión de acuerdos del Congreso a los temas fundamentales que aún quedan en su agenda. Nada tampoco rendirá más votos a los partidos políticos que volverse los partidos de las soluciones, en lugar de los partidos del pleito.
* Los cálculos son de Angelina Mejía, con los Cetes como valor de referencia en las tasas de interés aplicadas. Crónica, 10 de diciembre de 1998.