La Jornada 9 de diciembre de 1998

LA MUESTRA Ť Carlos Bonfil

Mi nombre es Joe

Después de recurrir en dos películas (Tierra y libertad, 1995, y Corazón de cristal-Carla's song, 1996) a sucesos históricos, la guerra de España y la revolución sandinista como escenarios de un drama sentimental, el realizador británico Kenneth Loach regresa en Mi nombre es Joe (My name is Joe) a un contexto social y a situaciones dramáticas más locales: las condiciones de vida de personajes proletarios en un barrio de Glasgow -el desempleo, la asistencia social y faenas de sobrevivencia que esta vez incluyen, sorpresivamente, el tráfico de drogas. Es el mundo de Riff Raff (1991) y el de Ladybird, Ladybird (1994), la crónica social que es también minucioso estudio de personajes, registro de voces populares, crítica mordaz de las desigualdades que prevalecen en el Reino Unido en vísperas de una integración económica europea.

``Mi nombre es Joe y soy alcohólico''. Esta es la reiterada frase de presentación de Joe Kavanagh (excelente Peter Mullan) al subir a tribuna en sus reuniones de Alcohólicos Anónimos y narrar desde ahí sus dificultades para abandonar su adicción al alcohol y su proceso de recuperación. La cinta de Loach no se concentra, sin embargo, en este tema. No es una versión inglesa de la estupenda Días sin huella (Lost weekend, 1945), de Billy Wilder, ni expresa el menor juicio moral respecto de la adicción del personaje, quien por lo demás aparece sobrio en casi toda la cinta. El alcoholismo es meramente un elemento dramático que sólo tendrá importancia capital hacia el desenlace de la cinta. El talento del realizador de Lluvia de piedras radica precisamente en el estilo de su construcción dramática, en su manera de presentar una serie de detalles en apariencia banales, como la rutina cotidiana de Joe, los partidos de futbol, las visitas a los pubs, e integrar con ellos, poco a poco, un retrato muy completo de su personaje principal, que en el caso de Joe apenas difiere del de cualquiera de sus compañeros desempleados. Compartir con ellos a tal punto la experiencia del fracaso -carencia de oportunidades sociales, falta de suerte incluso en el deporte, Joe es entrenador del peor equipo de futbol de Glasgow-, implica compartir solidariamente sus percances, aun los más graves como aquellos que llegan a estropear irremediablemente la relación amorosa que construye con una joven trabajadora social, Sarah Downie (Louise Goodall).

Mi nombre es Joe, una de las cintas más violentas y oscuras de Loach, ofrece buenos momentos humorísticos como el episodio de la colocación de tapices a domicilio, o la explicación que hace Joe de su gusto por la música clásica (después de tratar de vender un lote de casetes, no logró deshacerse de los de Beethoven). El director elabora en esta cinta una crónica social y un retrato intimista de realismo muy crudo, para muchos irritante. Asimismo, presenta una relación amorosa original en la que los compromisos de la lealtad son siempre superiores a cualquier otra ficción romántica.