Medio millón de mexicanos en el profundo sur estadunidense
Medio millón de mexicanos son un motor de desarrollo del ``nuevo sur'' en los estados de Georgia, Alabama, Tennessee, y Carolina del Sur, pero la presencia de esta comunidad mexicana se ha llevado en silencio, y, aunque los políticos aquí reconocen su contribución, nadie lo admite públicamente. ``Quieren su mano de obra, pero no sus cuerpos'', afirma el cónsul general de México, Teodoro Maus Reisbaum, entrevistado por La Jornada.
Sin esta mano de obra, las instalaciones y edificios construidos para las pasadas Olimpiadas celebradas en esta ciudad no se hubieran terminado a tiempo, comenta Maus Reisbaum, señalando que eso fue reconocido implícitamente cuando se suspendieron las redadas de la Migra durante ese periodo.
Recientemente, un alto funcionario del gobierno del estado le comentó al cónsul que ``la economía de Georgia (una de las más dinámicas en la Unión) estaría muerta sin los mexicanos'', y le pidió sugerencias de cómo podían ofrecer más a esa comunidad. La mejor forma, le respondió Maus, sería repetir de inmediato lo que acababa de declarar ante los medios. El funcionario soltó una carcajada, y respondió: ``Sí, cómo no, pero mejor hablemos en serio''.
Ningún alto funcionario estadunidense aquí se atrevería a decir algo así públicamente, ya que tendría, dicen, un alto costo político.
Maus cuenta que un jefe regional del Servicio de Inmigración y Naturalización (SIN) le notificó que al día siguiente se presentarían en el pueblo de Dalton, Georgia, para realizar una redada y tenían programado detener a unos 200 indocumentados.
``Mejor espérame, te acompaño, y detenemos a 3 mil'', lo retó Maus, al aludir a la fuerza de trabajo mexicana que conforma cerca de 90 por ciento de la mano de obra en las plantas de tapetes, la columna vertebral de la economía de esa zona. ``No, cómo crees, ¿quieres que pierda mi chamba?'', le respondió el encargado del SIN. Como bien lo sabía el cónsul, a ninguna autoridad se le ocurriría detener a todos los indocumentados, ya que marcaría el fin de sectores industriales.
Indígenas otomíes y mixtecos se encargan de cosechar las famosas cebollas dulces ``Vidalia'' de Georgia. Es una cosecha que se debe realizar en no más de seis semanas. Hace un par de años, el SIN decidió realizar una redada en medio de la cosecha y deportó a un grupo grande de trabajadores, lo que les costó dos días de pérdidas a los granjeros. Los enfurecidos dueños acudieron al senador federal Paul Coverdell para quejarse de esta acción, y el político armó un escándalo en Washington. Ahora, los encargados del SIN hicieron saber, extraoficialmente, que no habría redadas durante la cosecha.
La construcción está en auge en esta zona, pero los edificios ``se construyen solitos''; miles trabajan en las plantas de procesamiento de pollos en Gainesville, Georgia, pero al parecer el proceso se hace solo; los jardines se cuidan solos; los muebles se arman solitos; las cebollas, los famosos duraznos y nueces de Georgia se cosechan solitos. Aunque todo esto es realizado por manos mexicanas, ``son invisiblesÉ no tienen voz'', dice Maus a La Jornada.
``Son una comunidad totalmente vulnerable'', por ser una comunidad nueva que se concentra aquí sólo en los últimos cinco a diez años en estos números; son cerca de 90 mil en la zona metropolitana de Atlanta, entre 400 y 500 mil en la zona de cuatro estados sureños que cubre este consulado que en los últimos ocho años ha incrementado su personal de cuatro a 28 en sus labores de apoyo, defensa y atención a la nueva presencia mexicana en estos lares. ``Esto requiere de fuertísimo y costoso apoyo, pero por ser una comunidad nueva, también se pueden sentar modelos y precedentes'' para establecer una relación y promover la integración y educación de estos paisanos.
Maus y su equipo narran los abusos: un pequeño restaurante es multado por tener su anuncio sólo en español y no en inglés; un contingente de la policía en Dalton detiene a cualquier auto conducido por todo aquel que parezca mexicano, y si es indocumentado se lo entregan a la Migra; agentes de aduanas esperan en las entradas a los aviones para detener a cualquiera que parezca jornalero mexicano, lo registran para ver si tiene efectivo que sume más de 10 mil dólares (lo que ocurre cuando sus compañeros le piden llevar sobres llenos con sus ahorros para entregarlos a familiares en México) y se lo decomisa por no haber reportado que está portando esa cantidad. Y más, los abusos de los empleadores que engañan a sus trabajadores, los asaltos que sufren por temor a acudir a la policía, etc.
Llegan de Durango, Guanajuato, Guerrero, Michoacán, Jalisco, Hidalgo, Zacatecas, del estado de México. También de California y Texas, al saberse que allí hay empleo y un clima menos antinmigrante. Hay 300 restaurantes mexicanos en la zona metropolitana de Atlanta. También historias de éxitos de inmigrantes pobres: familias que comenzaron con un pequeño restaurante y ahora tienen 12, 15, 20. Están incluidos en las páginas amarillas de un grueso directorio telefónico de comercios y servicios ``latinos'' de Atlanta (se acaba de publicar un directorio amarillo latino para la zona norte de ¿quién adivinaría? el estado de Alabama).
De pronto, en este profundo sur, con sus marcados acentos en un inglés que sólo existe aquí, estalla el español mexicano (y lenguas indígenas). El sur profundo se encuentra con un sur aún más profundo.
``Los dos sures, este y el de México, son más parecidos de lo que uno se imagina'', dice Maus. En sus historias, México y el sur (que aun se identifica casi como una nación separada de Estados Unidos) ``son dos países derrotados, países obligados a depresiones económicas, países que se encerraron por miedo al exterior''. También se enmascaran en las cortesías y hospitalidad legendarias de cada ``país''.
Por otro lado, el sur, reconoce Maus, sigue sufriendo de un racismo intrínseco y desconfianza a todo extranjero, sea mexicano y del norte de Estados Unidos. Hay tensión, pero también beneficio en el encuentro entre este sur y México: la apertura comercial por el TLC ha generado un intenso intercambio entre ambos lugares y el influjo de los inmigrantes ha nutrido a esta economía.
En este encuentro entre sociedades que sólo recientemente se conocen entre sí, los mexicanos poco a poco le están cambiando el acento sureño a esta región con uno en castellano. El símbolo de Georgia --el durazno-- se cosecha ahora por manos mexicanas.