La tercera parte es la que ya no es mía. Ni siquiera cuento con los elementos para contarla, se cuenta en otros. Voy a cometer una indiscreción, pero a mi modo de ver es un ejemplo que ayuda a explicar todo.
En mis hijas conservé a Esperanza estos 31 años que llevo de ser el viudo. ¿Saben? En realidad nada se pierde; es como la materia, en la vida nada se crea ni se destruye, sólo se transforma. Pero no, dispensen, no me los voy a perogrullar. Al fin que ya se van.
Hace poco Alba María, la menor de mis niñas, cumplió 50 años. Desde chica fue noviera y fiestera. Baila de todo, si la pican canta y es la clase de hembra que pone inquietos a los hombres. Sólo por ella conocí más de diez yernos y candidatos a yerno, salvo algún imbécil, gente por lo regular interesante, y miren que a mi eso de las parejas de mis hijas no se me da, por más que ellas me enseñaron a no ser celoso, desde que empezaron con esas cosas.
Alba María reunió un buen pedazo de su vida esa noche, yo incluido. Quiero decir, me invitó, y acudí. Nunca me meto en las fiestas de mis hijas, y a mis años, un baile de tales dimensiones, nunca.
Estaban las tres niñas, la mayoría de mis nietos y nietas, y lo que es peor, sus respectivos amigos. Vaya tumulto. La fiesta parecía de ellos. Pero también estaban los treintones, cuarentones, cincuentones y más arriba de eso, que conforman el universo existencial de mis hijas.
Ya no me da por pensar ``si Esperanza viviera'', pero esa noche lo pensé. Todos me parecieron un montón de alegres y desbocados adolescentes, una edad que a Esperanza le encantaba. Nunca conocí nadie que disfrutara más la edad de la punzada de los chamacos. Joaquín joven fue el corazón de su vida, y al menos le dio tiempo de conocer a la primera de sus nietas. Fue idea suya ponerle Angela.
La glomerulonefritis acabó con Esperanza de la manera más brusca, en el 67. No tuvo que sufrir lo de Joaquín. Entre nosotros nos repartimos el dolor que le hubiera tocado a ella, y sabíamos que sería mayor que el de mis hijas y mío juntos.
Los chicos de Alba María pusieron para su mamá un circo de ruido y luces. Trajeron lo que ellos llaman buenos músicos y los invitados estaban tan bien borrachos que no hicieron sino bailar. Hasta yo. Cordelia fue la primera que me sacó a la pista. De mi segunda hija no les hablaré porque, porque es mi Cordelia. Luego Gabriela. Con la del cumpleaños me pasó lo que a todos sus hombres: tuve que ir por ella.
Respetables caballeros de corbata, profesores de mezclilla, mujeres de todas las tallas, chamacos vestidos de indio, o bien pelo color zanahoria, y chamacas con la cara perforada en plata, unas completamente pelonas, y otras agresivamente peludas. Imaginen qué zoológico.
Alba María trabaja de analista. Es tremenda cocinera. Sus tres hijos, cada uno de distinto padre (siendo uno un empresario de derechas y buen dinero), tienen en común que les van a los zapatistas, como no podía ser de otro modo en la familia.
El actual novio de Alba María es un no sé qué en el gobierno del D.F. Esa noche me lo presentó. Podría ser tu hijo, le dije, y ella me dijo que no, que tiene más de cuarenta, que es tragaños. Y ya no le insistí, total, a mí qué.
Esa muchacha me maravilla. Siempre lo hizo. Tiene una soltura marítima, casi descarada. Trata a la mayoría de ex novios y esposos con arrolladora coquetería. Le sale del inconsciente. No importa que el buen hombre se haya vuelto a casar o lo que sea. Dos por lo menos estaban allí con sus esposas. Los hizo sudar.
A la fiesta fueron varios. Según Raulito, casi todos, y eso que su edad le impide conocer la mitad de la lista. Alba María bailó con todos. Como en una película francesa.
Gabriela es como yo, fiel a un amor el resto de su vida, pero viendo la naturalidad de su hermanita me confesó que le daba envidia, en un momento en que Alba María bailaba en ronda con sus hijos, con uno que fue su novio de preparatoria y con su actual pareja, el tragaños.
Supongo que su vida sentimental no siempre fue lo divertida que parecía en ese momento. Ella escogió usar así su corazón, vaya.
Vieron lo bien que baila. Su radiancia era la fiesta de todos queriéndola de una manera especial, y agradecida. Suerte que no tuvo hijas; si tuviera una, de seguro estaría peleada con ella; es del tipo.
La vi tan poderosa que sentí orgullo. Les parecerá una tontería. Ahí yo viendo esa intensidad despierta, en un rincón sonando una música indescriptible de un conjunto de guitarras eléctricas que se llamaba Los Atomos de Emiliano Zapata o algo parecido, en la mitad del salón viejos y jóvenes brincando sin temor al ridículo, y en el centro de todo Alba María teniendo al mismo tiempo todas las edades de su vida, feliz como niña.
Qué más me da haber sido casi nadie. Puente genético, ya les dije. Nada más por eso que veía la vida había valido la pena y sentí una paz profunda que no imaginan.
Dirán que me desvíe del tema. ¿Cuál tema? Ustedes querían que les hablara de personalidades, de cuando nos mataron a Durruti por la espalda, o del exilio, o de cómo me hice un quieto individuo mundial, y les salgo con sentimentalismos.
Miren. Lo que les interesa, a mí no. Fueron casualidades, buena o mala suerte tal vez. He servido para lo que sirve un tronco: dejar que lo que importa florezca. Ya harán leña de mí algún día para sus fuegos. No está mal, como última utilidad dar un poco de calor. Como decía una canción de mis tiempos, ``me están matando, pero estoy gozando''.