Al ratificarse el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos y Canadá, se supuso que habría una mayor integración entre la economía mexicana y la de sus socios. Si bien en el plano comercial se ha producido un aumento importante de las transacciones con los vecinos del norte, en la esfera financiera se confirma una divergencia cada vez más pronunciada, especialmente en las tasas de interés, lo que refleja tanto un fracaso de la política económica del gobierno como de los acuerdos internacionales suscritos.
Mientras que en el México de hoy suben las tasas de interés de la banca comercial por encima de 30 por ciento, en Estados Unidos han estado bajando, de 5.5 a 4.75 por ciento, por decisión del Federal Reserve Bank, en los últimos dos meses. Para el banco central norteamericano es fundamental mandar señales al mercado para impedir que se produzca una recesión económica, y por ello considera que es conveniente en estos momentos ofrecer crédito barato a todos aquellos que lo requieran. Ello, a su vez, ha tenido un impacto notable sobre el desempeño de las bolsas financieras y mercantiles.
El descenso de tasas de interés también ha sido pronunciado en la Comunidad Europea, donde 11 países recientemente bajaron sus tasas a 3 por ciento, un nivel extremadamente bajo, que da oportunidad a cualquier empresario, constructor o agricultor, de pedir prestado para impulsar las actividades económicas que le interesan. Dicho sea de paso, la coordinación en esta materia entre los países europeos es muy buen augurio para el próximo lanzamiento del euro, la nueva moneda paneuropea que comenzará a operar en enero próximo y que será el gran rival del dólar en el futuro.
Dada la tendencia mundial a bajar las tasas de interés, hay que preguntarse por qué en México se sigue el camino inverso y se hace cada vez más caro y escaso el crédito. Ello tiene mucho que ver con el esquema monetarista que maneja el Banco de México, que sostiene que la principal prioridad de la política económica no radica en impulsar el crecimiento, sino en reducir la inflación, lograr un superavit fiscal y asegurar que los inversores extranjeros y los nacionales (millonarios) no se espanten y sigan intentando hacer negocios en el país.
Más concretamente, los tecnócratas justifican la subida de las tasas de interés en lo siguiente: 1) Tendrá un efecto anti-inflacionario, porque al reducirse el crédito se deprime la actividad económica y se retringe el dinero en circulación; ello, a su vez, tiene un efecto a la baja sobre los precios. 2) Las alzas en tasas de interés hacen que inversiones en papel de gobierno, como los Cetes, sigan siendo atractivas, a pesar del peligro siempre latente de una devaluación del peso. Los grandes inversores quieren asegurar fuertes ganancias, junto con la garantía de recuperar sus capitales en dólares: en otras palabras, quieren que el Banco Central elimine el riesgo y asegure alta rentabilidad.
Todo esto puede estar muy bien para los individuos y grupos económicos más poderosos, pero el problema consiste en que la mayoría de la población mexicana requiere de crédito barato para impulsar sus actividades mercantiles y productivas. En resumidas cuentas, el actual equipo gobernante está dispuesto a reforzar la recesión económica con el fin de seguir su modelo, mientras que el resto del mundo está tratando de evitar esa recesión. Es una contradicción que no parece tener solución si no es de carácter político, y ello es lo que hace tan importante el actual debate sobre la política económica.