Domingo Herrera Tello Ť Los tiempos cambian y la competencia se vuelve más difícil en el mercado de las historietas.
Por ejemplo, el legendario cuento de Los Burrón, de Gabriel Vargas, que desde su aparición en 1940 y hasta la década de los 80 agotaba su tiraje semanal de 500 mil ejemplares, tuvo que limitarlo a los 15 mil actuales.
Los Burrón es prácticamente una empresa familiar. Don Gabriel sigue escribiendo los textos mientras su sobrino hace los dibujos de los 55 personajes encabezados por Doña Borola y Don Regino, más un aborto: el personaje de Luzbelina, que se quedó en el tintero luego de que don Gabriel sufriera, hace 18 años, la embolia que le impidió seguir dibujando.
El costo del cuento no es barato para nuestros tiempos: 10 pesos a partir de esta semana. Pero si se toma en cuenta que la publicación, que se imprime en los talleres Ge.Ge, propiedad de don Gabriel después de la muerte del coronel José García Valseca, quien se hacía cargo de la impresión del cuento en su primera época-- es y ha sido siempre a todo color, resulta comprensible el costo del tiraje, que se sigue agotando a los dos días de su colocación en los puestos de periódicos. Por eso la historieta es ahora auténticamente de colección.
El maestro Gabriel Vargas aparece impecablemente vestido. Se muestra sencillo, humilde, modesto y muy sensible. Por momentos está a punto de derramar las lágrimas a la menor provocación del recuerdo de sus años de infancia al lado de sus padres y sus 11 hermanos.
Sobre una de las paredes de su departamento --lleno de libros y papeles de apuntes-- cuelgan dibujos del caricaturista Ernesto El Chango Cabral, grabados de Alberto Beltrán y pinturas de Carlos Sánchez, entre otros. ``Con ellos fuimos amigos desde muy jóvenes'', dice.
--El cuento de La Familia Burrón rebasa los mil 50 números de la segunda época. De la primera ¿cuántos números salieron?
--¡Uyyyy! Han de haber salido miles. Ya ni me acuerdo. ¿Se imagina en 40 años lo que hice? Durante 18 años trabajé una página diaria en El Sol de México: media página en el matutino y media en el vespertino. Después, en Excélsior, durante 12 o 13 años hice Sopa de perico y una bola de cosas que ya ni me acuerdo. Además, cientos de historietas pequeñas...
Lo lúdico
--Y los juegos, ¿ a qué jugaba, maestro?
--Nuestros juegos fueron los de todos los niños de aquella época: los huesitos de ciruela pintada para jugar matatena; el balero, las canicas
--¿Su madre y sus hermanos lo apoyaban para que usted se dedicara al dibujo?
--Mi madre no, ¡qué va! En mi casa mi madre me decía: ``Tú no vas a ser pintamonos''. Yo le replicaba llorando: ``Pero me gusta mucho, mamá''. ``Lo siento, pero tú vas a ser abogado, médico o ingeniero, pero no pintamonos''. Así que para entrar al concurso de sexto año no me fue fácil. Dibujaba en un papel muy corriente debajo de la cama cuando se acostaba la familia. Pero mis hermanos sí me solapaban: comprábamos una vela y la partíamos en cuatro pedacitos para tener más luz.
--Después de tanta felicidad, maestro, de tener en aquellos tiempos tanta familia, ¿no se siente ahora solo?
--Yo veo la vida tal como viene. Quiero mucho a mis hermanos que me quedan. Uno de ellos viajó mucho: cuando llegaba a México decían mis hermanas y mis hermanos: ``Mamá, ya llegó el señor''. Fue el único que cumplió el deseo de mi padre: conocer otras partes del mundo.
--¿Así es que no se siente solo, maestro?
--No...
--¿O será que Los Burrón es otra familia que se sumó a la que usted tuvo y finalmente es con la que usted vive actualmente?
--Sí, ya nomás hago esa triste historietita.
--¿Se da usted cuenta de a cuántas generaciones ha hecho usted felices?
--Todas las cartas que me llegan son de felicitación, ninguna es ofensiva. Y lo que me duele es que yo nunca puse ni cinco centavos de capacidad en esa historieta; lo hacía y me ponía de malas...
--Tiene usted que reconocer que nos ha dado muchísimo a los mexicanos, ¿está consciente de ello?
--No se crea, me arrepiento de haber trabajado como trabajé: a las dos o tres de la mañana haciendo el texto. Amanecía y yo casi sin dormir, así hice La Familia Burrón, y me costaba trabajo porque la consideraba como la muñeca fea que está adornando el rincón, abandonada.
--¿Por qué le puso Los Burrón?
--Salió de un imprevisto. Se me figura como alguien que trabaja como bestia todos los días y, para mí, quien no sale de eso es un burro; entonces, estos son burrones, me dije.
--Con todo respeto, maestro, usted era una persona que trabajaba hasta las tres, cuatro de la mañana, trabajaba mucho. ¿Usted era un Burrón?
--Sí. Yo soy uno de esos burrones.