alárgate en mi espíritu''
Así cantaba Julia de Burgos, desde las calles del Barrio Neorrican (``Loisaida'' en español antiguo, ``Lower East side'' en inglés isabelino) a su río, su pueblo y su gente. La matarían, unos años más tarde, el frío y los desalientos. Cayó en una acera de Nueva York con la cara contra el suelo y con su poesía hacia todos los cielos. Sus palabras fluviales nos permiten abrir este bazar franca y enamoradamente borinqueño. Hoy hablará en el local principal de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, dedicada este año a Puerto Rico, uno de los más ilustres barrocos caribeños, Luis Rafael Sánchez. Este bazarista está en el brete de presentarlo. Brete grande (pues el autor lo es también), pero placentero ya que presentador y presentado son muy amigos y mucho se respetan (es claro que lo del respeto es por el presentado.) Adelanta el bazarista (ego del alter ego en decadencia y caída gracias a la edad que todo lo remedia, menos la enfermedad y la muerte. Remedio que a veces trae como fruto lo llamado por Wordsworth, ``la mente filosófica'', mientras que en otras se traduce en pérfida floración de lugares comunes. Un tío alteño decía que ``lo pendejo no se quita. Nada más se añeja'') algunas cosas de las que dirá para presentar al maestro boricua: 1. La prosa de Luis Rafael Sánchez se emparenta con la obra de muchos escritores pertenecientes a muchos siglos: Cervantes, Pérez Galdós, Carpentier, Cesaire, Palés Matos, Emilio Belaval, Sarduy, Cabrera Infante, Valle-Inclán. Su manera de escoger siempre las palabras más precisas, más capaces de expresar con mayor fuerza los temas y las ideas, nos obliga a decir con gozo que es valleinclanesca. La prosa de Luis Rafael se paladea como si fuera un trozo de melaza exacto en su dulzor y, por otra parte, es tan directa que puede hacer sangre en el ánimo de los lectores. Los jueyes de ominosas pinzas caminando por el pasillo de ``la guagua aérea'' (los vuelos Nueva York-San Juan) y aterrorizando a las pulcras azafatas y a los pálidos pilotos, tienen mucho de escena surrealista y, al mismo tiempo, describen realidades de la isla y de las gentes que se fueron o se quedaron. 2. Luis Rafael escribe con la voz de su pueblo y con su propia e intransferible voz (ya decía Carlos Marx que ``el arte tiene una sustantividad indepediente''), y lo hace por amor, alegría y conocimiento profundo del oficio de escribir. Los lectores entrarán por la puerta de las palabras a su mundo de guarachas y machos camachos, de importantes danielesantos, de prostitutas bondadosas y humanas, de politicones melífluos e inhumanos, de literatones inflados de vanidad, pompa y circunstancia, de parejas en conflicto y en acuerdo, de niños creciendo con gustos y penas, de parajes tropicales y cielos sitiados por los que los rascan. Esas palabras saben sus oficios y mueven sus caderas boricuas en la constante danza antillana. No es en balde discípulo formal de Palés Matos. Pasando esa puerta, ya la prosa danzarina ``nos clavó su aguijón de música'' y ya no podemos ni queremos salir del mundo borinqueño y del mundo privado y lírico del autor. Se trata, en fin, de un encantador de lectores que lo es gracias a su sinceridad, su compasión y su maestría formal. 3. Sus ensayos contienen novedosas reflexiones sobre las realidades de la nación puertorriqueña. En ellos no intenta congraciarse con los distintos grupos de opinión y, sin lanzar condenaciones (``en el hombre hay más cosas dignas de compasión que de odio'', decía Camus, quien, a la postre, demostró tener la razón en casi todo) a los extremos de la compleja geometría política insular, expone sus puntos de vista, promueve discusiones y defiende los principios democráticos y la libertad de la cultura. No llores por nosotros, Puerto Rico, su último libro de ensayos, es un ejemplo magnífico de la inteligencia, de la capacidad dialéctica y de la prosa deslumbrante y puesta al servicio de la claridad de un escritor que construye su obra narrativa con los elementos contrastados del mejor de los barrocos antillanos. 4. Con Luce López Baralt, maestra y ensayista, descubridora de aspectos ocultos en la poesía de San Juan de la Cruz y en la tradición arábiga; Arturo Echavarría, borgiano de aguas profundas y emérito director de la revista La Torre, y la palesiana integral e infatigable estudiosa de las letras castellanas Mercedes López Baralt, este bazarista, ahora perplejo en México y antes igualmente perplejo en su amado Puerto Rico, ha mantenido largas conversaciones sobre Antígona Pérez, Quíntuples y otras piezas teatrales de Luis Rafael Sánchez, quien, a diferencia de otros narradoresÊlatinoamericanos que incursionan, para desgracia de los espectadores, en el mundo del teatro, es un hombre de escenario, con muchas tablas y un conocimiento a fondo de la gramática teatral. Ama también el cine y fabula sobre sus antiguos mitos y sus leyendas en proceso de formación. Luis Rafael Sánchez será, en la Feria del Libro de Guadalajara, la voz por la cual circularán la hermosa y vasta tradición literaria de Puerto Rico, y las reflexiones sobre la personalidad cultural de ese ``país de cuatro pisos'' del que hablaba otro boricua de apasionada lucidez, José Luis González. Conviene que los latinoamericanos lo escuchemos con atención y respeto, pues sabe lo que dice y sabe cómo decirlo.
