Adquiridos en diferentes momentos de la historia mexicana por vías políticas de legitimidad distintas, esos compromisos han sido: 1) la reforma agraria; 2) la política social, en los rubros de alimentación, salud, educación, y vivienda; 3) el empleo; 4) la infraestructura; 5) la industrialización, y 6) la estabilidad.
Surgido de la Revolución dle 10, el compromiso de la reforma agraria es abandonado en los hechos en los sesenta, aunque no en el discurso oficial. En los ochenta es abandonado también en el discurso y posteriormente se reforma el artículo 27 constitucional.
También surgida como compromiso del movimiento revolucionario, la política social es abandonada en el curso de los ochenta, aunque acompañada de paliativos dirigidos a algunos de los grupos de la franja de pobres extremos. La falta de este compromiso es diferenciada respecto a diversos grupos sociales, pero el resultado neto ha sido el aumento permanente de la franja pobre y pobre extrema. Aún no se abandona en el discurso.
El empleo es el compromiso permanente de cualquier Estado, por definición. Abandonado en los hechos en los ochenta, aún no se abandona en el discurso.
La infraestructura fue un compromiso del Estado oligárquico y del Estado revolucionario. En los ochenta es abandonado como compromiso directo pleno, se intenta endosarlo a la inversión privada que no puede con el paquete, y el compromiso cae en una ambigüedad de limbo.
La industrialización es una idea presente en los más lúcidos mexicanos del siglo XIX, aunque se vuelve propiamente un compromiso de Estado al final de los treinta del siglo XX cuando el régimen de Cárdenas la vislumbra como posibilidad real; se hace posible como línea central del desarrollo en los cincuenta y es abandonada en los ochenta por la política neoliberal, en los hechos y en el discurso. Inclusive la Dirección General de Industrias cierra sus puertas. A lo más que se llega en los ochenta es a una débil política de promoción de las exportaciones.
La estabilidad macroeconómica sufre un curso singularmente paradójico. Aunque no se le llamara así, fue un clamor de la sociedad entre la década del 10 y la de los cuarenta. No era para menos: en ese lapso el total desastre que fue el sistema monetario metálico, las extremas dificultades para realizar los intercambios comerciales y la consecuente inestabilidad de precios crearon un pandemónium que llevó a la sociedad al clamor referido. Este compromiso de Estado se logra cumplir grosso modo en los cincuenta, alcanza su días de gloria en los sesenta y se pierde al final de los setenta. La estabilidad de largo plazo no ha vuelto a recuperarse y desde los ochenta es el único compromiso de Estado propiamente vigente.
Los primeros cinco compromisos enumerados contaron con una amplia legitimidad social y política y su suspensión por el Estado fue eso: un abandono. En otros términos, la suspensión no contó nunca con una legitimidad social y política por nadie conquistada. La suspensión habría ganado legitimidad, sin mediar el procesamiento de un acuerdo nacional, si los resultados económicos y sociales hubieran sido tangiblemente favorables al conjunto de la sociedad. Pero no ha sido el caso. La suspensión de sus compromisos por el Estado, por tanto, no ha sido legítima.
Para empeorar las cosas, el compromiso vigente por la estabilidad macroeconómica se ha buscado cumplir en términos tan adversos a la sociedad y en ausencia del resto de los compromisos históricos, que no ha podido sino desembocar en una grave pérdida de legitimidad.
El extravío de la indispensable estabilidad se debe también a que los nuevos liberales, mientras han mantenido un discurso atrozmente descalificador de las voces opuestas a una política económica que se identifica sólo con los macroeconomic fundamentals, han demostrado con creces ¡oh ironía! que no saben cómo hacerlo: a nadie escapa que la administración de Salinas desembocó en el catastrófico ``error de diciembre'' y la de Zedillo, sin superar un ``error'' claramente configurado desde diciembre de 92, desembocó en el infausto Fobaproa.
Es hora del balance nacional y de un nuevo acuerdo en lo fundamental, como quería Mariano Otero.