Mientras los diputados y el gobierno federal discuten las minucias del presupuesto de 1999, los trabajadores del país ya saben el miserable monto de su presupuesto familiar para el año entrante. El 1¡ de diciembre, la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos decidió otorgar un incrementó a los salarios mínimos de 14 por ciento, y otra vez el salario quedó por debajo de la inflación, cuyo índice estimado para 1998 será de aproximadamente 18 por ciento, porque todavía falta contabilizar el inflacionario mes de diciembre. Hace muchos años que la pérdida del poder adquisitivo del salario, o la incapacidad de las organizaciones sindicales oficialistas para defender los intereses de los trabajadores, dejaron de ser una novedad. Sin embargo, la pregunta la volvemos a plantear: ¿por qué se repite el mismo esquema, cuando ha habido tantos cambios en el país?
1. Los avances políticos como la alternancia, la competitividad electoral, la nueva composición en el Congreso de la Unión, y otros signos que alientan una democratización, no han pasado los muros del mundo del trabajo, en donde las cosas siguen atoradas: los contratos de protección siguen dominando, la representación sindical es ficción en la mayoría de los casos, el control es permanente, la información de los registros es secreta, etcétera. Es urgente hacer la reforma laboral para enfrentar las condiciones que ha impuesto el actual modelo económico y para mover el cuadro de corporativismo y simulación que todavía domina las relaciones laborales. A pesar de la urgencia, parece que no hay condiciones políticas para negociar las nuevas reglas laborales.
2. El mundo del trabajo sigue inmerso en los viejos esquemas corporativos --a pesar de que ya están muy desgastados-- y los nuevos tiempos todavía no han llegado. Se trata de un panorama complicado que tiene su historia: cuando llegó el nuevo modelo competitivo y exportador, la vieja estructura corporativa sirvió para hacer el ajuste sin grandes costos políticos, porque el sistema priísta mantuvo, a pesar de su desgaste, sus recursos de poder; ahora que ya terminó ese proceso de ajuste económico, y que el esquema de partido dominante y presidencialismo autoritario está en crisis, la pieza del sindicalismo oficial tiene los días contados, frente al sindicalismo democrático, que tendrá mejores posibilidades de ubicarse cuando lleguen las nuevas reglas.
3. Para la actual política económica la prioridad está ubicada en la franja exportadora de la economía y el mercado interno es completamente sacrificable, sólo así se puede entender el progresivo deterioro del salario. Hay en el discurso oficial algunos mitos --ya no son tan geniales-- que todavía se repiten como verdades; destacamos dos de los más relevantes: que el salario no puede subir por decreto, sino sobre la base de la productividad y que los que ganan el salario mínimo son una pequeña franja de la población económicamente activa (PEA).
El primero es completamente falso, el vector ha sido al revés, la política de pactos ha mantenido por decreto una baja permanente del salario; según datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) el salario de 1998 es 60 por ciento inferior al de 1965.
El segundo mito también es falso: según datos del INEGI, en 1988 83.2 por ciento de la población ocupada (33.8 millones de mexicano) recibe menos de tres salarios mínimos (93 pesos diarios), de los cuales 15.4 por ciento (más de 5 millones) no tiene un ingreso formal; otro 20 por ciento (casi 7 millones) recibe menos de un salario; un grupo de más de 11 millones (32.8 por ciento) tiene entre uno y dos salarios; y sólo 15 por ciento percibe de dos a tres salarios (La Jornada, 22/11/98); incluso en el área maquiladora el salario promedio es de 1.5 veces el mínimo.
Por lo tanto, el número de mexicanos que recibirá el 14 por ciento de aumento es altamente significativo dentro de la PEA.
En el terreno laboral es donde se expresa de forma más nítida el fracaso de la actual política económica y, al mismo tiempo, se hace patente la urgencia de cambios para remontar los salarios de hambre y la pobreza creciente.
¿Cuánto tiempo más aguanta el país con la misma recetita?