HGV
Ojo, FILómanos. Editorial Alfaguara invita a la presentación del libro El orden alfabético, de Juan José Millás, que se llevará a cabo este miércoles 2 de diciembre, a las 17 hrs., en el Salón 3 de la Expo FIL Guadalajara. Participarán el actor Andrés Bustamante y el propio autor.
Virginia Woolf revisitada en teatro. Si anda usted buscando asistir al teatro, le recomendamos Polvo de mariposas, obra basada en la novela Las olas, de Virginia Woolf, que se presenta en el Teatro Santa Catarina, ubicado en la Plaza de Santa Catarina 10 (enfrente de la Casa de la Cultura Jesús Reyes Heroles), Coyoacán. ``¿La vida, cuándo fue de veras nuestra? / ¿cuándo somos de veras lo que somos?'' Sobre estos versos de Piedra de Sol de Octavio Paz, Sandra Félix -quien adapta y dirige esta obra- hace girar su drama poético -o a play poem, como subtituló el montaje. Las funciones son: jueves y viernes, a las 20 hrs., sábados 19 hrs., y domingos, 18 hrs. (Además, después de la función se puede usted pasar, antojadizo lector, a Las Lupitas, la fonda que está en la esquina, y pedir una machaca con huevo, que ahí la sirven de rechupete.)
La poesía de Irlanda. El Instituto de Cultura de la Ciudad de México (ICCM) continúa con el ciclo Poesía contemporánea en voz alta. Este miércoles 2 de octubre toca el turno a la Poesía irlandesa, sobre la que tejerán sus redes de palabras las poetas Pura López Colomé y Mónica Nepote. La primera, sobre todo, ha cultivado un largo y fructífero romance, traduciendo a los mayores poetas irlandeses -incluido Seamus Heaney, a quien tradujo antes de que le otorgaran el Premio Nobel- e incluso viajando a la verde Irlanda, no a buscar las huellas de quien usted ya sabe, sino ha renovar los lazos históricos que, desde el Batallón de San Patricio, nos une a mexicanos e irlandeses. La cita es en el Centro Cultural José Martí (Dr. Mora y Av. Hidalgo, frente a la Alameda Central), a las 19 hrs.
Póquer de ases (con un as que se atoró en la manga). Si le gustan a usted, docto lector, las pomposas ceremonias de toga y birrete, donde todo el mundo adopta una rigidez de palo, asistirá encantado este jueves 3 de diciembre a la ceremonia de entrega del grado de Doctor Honoris Causa que la Universidad Autónoma Metropolitana concede a Alí Chumacero, Fernando del Paso (quien juró en el Correo Ilustrado que declinaba irrevocablemente a recibirlo, por los retrasos y cambios de fecha a que lo sometieron), Sergio Pitol (quien quizá sea el único asistente relajado y divertido en el acto) y Arturo Souto. El suceso tendrá lugar a las 19 hrs., en Prolongación Canal de Miramontes 3855, col. Ex Hacienda de San Juan de Dios, Tlalpan. Puede usted confirmar su asistencia (si le ponen reparos, diga que La Jornada Semanal lo invitó) a los tels.: 483 5648 y 483 5647.
Niños cantores checos y mexicanos. Este viernes 4 de noviembre Difusión Cultural de la UNAM, a través de su Dirección General de Actividades Musicales, lo invita a usted, melómano lector, a presenciar y sobre todo a escuchar un hermoso programa de coros infantiles. Participan el Coro de Niños Checos Vrabcaci -palabra checa impronunciable que significa ``gorriones''- y los Niños Cantores de la Escuela Nacional de Música. Ambas agrupaciones han cosechado un amplio número de reconocimientos internacionales. En esta ocasión, los dos coros actuarán juntos y por separado, interpretando obras de Georg F. Haendel, Bohuslav Martinu y Giovanni-Batista Pergolessi, entre otros. La cita es en la Sala Nezahualcóyotl (Cultisur), a las 20 hrs. Asista usted, que esta es una de las pocas ocasiones en que los niños parecen ser, efectivamente, unos angelitos.
