Ugo Pipitone
Venezuela, Argentina, Chile

Abrir el periódico en estos días es chocarse con América Latina. Están ocurriendo aquí cosas importantes, y menos, sobre las cuales es oportuno intentar una reflexión. Y como siempre cada país es un universo en que los problemas de todos toman formas únicas.

Concentrémonos en tres episodios nacionales, pero no sin antes haber reconocido el ``problema de todos''. América Latina sigue sin encontrar un rumbo de salida del atraso. Lo cual no significa estancamiento, pero sí crecimiento errático que se construye sobre estructuras productivas que conservan agudas segmentaciones y reproducen tensiones sociales exasperadas.

Veamos sólo un dato para recordar el tamaño del problema. En las últimas dos décadas la tasa media anual de crecimiento del consumo privado per cápita fue nula en la región latinoamericana.

Frente al 4 por ciento de Asia oriental, la pregunta es obvia: ¿hasta cuándo será sostenible una situación de este tipo sin que ocurran agitaciones sociales muy graves o una corrección del rumbo de la política económica? En el contexto actual la propia estabilidad política puede ser un riesgo si se convierte en condición para dejar de percibir los peligros que imponen una sustantiva corrección de rumbo. Un revolucionario ruso de comienzo del siglo preguntaba ¿qué hacer? Nosotros, obligados a una conciencia menos apocalíptica, nos preguntamos ¿hasta cuándo? Considerando que tres cuartas partes de la población latinoamericana son urbanas, no es necesario tener dotes adivinatorias para percibir que, de seguir, la crisis del desarrollo latinoamericano se manifestará cada vez más como crisis de su principal teatro colectivo: la ciudad. Y lleguemos al tema, como si fueran las coplas de alguna milonga.

Primera. En Venezuela las viejas fuerzas políticas presentan un candidato común para contrarrestar la llegada a la presidencia, que parece ya inevitable, del ex golpista Hugo Chávez. O sea, de una parte, la vieja oligarquía política que se sostuvo en el poder usando el petróleo como fuente de enriquecimiento de algunos y de corrupción de todos, o casi. Y de la otra, un golpista con discurso populista. Ahí está el problema de dormir por tanto tiempo: cuando uno se despierta las tragedias se han convertido en farsa y pocos problemas han quedado resueltos en el camino.

Segunda. En Argentina Fernando de la Rúa es ya el candidato de la alianza opositora argentina. ¿Cuál es la novedad aquí? La novedad es que el centroizquierda argentino se perfila como una alternativa viable a un peronismo convertido en una mezcolanza de neoliberalismo y personalismo ramplón. Menem y los suyos se han quedado con una victoria: el exitoso combate contra la inflación. Pero no han podido mejorar las condiciones de vida de la mayoría de la población y encima del fracaso añaden ahora una posibilidad de: el peligro de una re-relección de Menem. Con un 30 por ciento, o por ahí, de gente sin trabajo o subempleada, la política argentina está, por una vez, a la altura de una voluntad de cambio construida sobre grandes consensos sociales. Confieso que habría preferido a la señora Meijide, pero se trataba de encontrar un camino de consenso para dejar atrás una política económica con graves insuficiencias y un personaje, como Menem, con peligrosas tentaciones de padre-de-la-patria. Que la sociedad argentina haya hecho posible un candidato común de oposición es testimonio evidente de la madurez democrática de una parte importante del país.

Tercera. Y a propósito de Chile señalemos esto: José Miguel Insulza, el ministro del exterior de Chile, tiene razón en decir que ``el pueblo chileno tiene el derecho a decidir de qué manera se enfrenta con su pasado''. Pero no la tiene si con esto supone que los crímenes contra la humanidad puedan ser materia de nacionalismos acomodaticios. Una cosa es segura: los insultos londinenses contra Insulza no son aceptables. Achaquémoslos a la exasperación pero también a la lentitud de un proceso de superación de aquello que Chile sigue siendo: una democracia vigilada.