ALEBRIJES Ť Patricia Vega

Xcaret, paraíso privatizado

Viajando por carretera, a sólo 45 minutos de Cancún, se ubica el sitio que por más de un milenio fue uno de los centros ceremoniales y puertos mayas más importantes de Quintana Roo. Transformado, merced a la inversión y explotación de la familia Quintana Pali, el antiguo puerto de Polé se convirtió en una polémica versión del turismo eco-arqueológico, ya que su elevado costo de acceso excluye a la mayoría de los mexicanos.

Localizado en la Riviera Maya, el parque Xcaret, paraíso sagrado de la naturaleza, se presenta como centro ecológico en el que se preservan especies en peligro de extinción, con mariposario, jardín botánico, acuario de arrecifes y criaderos de aves silvestres y tortugas, entre otras ``atracciones''. Además, el sitio ofrece la posibilidad de bucear, nadar en dos delfinarios, ``ensorquelear'' en un par de ríos subterráneos y caletas de agua cristalina cuyo uso, sin bronceador, permiten tranquilizar una buena conciencia ecologista.

Los problemas empiezan cuando en el afán de vender al visitante un ``sinfín de aventuras'' simultáneas, a lo anterior se agrega, como una más de las atracciones, el espectáculo Xcaret de noche que ``enaltece la histórica belleza de México, devolviendo vida a la zona arqueológica'' que se encuentra en el centro del lugar.

Una revisión más profunda del concepto turístico impulsado por los Quintana Pali nos conduce al libro El palimpsesto azteca. México en la imaginación moderna en el que Daniel Cooper Alarcón, investigador de la Universidad de Arizona, explora los usos de la etnicidad como atracción turística altamente rentable, que denigra la herencia cultural prehispánica al vender una visión ``exótica'', ``primitiva'', ``antigua'', ``misteriosa'', ``mágica'' y ``colorida'' de la cultura mexicana, que compite con los parques de diversiones estilo Disneylandia.

En Xcaret, el ``pueblo maya'' es una escenografía que exhibe, como si fuesen piezas de museo, a artesanos que simulan una vida idílica, intemporal y ajena a la historia de 500 años de conquista, dominio colonial y explotación capitalista. Así, el visitante de Xcaret puede disfrutar desde exhibiciones de delfines por la mañana, una sala etnográfica ``viviente'' por la tarde y, en la noche, la representación de ritos y danzas, supuestamente prehispánicas, que satisfacen la necesidad de admirar lo ``exótico'' y ``salvaje'', al tiempo que, en última instancia, se afirma la superioridad de la cultura occidental.

Por supuesto que sí debe haber inversión privada, pero respetuosa de las leyes que garantizan el acceso democrático a la educación y bienes culturales de la nación. Xcaret se beneficia con el usufructo de una zona arqueológica ubicada en el corazón del parque y que da legitimidad cultural al simulacro del ``pueblo maya''. En este contexto, las cédulas informativas del Instituto Nacional de Anropología e Historia -en español, inglés y maya-, se tornan demagógicas al describir una zona arqueológica a la que acceden quienes pueden pagar 690 pesos (transporte incluido) o 390 (sin transporte), por adulto -los niños de 5 a 11 años pagan 450 y 240 pesos, respectivamente-, que cuesta la entrada al parque. Eso sin contar bebidas, alimentos ni el costo de diversiones especiales no incluidas en el boleto de entrada. Lo adecuado sería que el acceso a Xcaret tuviese un costo similar al de otros sitios custodiados por el INAH. Y quien desee quedarse a gozar del parque ecológico que ``democráticamente'' pague la diferencia.

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