Acaparan finqueros la maquinaria enviada a Chiapas para auxiliar a damnificados
Jaime Avilés, enviado, Tapachula, Chis., 29 de noviembre Ť En la sierra madre de Motozintla -dos meses y tres semanas después de las lluvias de septiembre y a siete días de las elecciones municipales en la región-, ``los finqueros tienen acaparadas las máquinas que mandó el gobierno para ayudar a las comunidades'', afirman indígenas productores de café.
Otros denuncian: ``En la zona de San José Ixtepec murieron cinco personas. Nada de ayuda del gobierno ha llegado; no han llegado máquinas para abrir paso. De 22 pueblos, nada. Hay una máquina por el rumbo de Miguel Alemán, pero no es suficiente. Somos 4 mil que estamos sufriendo y no ha llegado nada. ¿De quién es la culpa de lo que pasó? El fertilizante acaba los árboles, el fertilizante y los pesticidas''.
Otros se quejan: ``En Las Golondrinas, municipio de Acacoyahua, allí murieron cuatro: una esposa, una nuera y dos nietos. Desaparecieron. Nosotros estamos a 25 kilómetros de la carretera. Nunca llegó los ejércitos; fue una sola vez, dejó 300 kilos de ayuda y no regresó. Fue el 8 de septiembre''.
Otros recuerdan: ``En El Triunfo, municipio de Motozintla, había 16 personas ahogándose el 7 de septiembre. Alguien avisó por radio. Fuimos a decirle al Ejército, aquí en Tapachula. Pero el comandante no quiso: ``No puedo arriesgar ni máquinas ni hombres. Tengo instrucciones''. ``Como son indios...'', relatan fuentes vinculadas a la diócesis de Tapachula que, pensándolo con toda sensatez, prefieren quedar en el anonimato.
Para algunos observadores, ``el Plan DN-III cayó como un golpe de Estado. Los soldados tomaron el control del espacio aéreo, se incautaron de los 70 helicópteros que hay en una zona de 240 kilómetros, lo que es toda la costa, y prohibieron los vuelos de rescate. No permitieron la interacción de la sociedad, no dejaron que hubiera voluntarios, no fue un salvamento organizador: el Ejército no organizó a la población, fue una acción puramente represiva''.
Con un auto compacto -en ninguna agencia de Chiapas hay camionetas pick- up: todas están rentadas por los contratistas que arreglan las carreteras de la costa--, parto en compañía del fotógrafo Vania Meléndez, del aeropuerto de Tuxtla rumbo al Soconusco. En la radio hay noticias sobre la gira de Carlos Ruiz Sacristán, el secretario de Comunicaciones, que fue a Honduras y Nicaragua para dar consejos en materia de caminos.
De Tuxtla a Cintalapa, se equivocan los letreros que advierten: ``Gasolina a 60 kilómetros''. En dos tramos consecutivos, las gasolinerías surgen a la vista 42 kilómetros después del aviso.
Después de Cintalapa, comienza el descenso a Tonalá, un pueblo donde en 1996 no pude comprar un peine, porque no había en ninguna tienda. Pero antes de Cintalapa, donde hace dos años había un retén militar, ahora hay un agradable conjunto habitacional, estilo California, pintado en verde pistache, para uso exclusivo de los oficiales.
Pero la ruta no pasa por Cintalapa sino que se desvía a la izquierda. Empieza a bajar hacia el Pacífico. El camino se interna en La Sepultura, una reserva de la biosfera, protegida contra la tala de árboles, que tal vez por eso resistió mejor los aguaceros de septiembre: sólo cayeron tres puentes.
Manejar a través de La Sepultura puede ser una experiencia psicodélica: la perspectiva se modifica una y otra vez. Las curvas, que se suceden sin piedad a lo largo de 32 kilómetros de pendiente en picada, parecen trazadas por Escher: son como corbatas de moño conectadas por las partes más anchas y se angostan al máximo cuando llegas al centro.
