La Jornada 5 de diciembre de 1998

LA MUESTRA Ť Carlos Bonfil

LA MUESTRA Ť Carlos Bonfil

Festen, la celebración

El realizador de 29 años Thomas Vinterberg es signatario, junto con Lars von Trier, de un ``voto de castidad'' que es a la vez un curioso manifiesto para terminar con la noción de autor en el cine. Entre las reglas del documento: No respetar los géneros fílmicos, no colocar la cámara en suelo, no utilizar el blanco y negro, limitarse al formato de 35 mm, filmar sólo en tiempo presente, proscribir el uso de filtros o iluminación especial, no recurrir a voces en off ni utilizar música de fondo, no presentar un acto criminal en la pantalla, no dar crédito al director de la cinta. Unidad de lugar, de tiempo y de acción. Respeto absoluto a las convenciones dramáticas; búsqueda de la ``verdad'' moral por encima de las consideraciones estéticas. A este impulso artístico que pretende desmitificar la obra fílmica en beneficio de la autenticidad, se le conoce como Dogma 95, y hasta el momento ha producido dos cintas: Los idiotas, de Von Trier, aún inédita en México, y Festen, la celebración, de Vinterberg.

La acción de Festen,... transcurre en una casa de campo en Dinamarca, donde tres hijos del patriarca Helge (Hennig Moritzen) acuden para celebrar sus 60 años. En esta ocasión se señala una ausencia, la de un cuarto vástago, la joven Linda, quien se ha suicidado sin motivo aparente. Desde las primeras escenas, la llegada a la casa -movimiento frenético de la cámara, disputa familiar en la carretera, rasgos de dureza y cinismo en los personajes- hasta la instalación de una veintena de invitados, se señalan y acentúan de una escena a otra síntomas de malestar y una atmósfera muy tensa. El fantasma de la hermana muerta es el elemento fantástico en la descripción naturalista, teatral, casi chejoviana, que paulatinamente se transforma en negrísimo relato de misterio, con ruidos sobrenaturales en cuartos contiguos, apariciones oníricas, y la revelación de sórdidas culpas familiares. Un personaje clave es Christian (Ulrich Thomsen), el hijo que llega desde París para celebrar, desnudar y exhibir las yerros imperdonables del patriarca fatigado. A partir de las primeras revelaciones, la cinta de Vinterberg se convierte en un verdadero juego de masacre en el que también participan los criados (La regla del juego, Renoir), una violenta ceremonia de canibalismo moral que remite a secuencias de Fanny y Alexander, de Bergman, pero también al encierro y la crueldad de El ángel exterminador, de Luis Buñuel, cuando no al extraño lirismo que logra sugerir John Huston en Los muertos, según una historia de Dublineses, de James Joyce.

Vinterberg evoca magistralmente el tema de la muerte en la súbita aparición de Linda, sigue con cámara febril los movimientos de una danza familiar a la vez fúnebre y festiva, captura la obscenidad en los regocijos que suscita una canción racista del folclor danés, asiste al derrumbe de las últimas ficciones del edén familiar y a las múltiples humillaciones de la autoridad vencida. Una crónica soberbia; hasta el momento, lo mejor de la muestra.