La Jornada martes 8 de diciembre de 1998

PASTRANA EN MEXICO

La visita del presidente de Colombia, Andrés Pastrana Arango, a nuestro país da pie a la reflexión sobre los problemas comunes, o similares, que afrontan ambas naciones, así como sobre las grandes diferencias.

Más allá de los rasgos que Colombia y México comparten, por historia, en el universo latinoamericano -lengua, cultura, percepción del mundo-, las dos naciones tienen denominadores comunes en el momento actual que es pertinente resaltar.

El más grave de ellos, el más acuciante, es sin duda la desigualdad social. En ambos países la opulencia coexiste con la miseria más oprobiosa, y ese contraste constituye un riesgo permanente de inestabilidad social y política, un lastre para el desarrollo y un caldo de cultivo para la delincuencia y la desintegración social en todas sus expresiones.

Por otra parte, México y Colombia deben hacer frente a organizaciones criminales que controlan el tráfico de drogas y que han logrado reunir un poder de fuego a veces superior al de las corporaciones públicas encargadas de combatirlas, así como una fortaleza económica que les permite comprar protección y corromper a un gran número de funcionarios públicos de casi todos los niveles.

Estrechamente vinculada al punto anterior, sobre las dos naciones pende una permanente amenaza a la soberanía nacional por parte del gobierno estadunidense, el cual en forma reiterada ha pretendido imponer, tanto a las autoridades de Bogotá como a las de México, sus propias concepciones y modalidades de combate al narcotráfico. En los dos países latinoamericanos Washington ha proyectado sus leyes en forma extraterritorial, causando con ello violaciones a la soberanía nacional y a la integridad territorial.

En tercer lugar, Colombia y México se enfrentan a una proliferación de la violencia delictiva en general, no necesariamente asociada a los cárteles del narcotráfico.

En otro terreno, ambos países tienen ante sí el desafío de desactivar rebeliones políticas y sociales, avanzar en procesos de paz y emprender reformas sociales que desvanezcan las causas profundas de tales fenómenos.

Con respecto a este último punto, cabe precisar que, a diferencia de las guerrillas rurales colombianas, que son las más antiguas del continente, las organizaciones insurgentes mexicanas comenzaron sus acciones en años recientes; en el país sudamericano hay una historia de décadas de enfrentamientos armados, en tanto que en el nuestro la lucha armada propiamente dicha se detuvo a dos semanas de empezada, en el caso de Chiapas, y se mantiene, en Oaxaca y Guerrero, en un estado incipiente.

En el ámbito económico las diferencias entre Colombia y México son apreciables. A pesar de todo, el país de Andrés Pastrana ha logrado mantenerse al margen de las crisis que sacuden al subcontinente desde principios de la década pasada y ha sostenido, en esos tres lustros, tasas de crecimiento excepcionales en el contexto regional. México, en cambio, ha vivido, a partir de 1982, una suerte de crisis económica permanente con breves paréntesis de recuperación.

Tanto en las semejanzas como en las diferencias, es claro que las dos naciones tienen por delante muchas acciones comunes que emprender -la defensa de las soberanías, por ejemplo- y mucho que aprender la una de la otra. En esta perspectiva, y en el espíritu de ensanchar la cooperación y la integración con un país hermano, es saludable y positiva la visita del presidente Pastrana.