Arturo Cruz Bárcenas Ť La promoción cultural en la ciudad de México ha cambiado a un año de gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas. ``Que nos digan qué se hacía en la pasada administración; quién se acuerda de lo que se hizo, y eso que tuvieron un presupuesto similar al nuestro'', expresa Eduardo Vázquez Martín, director de Desarrollo Cultural del Instituto de Cultura (ICCM) del gobierno del DF.
Con menos de un año de trabajo, el Instituto de Cultura de la Ciudad de México ha desarrollado una labor que se palpa en plazas y jardines, foros abiertos y cerrados. En números es sorprendente. Y se parte de un concepto de espectáculos y cultura definido.
Dice Vázquez: ``Hay una carencia de oferta cultural en la ciudad; la que existe está concentrada en un circuito muy preciso que parte del Centro Histórico y termina en Ciudad Universitaria. Ahí está la vida cultural, la oferta en espectáculos. Sin embargo, hay una evidencia de que la oferta cultural no toma en cuenta la diversidad social, geográfica y cultural de la ciudad, su enorme extensión, sus áreas donde prácticamente no sucede nada en materia de espectáculos, o que ocurre muy poco. Hay sectores que no tienen acceso a actividades culturales, literarias, musicales, plásticas. Esto influye de manera decisiva en su calidad de vida; es una merma que empobrece la vida de las personas, provoca una idea del mundo más reducida y deja a la gente sujeta a los mensajes y a las formas de interpretación de la realidad que dan los medios masivos; su visión queda atada a éstos.
``Los ciudadanos así descritos --añadió Vázquez-- renuncian a los espacios públicos, se refugian en sus casas, y los espacios públicos se convierten en ámbitos peligrosos, que se vuelven propiedad de los delincuentes, del crimen, de los operativos policiacos... son sitios de tránsito, de comercio''.
Por eso, precisa, la propuesta cultural del instituto va dirigida a la recuperación del espacio público y a la utilización de éste como un espacio para la cultura. La oferta cultural tiene que ser muy amplia, plural y tener un reconocimiento, con muchas manifestaciones que deben reconocerse y darse en absoluta libertad. ``Ello implica que la cultura no es una forma de hornato, que no debe servir para subrayar el vestir la obra pública, la actividad de los funcionarios, que no es una herramienta al servicio de terceras funciones, sino un fin en sí mismo. Hay un medio cultural que ha visto restringida su posibilidad de actuar porque el circuito cultural está reducido''.
En el antiguo régimen había la inercia de concebir a la cultura como sinónimo de recreación, y ésta como reproducción de la oferta comercial de los medios masivos. Esa era la oferta de Socicultur, dice el entrevistado. ``Hubo una dinámica que se resistió: un mal sonido, un artista que no lo era, si acaso una simulación, un recuerdo, algo muy discutible... el payaso que lleva 20 años repitiendo su rutina. Era una estructura administrativa que no operaba. Sí, hubo un manejo político de los medios culturales. La recreación estuvo muy dirigida a una idea populista o populachera ligada a subrayar la presencia de los políticos, de los funcionarios. Si se revisa la cuestión presupuestal, la inversión, es difícil que alguien recuerde la actividad de Socicultur el año pasado. Y el presupuesto era el mismo. ¿En qué se ejerció el presupuesto? Pues en poner tarimas para actos públicos''.
El instituto ha sido bien recibido, añade, por su actividad no condicionada a un discurso político, partidista. A la gente se le han regresado las calles y se dio cuenta de que para bailar no tenía que comprometer su voto. ``La población es mucho más culta, más preparada, que lo que quienes hacían los programas populistas pensaban. Hoy no tiene nada de populista llevarle a la gente el arte de Cheo Feliciano, de Celia Cruz, o instalar exposiciones en Cuajimalpa. ¿Qué se nos puede reprochar como electorero? La función pública implica dar una enorme dimensión a la cultura, en un periodo de crisis, ajustándonos al presupuesto, a lo real. Reconocimos algo que el anterior gobierno no reconocía: que la sociedad es madura y que no podemos llevarle copias de Timbiriche, payasitos de tercera, copias de esto o de aquello. Estamos contra el tiempo.