Para horror de los navegantes, en el fondo de La Sepultura está el infierno, en este caso llamado Arriaga: un pueblo espantoso que sin embargo es apenas bordeado por la cinta asfáltica, la cual entronca con una moderna autopista de cuatro carriles, dividida por un esbelto camellón, que permite pisar el acelerador, distiende los nervios y devuelve el tiempo que se pierde en las cumbres. Es, pronto lo sabremos, la moderna supercarretera Arriaga-Tapachula, orgullo efímero del sexenio de Zedillo.
Con el aire caliente de la costa en la cabina, pasamos lejos de Tonalá y avanzamos con rapidez y comodidad hasta los límites municipales de Tonalá y Pijijiapan. En esa modesta frontera, una cola de camiones y coches nos engulle, porque en el paraje llamado Las Dos Hermanas, el río Los Sapos ha derribado el puente de la flamante obra del régimen. Con gran lentitud, una desviación rústica nos deposita ahora en la carretera vieja, que no tiene camellón pero va paralela a la nueva.
Diez puentes caídos más tarde, llevados de la vieja a la nueva y viceversa, entramos en Pijijiapan, cuyos alrededores fueron destrozados por el río del mismo nombre. Hundido quizá bajo el nivel del mar, el pueblo suda en los calores terribles de las sombras. Con la prisa habitual de este oficio, localizamos al presidente, Gilberto de los Santos, perredista, en la planta alta de su palacio sumergido en un torbellino de voces indígenas que protestan. Son los damnificados de su jurisdicción y dicen a gritos que les falta todo.
Uno se queja: ``La ayuda que mandó los otros estados y países no repartió a todos; tiene embodegados víveres, ropa, calzados, lámina de zintro; a personas que no son del PRD no los tomó en cuenta''.
Otro reporta: ``En el ejido San Antonio Miramar hubo pérdida total de producto cafetalero y milpa; afectó todos los terrenos para trabajar y aparte de eso la Comisión Federal de Electricidad no nos apoya para dar mantenimiento; ya reportamos más de 100 veces y no nos hacen caso. El ejido está incomunicado, no hay transportes por los destrozos de los caminos''.
Queda atrás Pijijiapan, viene Valdivia, el pueblo sepultado por el cerro El Pelón. Siguen Mapastepec, Acacoyahua, Acapetagua, Villa Comaltitlán, Escuintla y Huixtla. Al entrar y salir de cada pueblo, el paisaje se repite: los cerros, al fondo, desgajados; los ríos, convertidos en gigantescas avenidas de arena, que almacenan miles de rocas y, ojo, decenas de monumentales ceibas que flotaban, dicen, como palillos de dientes. En todos los casos, el mismo fenómeno.
Mal planeada, la carretera nueva tenía muy poca separación de la antigua. Donde los puentes de una y de otra se erguían juntos, las ceibas y las rocas se amontonaron creando represas; esto aumentó la fuerza del agua y reventó las inmensas patas de hormigón; de allí, pues, el desastre.
Por lo demás, según choferes entrevistados en los frecuentes embotellamientos que provocan los puentes caídos, la capa de asfalto de la carretera nueva es bastante más delgada que la vieja, y como tenía malos revestimientos, era común que la fricción deshilachara las llantas.
Un carguero agregó: ``Esta madre está igual de malhecha que la autopista Cancún-Mérida. Sólo que allá se han matado varios por lo mismo que las llantas raspan el suelo y truenan''.
En una bodega de la organización Indígenas de la Sierra Madre de Motozintla (Ismam), aquí en Tapachula, un centenar de productores de café orgánico, espléndido por cierto, ensaya un balance de la catástrofe. Y tras la asamblea, algunos hombres forman una hilera para dictarme.
Uno expone: ``En la zona de Cabañas, municipio de Motozintla, son 14 comunidades. La más afectada fue Miguel Alemán. Más de 500 personas quedaron sin casas; las tiró el río. Se está metiendo máquina para hacer la carretera, pero piden que paguemos el combustible. Y quieren que trabajemos gratis. ¡Es una necesidad! Algunos por ir a traer comida se tuvieron que morir. A veces todavía aparecen cuerpos. Los helicópteros no llevan alimentos''.
Otro acusa: ``En el pueblo Galeana, municipio de Siltepec, hay dos ríos que se llevaron el barrio de Santa Amalia; se perdieron siete casas. Los compañeros están con laminitas, no hay ninguna respuesta. No hay carretera. No hubo muertos''.
