Todo parece indicar que ante la reiterada política neoliberal de conducir a los salarios al inframundo, que en esta etapa fue contestada con la ``gallarda'' actitud de los integrantes ``obreros'' de no firmar el acuerdo (¡pura dignidad! ¡Qué machos!), los efectos ya no van a ser los mismos que antes. Porque más allá de las protestas de algún columnista, nada se movía y todo permanecía igual.
Ahora, aunque con bastante timidez, la Unión Nacional de los Trabajadores ha ejercido ciertas presiones con paros breves a cargo de tranviarios y telefonistas, sin afectación real del servicio y quizá con la simple intención de expresar una inconformidad que pudiera convertirse en reacción de mayor violencia.
Los deudores de la banca han vuelto a manifestarse, bastante tiempo después del golpazo de la brava Suprema Corte (iba a escribir ``de justicia'', pero se me acabó la tinta) y no es difícil que también lo hagan las organizaciones sindicales un poquito más radicales.
Hay, ciertamente, la posibilidad de que los universitarios, golpeados con los recortes presupuestales, tengan a su vez una reacción parecida. Y en ese caso habría que pensarlo mucho antes de provocarla. No faltan antecedentes.
En el fondo y en la superficie lo que es evidente es la falta absoluta de confianza en la acción económica del gobierno. El mismo desbarajuste que se produce en la Cámara de Diputados con el tramo Fobaproa, está generando a su vez una evidente desconfianza hacia las acciones estatales, cubiertas o encubiertas y sin duda alguna la aprobación del presupuesto que en épocas de mayoriteo priísta se lograba en diez minutos, está en grave riesgo de no lograrse.
Todo esto parece negativo para muchas personas. No para mí. Porque lo que es evidente es que nuestro país ya no puede ser tratado como un sujeto pasivo, sin voluntad ni voz. Hoy participa en la vida política y lo quiere hacer en la económica. México no está dispuesto a que subsista un corporativismo indecente o a que algún lidercillo diga por ahí que las manifestaciones en contra del aumento-disminución del salario mínimo son absurdas y que sólo traen violencias innecesarias.
Las estadísticas dicen, sin embargo, al menos las de la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje, que ha disminuido el número de huelgas. No lo dudo. Porque el problema es que los trabajadores ya se han dado cuenta de la trampa mortal que implica el procedimiento de huelga diseñado en la Ley Federal del Trabajo, que la condición a controles estatales muy rigurosos y que, a mayor abundamiento, en ocasiones favorece mucho más a los empresarios, cuando sus almacenes están llenos por falta de compradores y lo que quieren es salir de inventarios, dejar de producir y no pagar salarios durante una temporada.
La crisis ha puesto de manifiesto que esa huelga tiene muy poco de movimiento social y por esta razón en el proyecto del PAN su diseño es absolutamente diferente, al grado de que se puede desistir, inclusive, de la huelga, sin dejar de presionar para la revisión de un convenio o pacto normativo (colectivo) de condiciones de trabajo (mal llamado en la ley contrato colectivo de trabajo).
La ineficacia dolosa de las juntas de conciliación y arbitraje es otro motivo por el cual los trabajadores empiezan a pensar en que las vías directas pueden ser mucho más eficaces. La primera, la manifestación pública y enseguida, paros, tortuguismo, ausentismo colectivos y otras medidas que los trabajadores sabrán instrumentar.
Todo esto es positivo. Porque, de manera particular, los trabajadores y los deudores: en el fondo son los mismos más o menos, y, tal vez, los estudiantes, vuelven a ejercer su derecho a la voz. Y serán palabras fuertes que más valdrá no ignorar.