Monet es el pintor impresionista por antonomasia; Manet, a quien se asignó papel de líder, lo fue un tiempo; Pissarro y Sisley son impresionistas prototípicos; Renoir sólo de modo intermitente; Morisot, cuñada de Manet, hizo grupo con sus colegas; Cézanne exhibió en la primera y en la tercera muestras de grupo (1874 y 1877), frecuentaba a Renoir y a Pissarro y Signac le compró un cuadro, pero él no se consideraba impresionista: ``Hagamos del impresionismo una cosa tan sólida como el arte de los museos'' quedó como una de sus frases célebres. Gaugin jamás pintó impresionista, no obstante coleccionó a sus colegas y participó en varias de las ocho muestras.
Van Gogh se vio influido por Signac en cierto momento: jamás exhibió con los otros, pero su hermano Theo los alababa y coleccionaba. Degas los apoyó en todo y exhibió en la mayoría de las muestras sin que sus modos sean ``impresionistas'' más que ocasionalmente y en contados aspectos. Era un estupendo pintor académico y un apasionado de la fotografía y del coleccionismo.
La exposición del Palacio de Bellas Artes si no es la más nutrida, en cuadros impresionistas en México, quizá sí es la más interesante. Las obras están muy bien seleccionadas, además de que no han sido muy difundidas, lo que les redobla interés. Otra ventaja es tenerla aquí por mucho tiempo. No estamos ``de viaje'', pues podemos observarlas una y otra vez. Es una magnífica oportunidad para los artistas y los artwriters.
Hay obras deliciosas: una de Monet, Rincón de apartamento (1875), allí sí que se ilustra uno de los presupuestos típicos del impresionismo: ``La sombra no es ausencia de luz, sino otra calidad de luz''.
Si bien el fondeado de esa tela no está embetunado, la paleta resulta oscura, excepto en sus bordes, donde los macetones, las plantas y las cortinas quedan iluminados por la luz que se supondría proviene de una habitación más clara, que es la que ocuparíamos si estuviesemos en el cuadro. La composición lleva la vista al interior. En la parte central hay una ventana con tenue cortina por la que se filtra luz, repercutida en la mesa y en la duela de un piso barnizado y por tanto reflejante, permitiendo discernir la lámpara y el candil apagados y la figura oscura de un niñito que ligeramente desplazado a la derecha ocupa el centro estratégico de la composición. Este cuadro de unos 80 x 60 cm es toda una lección para quien quiera entender cómo se pretendían aplicar determinados parámetros ópticos en un momento en que el movimiento tenía aproximadamente dos décadas de antecedentes, cuatro de existir y una de ``vida oficial''.
Del mismo Monet hay un paisaje de 1881 que pertenece al Museo de Cleveland. Los planos horizontales son paralelos. Si se acerca uno a la pintura ve pinceladas sueltas en diferentes direcciones; si se aleja de ella, la retina la compone (como ocurre con ciertos cuadros de Franz Hals) y los elementos adquieren detalle, aire y movimiento. Los cipreses erectos en la línea de horizonte dinamizan la composición, perfilándola contra un cielo azul surcado por cirrus muy ligeros. Si Monet, como se ha dicho, no fue más que un ojo, hay que admitir que su ojo fue excepcional. Cuando se retiró a Giberny sentó allí las bases para una vena de la pintura abstracta que no deriva ni de las improvisaciones de Kandinsky ni de la reducción a las estructuras esenciales de Mondrian.
Otro cuadro primoroso, de Berthe Morisot, es una pintura (la única en toda la exposición) que estuvo presente en la primera muestra de 1874, cuando el grupo fue bautizado, dato imprescindible que debió consignarse en el libro-catálogo. Pertenece al Museo de Cleveland, al que fue donado por la Fundación Hanna. La modelo para este cuadro es la hermana de la pintora, está sentada, leyendo, en un prado. Es un cuadro ``muy japonés'', dirían en aquel tiempo. Por ello la pintora no pudo eludir el abanico desplegado que tal vez la situación no necesitaba, ya que la joven se encontraba al aire libre.
Se dice que los impresionistas tenían vetado el negro (al menos Renoir recomendaba jamás usarlo) pero sí que lo hicieron, un negro aquí compuesto probablemente de azul de Prusia y carmín oscuro; los escasos toques negros en este cuadro están pensados con sabiduría, forman una vertical que desciende de la cinta del sombrero a la gargantilla rematando en el lazo con que termina el escote. Los impresionistas no eran espontaneístas como a veces se cree y como sí lo es el paisaje ribereño de Vincent van Gogh.