La Jornada 8 de diciembre de 1998

Discurso en lengua lusitana

Pablo Espinosa, enviado, Estocolmo, 7 de diciembre Ť Sonó por vez primera en la historia el señorío de la lengua portuguesa en la Academia Sueca: ``O homem mais sabio que conheci em toda a minha vida nao sabia ler nem escrever. As quatro da madrugada, quando a promessa de um novo dia ainda vinha em terras de franca levantaba -se da enxerga e saía para o campo, levando ao pasto a meia dúzia de porcas de cuja fertilidade se alimentavam ele e a mulher...''

Iniciaba así el Nobel de Literatura José Saramago su discurso, titulado ``De cómo a personagem foi mestre e o autor seu aprendiz'' (De cómo el personaje fue maestro y el autor su aprendiz) y ubicó su relato en la hora previa al alba, recurso caro en su vasta producción, de manera similar a como, por ejemplo, inicia su novela O evangelho segundo Jesus Cristo: ``...Era la hora en que el crepúsculo matutino cubre de un gris ceniza los colores del mundo...'', cuando la fresca madrugada está aún empujando con sus manos aurorales la última sombra de la noche''.

Hizo crecer el novelista la música señera de la lengua lusitana, cuando eran exactamente las 17:30 horas en Estocolmo, una ciudad donde la rara aurora se hace noche a las dos de la tarde, en el exactísimo sitio donde, hace un año, Dario Fo rompió también las reglas del protocolo, que en las maneras finas, honestas, humildes de Saramago transcurrieron en exactamente 40 minutos, ni uno más ni uno menos, con un recorrido biográfico. Vida y literatura: el hombre más sabio que ha conocido José Saramago en sus 76 recién cumplidos años de vida se llama Jerónimo Melrinho y su mujer Josefa Caixinha ``y eran analfabetas uno y otro.

``En el invierno, cuando el frío de la noche apretaba hasta el punto de que el agua de los cántaros se helaba dentro de la casa, recogían de las pocilgas a los lechones más débiles y se los llevaban a su cama. Debajo de las mantas ásperas, el calor de los humanos libraba a los animalillos de una muerte cierta. Aunque fuera gente de buen carácter, no era por primores de alma compasiva por lo que los dos viejos procedían así: lo que les preocupaba, sin sentimentalismos ni retóricas, era proteger su pan de cada día, con la naturalidad de quien, para mantener la vida, no aprendió a pensar mucho más de lo que es indispensable. Ayudé muchas veces a este abuelo Jerónimo en sus andanzas de pastor...''

``O que os proecupava, sem sentimentalismos nem, era proteger o seu ganha-pao...'', brotaba sonora la voz de Saramago mientras una pequeña y selecta multitud, embelesada, seguía el relato en copias traducidas al sueco, o bien al inglés, aunque las más solicitadas eran las originales, en lengua portuguesa, si bien eran tomadas de una mesa tales copias como presa, trofeo, delectación y bienvenida a recinto tan exquisito que nunca había probado manjar también más exquisito para el alma que la entonación, cántico, pausada música interior salida de los labios, sabios, del autor de Blidhete, Alla namnen, Baltasar Och Blimunde y Evangeliet enligt Jesuskristus, títulos anunciados como tales en un cartel salvado del arrugamiento de la nieve a la entrada del añejo y fasto edificio que alberga a la Academia Sueca, en cuya sala azul sonó el discurso del lusitano mientras al fondo, en una vieja vitrina principesca, lucían ediciones príncipes de 13 libros de José Saramago, en portugués.

Pilar del Río, manantial-mujer

Pilar del Río, manantial-mujer de Saramago, en primera fila, desde donde al final discretamente convencería al novelista de que quien debía recibir los aplausos, todos, solo, era él y no ellos juntos, como quiso que fuera el escritor al extender la mano hacia ella, como pidiéndole bailar juntos este vals de aplausos gloriosísimos. Junto a ella, los integrantes de la Academia Sueca, entre ellos Horace Engdahl, quien asumirá a principios de 1999 la dirección de entre quienes deciden la entrega del Nobel de Literatura. Engdahl sustituirá a Sture Allen, que debe renunciar a su cargo tras doce años, al haber llegado a la edad máxima de 70, prescrita en los estatutos.

Pero no era noche de hacer visibles las disputas internas entre los académicos suecos, ante las que el mismísimo Carlos Gustavo XVI, rey de Suecia, ha tenido que llamar a la cordura. Era noche de la fiesta de la lengua lusitana en la Academia. Escuchar a Saramago narrar episodios como este, hablando de su abuela: ``...Estando sentada una noche, ante la puerta de su pobre casa, donde entonces vivía sola, mirando las estrellas mayores y menores de encima de su cabeza, hubiese dicho estas palabras `el mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir'. No dijo miedo de morir, dijo pena de morir (...) gente que tenía pena de irse de la vida sólo porque el mundo era bonito, gente, y ese fue mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, que, al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver''.

Saramago, contador de historias, pasó entonces a aclarar que su árbol genealógico está constituido en realidad por los personajes de sus libros. ``Se podría decir que letra a letra, palabra a palabra, página a página, libro a libro he venido, sucesivamente, implantando en el hombre que fui los personajes que cree. Considero que sin ellos no sería la persona que hoy soy, sin ellos tal vez mi vida no hubiese logrado ser más que un esbozo impreciso, una promesa como tantas otras que de promesa no consiguieron pasar; la existencia de alguien que tal vez pudiese haber sido y no llegó a ser''.

Retrató, hizo aparecer, puso junto a él en el estrado de la Academia a Ricardo Reis, a Luis de Camoens, a Baltasar Mateus, que tiene el apodo de Siete-Soles. A Blimunda, por supuesto, Siete-Lunas, a los sonidos del clavicordio de Doménico Scarlatti en Memorial del convento, a la invención de la Historia do cerco de Lisboa. A todos los nombres.

Habló también, por supuesto, del anhelo de justicia. Sonó la lengua lusitana del lado de los pobres, los oprimidos, los sin tierra, los masacrados. Sonó, y retumbó como pasos en la nieve por las calles de Estocolmo, la gloriosa justicia mediante la voz del Nobel José Saramago.