Otro pincha: ``En la zona Honduras, municipio de Siltepec, crecieron los ríos; había un puente de material (concreto), tenía tres o cuatro años; el agua se lo llevó y tiró cuatro casas. El presidente municipal dijo que había un proyecto de dar 14 mil pesos para renovar el puente; ahora dice que no hay dinero, que no hay nada''.
Otro viene de muy lejos, de La Fraylesca, en el centro de Chiapas: ``En la zona Toluca, municipio de Angel Albino Corzo, la lluvia destruyó 45 casas: 30 se las llevó el río, 15 cayeron. Las familias no tienen dónde vivir. Doce están en el ejido Puerto Rico. El río se llevó cinco camiones de tres toneladas y dos camionetas. Ya le pedimos al gobernador que nos compre un terreno de cinco hectáreas, pero no hay respuesta''.
Otro se explaya: ``En San Antonio Miramar, municipio de Escuintla, se afectaron seis barrios. Fue como a las diez de la noche del 8 de septiembre. En barrio La Veguita murieron ocho personas, a cinco sacamos, tres quedaron en la tierra. Fue un deslave. Todos los caminos de herradura están tapados de arena. Hay tres casas que se fueron. Y en barrio Nueva Sonora, ahí murieron seis; el derrumbe se los llevó con todo y casa. Había un río grande, ellos estaban del otro lado, no se podía pasar a auxiliar; unos que tenían banda civil se comunicaron con los ejércitos, pero no hicieron nada. Luego se llevaron los cuerpos a San Juan Panamá, pero fue la gente: los ejércitos no ayudaron. Y en otro barrio que se llama Bolivia, una murió; la señora le cayó un palo (árbol) encima. Apenas está llegando la máquina. La ayuda de despensa la metía el helicóptero. La tubería de agua potable se la llevó el derrumbre. Tenemos un arroyito; la gente se pelea el agua. La milpa, el café, todo se perdió''.
Otro echa cuentas: ``En el ejido Angel Díaz, municipio de Siltepec, la gente compró a 100 pesos los 300 kilos de maíz y el paquete de Maseca a 12 pesos kilo. Allá no hay Conasupo, sólo tiendas de particulares. El río tiró las casas''.
Otro diserta: ``En Belisario Domínguez, Motozintla, hubo cinco muertos: tres desaparecidos, dos encontrados. Fue por derrumbe de casas. Se perdió todo el café, la milpa, el frijol, todo. Todo se cayó porque no hay árboles por culpa del fertilizante. Hubo 100 casas destruidas, ahora hay 50 refugiados pero no tienen dónde regresar. Los ejércitos aquí sí ayudaron''.
Otro suplica: ``En Nueva Reforma, municipio de Acacoyahua, el barranco le cayó encima al cafetal y a la parcela. Un puente de hamaca, el agua se lo llevó. La carretera está destruida. Nos niegan las despensas del DIF. Mandaron ropa una vez, pero los del PRI se quedaron con la nueva. Nadie nos hace caso''.
Se quejan también los de Santo Domingo, en Siltepec: ``La carretera quedó tapada 12 kilómetros; nosotros tenemos que pagar la máquina, 22 pesos diarios por cabeza. En Barrio Laguna se cayó el templo pentecostés. El maíz, lo tiró el viento''.
Y desesperan los de Olivos, en Mapastepec: ``Nueve casas las llevó el río; había tres puentes colgantes, cayeron los tres. Hay 22 casas dañadas. Queremos apoyo a nuestro camino y reubicación''.
Durante la primera semana de septiembre, todas estas desgracias ocurrieron al mismo tiempo. Tres semanas después, el doctor Zedillo anunció que todo había vuelto a la ``normalidad''. El próximo domingo habrá elecciones de diputados y alcaldes en los distritos XV, XVI y XVII de Chiapas, así como en los municipios de Pijijiapan, Mapastepec, Acacoyahua, Comaltitlán, Escuintla, Huixtla, Motozintla, Siltepec y San Juan Chamula.
Según el Instituto Estatal Electoral, hay ``plenas condiciones'' para que se efectúen los comicios.