La Jornada martes 8 de diciembre de 1998

Pedro Miguel
Gorilas y neoliberales

En 1992 hubo sangre en el Palacio de Miraflores. El teniente coronel Hugo Chávez trató de tomarlo por asalto y varios muchachos anónimos y rasos fueron enviados al matadero. Hace mucho tiempo que fueron limpiadas las manchas del piso de mármol. El presidente al que se pretendía deponer fue destituido tiempo después, de todos modos, por decisión del Congreso, y el golpista pasó un par de años en la cárcel. Ahora, el presidente electo Hugo Chávez conseguirá entrar a ese edificio y aposentarse en él, gracias al voto del pueblo. Pero a la hora del triunfo, el domingo pasado, no tuvo una sola palabra de recuerdo para los infelices sin nombre que murieron, por culpa suya, hace ya seis años. El presidente electo de Venezuela es un señor que no me da confianza.

Ahora los escenarios democráticos latinoamericanos se han poblado de gorilas a la caza del sufragio. Efraín Ríos Montt, el presidente Hugo Bánzer, Lino Oviedo, entre otros --todos ellos de la más recalcitrante derecha--, dejaron el garrote en el armario y ejercen como líderes políticos. Faltaba, en la colección, un especimen de izquierda, un golpista que tomara partido contra el neoliberalismo. Lo aportó Venezuela. Lo construyó la vacuidad, la frivolidad y la corrupción de la clase política venezolana, de donde no salió ninguna propuesta mejor que Hugo Chávez. Lo fabricó la aplicación a rajatabla, nacional y continental, de una estrategia económica concentradora, excluyente, empobrecedora, desestabilizadora.

Esa estrategia ha lesionado y agraviado tanto a nuestras sociedades, y a la venezolana en particular que, por oposición, un ensayo de cuartelazo en nombre de Bolívar, dirigido contra los ejecutores locales del neoliberalismo, generó simpatías masivas e instantáneas en el ámbito nacional y encandiló a no pocos sectores de la izquierda continental. Ese fue el capital político inicial del golpista. Supo administrarlo tan bien que ahora es el presidente electo Chávez.

Lo de menos son los costales de mentiras que el señor aventó sobre sus electores en estado de trance y su insistencia poco elegante en compararse con Bolívar, San Martín o Artigas, si no es que con el Che Guevara. Lo grave del caso es que se ha sentado un nuevo precedente, y en el club presidencial latinoamericano ya son dos los ex gorilas encorbatados que se sientan a la mesa de la democracia, además del encorbatado trasvestido de gorila que ocupa la silla peruana. Moraleja: los golpes de Estado sí pagan.

Los desposeídos de estos países han perdido sus sindicatos, han visto desmanteladas sus asociaciones agrarias y han visto fracasar, una tras otra, sus exasperaciones armadas. Ahora tienen, como único instrumento de expresión, de sanción y de existencia política, el sufragio. Pero cuando los ex cabecillas golpistas recurren a las urnas --y ganan, por añadidura-- el mecanismo del voto se debilita a sí mismo.

Total, si el candidato triunfante no funciona, o se equivoca, o se corrompe, es perfectamente natural que lo depongan con un movimiento de tropas, que retrocedamos medio siglo en las formas de hacer política y que nos olvidemos de cuántos muertos y cuántos exilios y cuántas vidas rotas ha costado establecer estas democracias perfumadas, corruptas, superficiales y excluyentes. Qué bien. De ahora en adelante, los gorilas vendrán en nuestro auxilio y nos salvarán de los neoliberales.