Ugo Pipitone
Venezuela: esperanzas y dudas
Con Hugo Chávez, presidente electo de Venezuela, se impone ahora la tarea de entender. Tarea no fácil y casi siempre bastante incómoda y de éxito incierto. En lo que concierne al personaje: un teniente coronel golpista con un discurso político populista. Pero populista, golpista o lo que sea, Hugo Chávez es hoy expresión de la exasperación y la esperanza de millones de venezolanos. Y eso, no obstante el personaje, merece respeto. Dejemos entonces a un lado los juicios que, formulados en este momento, difícilmente podrían ser favorables al futuro presidente venezolano. Y hagamos también a un lado la tentación, demasiado fácil y seguramente descaminada, de una analogía con Hugo Bánzar, otro ex golpista actualmente presidente de Bolivia.
El hecho sustantivo es que la votación del domingo pasado constituye un hecho político de dimensiones latinoamericanas. Millones de electores decidieron decir basta al progresivo deterioro de sus condiciones de vida y a cuatro décadas de un régimen bipartidista que nació con el petróleo y parece encaminarse a su derrumbe por el petróleo. Hugo Chávez estuvo ahí como el único instrumento disponible para que los venezolanos expresaran una mezcla de sentimientos que, si la lectura desde lejos no es desatinada, parece reducirse a dos aspectos fundamentales: desesperanza y asco. Desesperanza por una situación de crisis económica que dura desde por lo menos una década y media, y repugnancia hacia una casta política abarrotada de demasiados corruptos, filibusteros institucionales y parásitos que terminaron por cuartear las relaciones entre sociedad e instituciones públicas.
Intentando explicar el alud de votos a favor de Chávez habrá que descartar de entrada la idea que la clave haya sido la miseria. Venezuela no es Guatemala. Si usamos como criterio de medición el PIB per capita a paridad de poder de compra internacional, Venezuela llega en 1997 a 8 mil 530 dólares anuales contra los 6 mil de Brasil y los 8 mil 120 de México. Con una diferencia, que la distribución del ingreso es mejor en Venezuela que en los otros dos países mencionados. Marginalmente mejor respecto a México y bastante mejor respecto al tradicional desastre distributivo brasileño. La miseria no explica todo. Si fuera así los brasileños habrían votado por Lula.
El problema de Chávez ahora es evitar que el entusiasmo popular se transmute en una desilusión que podría preparar las condiciones de aventuras peligrosas, como ocurrió en el pasado reciente con Alan García en Perú. Evitar que la retórica bolivariana se convierta antes en un populismo sin perspectivas y después en justificación heroica de una inevitable derrota política.
Se abre hoy, con la victoria del ex teniente coronel de los paracaidistas, una oportunidad y un riesgo. La oportunidad es que el país encuentre un camino viable para refundar sus instituciones y reconciliar entre sí Estado y sociedad. El riesgo es que, repitiendo antiguas experiencias latinoamericanas, Hugo Chávez termine por creer que su carisma sea adecuado sustituto de instituciones sin sólidas raíces en la sociedad. Habrá que partir de la historia y reconocer que, no obstante el entusiasmo actual, Hugo Chávez tiene todo en contra: la escasa madurez política de su pueblo, la inevitable hostilidad de los capitales internacionales y la desconfianza de la burguesía de su propio país, los antiguos reflejos de una corrupción pública que no desaparecerá con discursos altisonantes. No es necesario ser profetas para saber desde ahora que el futuro presidente venezolano será acorralado y empujado a una radicalización que, de cumplirse, sería la clave de su derrota. Su reto mayor consiste en construir amplias alianzas sociales que le permitan experimentar nuevas políticas económicas reduciendo al mínimo el costo de una oposición conservadora encarnizada. Una extraordinariamente compleja cuadratura del círculo.
Para el bien de Venezuela es de esperarse que el futuro presidente tenga éxito. Si no fuera así se avecinarían tiempos muy difíciles para el país con el riesgo, en la mejor de las hipótesis, de la aparición de algún Menem o Fujimori en su futuro y, en la peor, de una reacción militar con costos humanos y políticos catastróficos.