Este lunes, una vez que también los especuladores del mundo también celebraron su Día de Acción de Gracias, se reabrió la disputa por el petróleo. Las cotizaciones internacionales del crudo se desplomaron entre 60 y 80 centavos de dólar, lo que prácticamente representa un violento descenso de casi diez por ciento en sólo un día. La guerra petrolera continúa; ya se abrió, con toda su crudeza, la guerra de costos. Atrás de los bajos precios se encuentra el enorme descenso del excedente petrolero que pueden lograr los productores con costos no mayores.
Efectivamente, el descenso a no más de 9 dólares para los crudos que se importan en Estados Unidos (la mezcla mexicana, entre ellos) arroja, con toda la violencia del caso, a productores con costos superiores a esos ocho dólares. Entre ellos se encuentran, por paradójico que parezca, muchos de los poco más de dos mil pozos productivos del Mar del Norte, pertenecientes a Noruega (539) y al Reino Unido (mil 591). Pero también, por curioso que parezca, son víctimas de esta guerra la mayoría de los 430 mil pozos estadunidenses de más baja productividad que ahora se explotan, principalmente en Texas, Oklahoma y Nuevo México -los llamados Strippers-, que representan el 75 por ciento del total y sólo el 15 por ciento de la producción en el vecino país, y que en promedio no dan más de dos barriles y medio al día de crudo, con un costo cercano a 14 o 15 dólares. Precisamente por ello, desde hace varias semanas, sus propietarios han denunciado reiteradamente que la política petrolera de la administración Clinton, centrada en atacar los precios, en importar lo más posible de Arabia Saudita, México y Venezuela, y en apoyar la explotación petrolera en el Mar Caspio, los ha llevado a la quiebra.
Así, inmersos ya en una agresiva dinámica de expulsión de productores de altos costos y de ataque a los de costos menores, se evita que unos y otros reciban renta petrolera, y que los sobrevivientes, como sucedió en el terrible verano de 1986, obtengan la menor posible.
Por ello, en el contexto de este dramático y violento juego del mercado, no es de admirar que los próximos días se registre una baja mayor de precios, hasta que nuevamente se logre una precaria estabilidad que, pese a la depresión de la demanda, permita que esta se fortalezca un poco más frente a una oferta que deberá controlarse severamente, si es que se desea que se reabra una nueva fase de ascenso de precios. Esto, sin embargo, pudiera ser asunto de días o de semanas, y puede implicar no sólo una severa restructuración de la industria petrolera mundial, como lo muestra la inminente fusión de Mobil y Exxon, sino el fin de la época de la OPEP y el surgimiento de una nueva organización de productores, acaso con mucho mayor firmeza que la OPEP, para asumir la defensa de la más importante mercancía que se comercializa en el mercado mundial.
Los casi 200 mil millones de dólares menos respecto a 1997 que ha costado a las refinadoras del mundo la adquisición, en 1998, de cerca de 74 millones de barriles de petróleo y que, en consecuencia, han dejado de recibir los productores, apenas dan una idea de las tremendas ganancias extraordinarias que bajo la forma de renta petrolera se juegan en el comercio y el consumo mundiales del crudo. Hoy, esta renta petrolera ha sido severamente atacada y diezmada, justamente como defensa frente a la crisis de rentabilidad a que llegaron muchísimas economías en el mundo -la grandes consumidoras de petróleo, sobre todo- por la desaceleración productiva registrada desde mediados y fines de 1997, por la crisis financiera que la siguió, y por la crisis de liquidez que se desencadenó.
Hoy se viven enormes dificultades para recomenzar un ciclo productivo en prácticamente todas las economías del mundo. Por ello, una vez más es preciso comprender que esta disputa la encabezan los grandes consumidores (con la OCDE a la cabeza), y que tiene por objeto recuperar los excedentes transferidos durante varios años a los productores de petróleo, incluso a muchos muy ineficientes como los mencionados en el caso de los Estados Unidos. Por eso, la guerra de precios, traducida hoy en una guerra de costos, puede conducir a un grave competencia de producción, a menos que, con cierto ánimo, se conserve cierta prudencia para no responder con la apertura irracional de las válvulas, pues con ello se ayudaría a que los precios registren ya no sólo el precio más bajo de los últimos treinta y seis años, sino, incluso, la cotización más baja de su historia.