Alberto Aziz Nassif
Cuatro años de zedillismo

Hoy se cumplen cuatro años de haberse iniciado este sexenio. El discurso de toma de posesión de Ernesto Zedillo en 1994 expresó una ubicación interesante: se retomaron demandas sentidas de la sociedad, como la seguridad pública, el bienestar económico, una política de diálogo con las fuerzas políticas, reformas electorales definitivas, negociación en Chiapas, impartición de justicia y reformas al Poder Judicial, entre otras. La historia ya se conoce, veinte días después estalló una crisis económica y desde entonces este gobierno no se ha podido encarrilar para sacar adelante al país.

La crisis económica y el paquete de medidas para enfrentarla fueron un amargo inicio sexenal; con las estrepitosas alzas en las tasas de interés se fracturaron los equilibrios financieros de millones de familias y de cientos de empresas, que de la noche a la mañana se quedaron en bancarrota; la política económica fue restringir el gasto y subir los impuestos para recuperar el equilibrio en las finanzas públicas. De nuevo los mexicanos regresamos a un periodo -supuestamente- superado. El discurso del gobierno fue que no había margen y que era mejor hacer un ajuste fuerte en lugar de uno gradual. Las consecuencias del paquete anticrisis todavía no terminan y cada vez se agravan más.

Hoy el Fobaproa es la síntesis más acabada de un rescate bancario que se hizo fuera de la legalidad y con serios problemas de defraudación. Cuatro años después que estalló la crisis el gobierno zedillista presenta un Presupuesto para 1999 y una Ley de Ingresos con los que se castiga severamente el desarrollo del país, se recorta el gasto social, el gasto para educación superior, se restringen al mínimo los subsidios, se termina con empresas estratégicas para cualquier país, como Conasupo, y se suben de forma drástica los precios de bienes y servicios. De nuevo el discurso del gobierno establece como prioridad las finanzas sanas. Con un Congreso en el que el PRI ya no tiene mayoría, las cosas se complican. Es preocupante ver cómo el gobierno de Zedillo se ha ido quedando solo; su propio partido lo cuestiona; los grupos empresariales están en contra del presupuesto; la Iglesia católica hace llamados para que la sociedad exprese su inconformidad.

Chiapas ha sido una tragedia, cuando pudo haber sido una gran oportunidad para negociar y empezar a solucionar de fondo un viejo problema con los indígenas en todo México. En febrero de 1995 el gobierno zedillista no resistió la tentación del manotazo autoritario y casi logra prender la chispa de la guerra otra vez, pero no lo logró. Después vino una negociación, pero fracasó por el incumplimiento gubernamental, con lo que se entró al silencio, la militarización de la zona, y hace casi un año la matanza de Acteal volvió a evidenciar el desgaste y la descomposición. El gobierno no tiene interés real de solucionar el problema, y muy probablemente ni siquiera entienda de lo que se trata.

La reforma de 1996 y las elecciones intermedias de 1997 fueron dos de los pocos momentos afortunados de este sexenio. Pero las consecuencias de unas elecciones competidas, como tener un Congreso con nuevos equilibrios, no han servido para construir mejores vías de consenso entre las fuerzas políticas. Así hemos visto surgir una polarización creciente y una falta de acuerdos preocupante: el Poder Ejecutivo sigue instalado en el viejo esquema a pesar que ya no tiene mayoría, y la oposición no ha tenido el talento para dirimir sus diferencias y sacar adelante las reformas legislativas que urgen.

La inseguridad pública ha rebasado a las autoridades en todos los niveles de gobierno; el bienestar fue una palabra de campaña que nunca se puso en práctica; la crisis económica sigue instalada junto con una política económica que ofrece más de lo mismo, pero ya sin ninguna zanahoria por delante; la pobreza crece de forma alarmante; la institucionalidad electoral está siendo combatida por el priísmo; no hay clima para acuerdos, el gobierno está cada vez más aislado y el liderazgo presidencial se ha escurrido; la sucesión presidencial se ha instalado y presagia tempestades. Con esta frágil gobernabilidad entramos a los dos años más difíciles.