Una noche incandescente de jazz en Estocolmo
Pablo Espinosa, enviado, Estocolmo, 12 de diciembre Ť Unos días antes que el rey de Suecia pusiera en manos del autor de El Evangelio según Jesucristo el Premio Nobel de Literatura 1998, Eric Clapton, es decir, Dios, convirtió en fuego las llamaradas de vaho que expelen, por causa del frío polar del invierno escandinavo, las bellísimas suecas y los perfectos suecos que, en número aproximado de 15 mil, atiborraron el Globe Arena en otro de los conciertos inolvidables del mano lenta en su actual peregrinaje merced a su nuevo disco, titulado precisamente Pilgrim.
Pero no sólo Dios, es decir Eric Clapton, hace de Estocolmo la Capital Cultural del Mundo 1998, celebración que culmina este diciembre y título que pasará, todo 1999, a manos de Helsinki, aquí nomás cruzando el Báltico. También estuvo aquí Elton (Juanito) John y estarán, en breve, los localísimos The Corrs y la sibila Sheryl Crow y un largo etcérera que hace del frío polar fogatas incandescentes y musicales.
Estocolmo figura, en tanto, como uno de los puntos cardinales del jazz en el universo. Larga es la lista documentable de la también luenga tradición jazzeada sueca, a la que por cierto dedica una sala entera el insólito Musikmuseet, el Museo de la Música, único en el mundo. Entre otros prodigios, el movimiento, vasto, jazzístico sueco ha aportado por lo menos a dos de los más grandes bajistas de jazz en la canica: Palle Danielson y el genial Niels-Henning Orsted Pedersen.
Charlie Parker, Miles Davis y otros ángeles
A Estocolmo han viajado ángeles del jazz, también en lista impresionante no tanto por cantidad sino por eso específico. Pongamos sólo tres ejemplos requetemblemáticos: Charlie Parker, Miles Davis y Bill Evans hallaron nido a su naturaleza melancólica en estas tierras preñadas de nieve donde el día dura cinco horas durante el invierno, donde el sol nunca se pone (el famoso sol de medianoche) durante el verano y donde de manera inevitable las sensibilidades melancólicas hallan alas suaves a la filosa creatividad que nace desde la melancolía.
Otro melancólico ilustre, el maestrísimo Chet Baker (una leyenda del jazz que algunos gustan formular con la siguiente regla de tres descompuesta: James Dean es al cine como Chet Baker al jazz), también sorbió los vapores baudelaireanos que expelen las suecas cuando hace mucho frío. Entre otros tesoros discográficos, el melómano puede recurrir a un disco que vale su peso en oro: Chet Baker Live in Swedern, with Ake Johansson Trio, para saber, al mismo tiempo que de qué lado masca la iguana, de qué mejilla cojean las suecas.
La noticia es sorprendente: si ese disco fue grabado en 1983 por Chet Baker con músicos suecos encabezados por un pianista ciego y genial, y mucho agua ha corrido bajo el río y ha llovido mucho y etcétera desde entonces, nadie tendría por qué acordarse de que el pianista genial no ha muerto: vive en Estocolmo, sigue con su medallota de metal plateado colgada al pecho y que pendula con el sesentero signo internacional de Amor y Paz, y que es más genial que nunca y anónimo y glorioso, casi domésticamente sigue haciendo de las suyas en uno de los varios centros-mecas-templos del jazz de Estocolmo, como el Nefertiti donde grabó con Chet Baker, donde ciertas noches suele despertar de su ceguera física e iluminar sus ojos con jam sessions de antología, como la que ocurrió una de estas buenas noches en la capital sueca y que aconteció más o menos así:
En la cartelera color naranja-apachúrrame-la retina del Fascing Jazz Club puede leerse: December 98. Konserter: Stockholms Jazzdagar 1998!, un festival de blues y jazz con los grandes maestros contemporáneos suecos y cuya última estación acontece con la aparición, se lee en cartelera, del Ulf Wakenius Quartet. Qué buena onda, entremos. Entra entonces a escena este guitarrista fuera de serie, Wakenius y héte ahí: ¡oh benéfica sorpresa! ¡el mismísimo Ake Johansson, en ciego y en persona! Semianónimo integrante de un cuarteto cuyo crédito central pertenece a una figura internacionalmente reconocida hoy en día por grandes-gurús-de-la- guitarra como maese John McLauhgin, por ejemplo.
La noche promete, y cumple. Acompañado por lazarillo de solfas hacia el banquillo del piano ubicado a mitad de un escenario de un club de jazz parecido al neoyorquino Sweet Basil, de una ciudad jazzística por antonomasia -Estocolmo-, el maestrísimo Ake Johansson, sin querer queriendo, roba cámara, luces y acción al anunciado como estelar de la noche, pues el supermaestro Ulf Wakenius, diría algún tránsfuga del Greenwich Village, is a genius, pero esto es que Johansson hunde tres teclas y el suelo de madera de la buhardilla donde he hallado aposento se hunde también, a consecuencia de tremendo iceberg que ha emergido junto a la guitarra de Wagenius, la bataca de Magnus Cran y el contrabajo de Yashito Mori: señoras y señores, con ustedes el Ulf Wakenius Quartet.
Ráfagas de frases musicales, citas memorables, trivia enardecida, pero sobre todo una cantidad endiablada de bromas musicales, nunca exentas de ironía, pueblan el teclado que ataca Johansson. Hielo en ebullición. Es apenas la primera pieza de la noche y el pianista ciego ha soltado todas sus cartas sobre el tapete, a lo que el líder del grupo no tiene más que soltar el primer solo con un brinco cenital hasta alturas estéticas insondables, seguido muy de cerca por las profundidades expresivas del contrabajo nipón -nunca moroso- de Yashito Mori y el percutir de copos de nieve de Magnus Gran, cuyo nombre y apellido son tan tautológicos como repetitiva esa frase con la que acompaña, desde los platillos, la interminable sucesión de solos que sus tres compañeros tienen a bien desplegar como un estallido continuo de soles salidos del suelo.
Jazz sueco, fuego interior, fulgor del hielo, más pavesa que hoguera, más incandescencia interior que pirotecnia, ígneo alimento para la melancolía. Una noche de jazz en Estocolmo.