CG-T
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Los tiranos dominan el opropio con tal exclusividad que no piensan que los demás puedan darles malas noticias. El martes Augusto Pinochet dejó de ser el dueño absoluto de las golosinas agrias y tuvo que tragarse una envuelta para regalo: la Cámara de los Lores determinó que cuenta con méritos para ser procesado por genocidio. Ese día el dictador cumplió 83 años y su hijo declaró en Chile que los británicos habían violado el derecho que todo humano tiene de sentirse bien al compás del Happy Birthday. La verdad sea dicha, resulta difícil suponer que la nación de Scotland Yard haya usado su reconocida inteligencia para ensañarse con el torturador en su onomástico y obligarlo a apagar las velas en calidad de reo legítimo. Por otra parte, Pin8 (como se le conoció en tantas bardas de la clandestinidad) dispone de lo que nunca concedió a sus víctimas, un abogado defensor. El hombre que llegó a Londres con pasaporte diplomático y suficientes viáticos para enviar flores y bombones a Margaret Thatcher es hoy el preso número uno del planeta; sin embargo, su destino aún es incierto y sin duda causará turbulencias políticas. En Chile tiene un respaldo social minoritario pero significativo (un tercio de la población), y no faltan opinionistas dispuestos a borrar estos días de jurisprudencia con argumentos de tenderos: el repunte económico chileno ocurrió gracias a la dictadura. El problema de fondo es otro. La peculiar democracia chilena se basa en un ``pacto histórico'' que garantiza la impunidad a quienes usurparon el poder y violaron derechos humanos más básicos que cantar en paz el Happy Birthday. Pinochet acató el plebiscito que lo instaba a abandonar el poder a condición de que su país fingiera amnesia. En otras palabras, secuestró un espacio político por la fuerza de las armas y lo canjeó a cambio del perdón y del olvido. Aunque dos terceras partes de los chilenos estarían dispuestos a procesarlo, esto invalidaría el contrato social. Además, nadie quiere tentar la capacidad de tolerancia del ejército. Cada generación tiene su villano irreductible, su gran fantoche del horror. ParaÊquienes cursábamos la preparatoria en 1973, Pinochet se convirtió en el dictador por antonomasía. Por primera vez fuimos a una manifestación en Paseo de la Reforma. Ahí escuchamos el discurso del poeta Hugo Gutiérrez Vega, quien habló a nombre del Comité de Solidaridad con Chile y quien hoy dirige La Jornada Semanal. De acuerdo con los protocolos emocionales de la época, nos enamoramos en bloque de las chilenas que llegaron a nuestro colegio y cantamos canciones de Víctor Jara que lograban la hazaña de conmovernos sin gustarnos. Un amigo llegó al extremo de recitar pasajes del discurso que Allende dio en Guadalajara y su último mensaje desde el Palacio de la Moneda. Ese amigo murió en el terremoto de 1985, mientras hacía guardia en el Hospital General. l era uno de los custodios de una gesta que el tiempo condenaría a la forma más sutil de la desmemoria, la normalidad. Las víctimas del genocidio vivían en perpetuo careo con su pasado y en ocasiones (como en la obra de teatro La muerte y la doncella, de Ariel Dorfmann) coincidían con sus antiguos carceleros. Pero los años pasan y, poco a poco, Chile se transformó en el país del milagro económico, los enjundiosos goles de Zamorano, las aguas frías donde nada el congrio y se pescan los locos que saben tan bien con mayonesa. De cualquier forma, el recuerdo encuentra sus zonas de resistencia. En las tribunas de la Universidad de Chile, la fanaticada de los azules cantaba un himno de protesta contra el dictador que usó el Estadio Nacional como campo de concentración, y los escritores no bajaban la guardia. En su novela Estrella distante, Roberto Bolaño retrató a un dandy de la tortura, un esteta que hace de la vejación una vanguardia; en el cuento ``Hombre con clavel en la boca'', Skármeta enfrentó a dos singulares testigos de la historia, un portugués que ha prometido celebrar el triunfo de la izquierda mordiendo un clavel durante 24 horas y una exiliada chilena; en Miguel Littin, clandestino en Chile, García Márquez narró el regreso del director de cine a su país, tan difrazado que no lo reconoció ni su madre: en Adiós poeta..., Edwards recuperó los últimos días de Neruda bajo los helicópteros de los golpistas; en Morir en Berlín, Carlos Cerda se ocupó del difícil destierro en la Alemania dividida. A pesar del pacto histórico, las historias privadas se abrían pasó en la noche y suspendían no sólo la cena sino la respiración de los presentes. Recuerdo a la amiga que habló de su matrimonio con un almirante, un hombre sin tacha que salía en rápidas incursiones al mar, periplos tranquilos que ella imaginaba como maniobras de patrulleo del puerto, hasta que averiguó una verdad que la llevó a la separación y casi a la locura: el hombre que bebía el té con calma en su casa, estaba encargado de arrojar disidentes al mar. Algo atroz y duradero brotaba en estos relatos dispersos. Durante décadas los oímos sin otro consuelo que pensar que a fin de cuentas los testigos estaban vivos y habían rehecho sus vidas. Pero un silencio enmarcaba las conversaciones memoriosas. El culpable se había salido con la suya. La sentencia de Inglaterra es un paliativo menor pero decisivo. ¿Qué esperanza puede surgir de la constatación de la muerte? Un poeta chileno ofrece una respuesta. En su epitafio, Vicente Huidobro invita a abrir la sepultura: ``al fondo de esta tumba se ve el mar''. Más allá del espanto y su ardiente memoria, Chile está de cara al mar.
intercambio cultural vía Internet (I)
Encontrar un punto de observación
Este año muchos pudimos visitar la Bienal de Johanesburgo, participar en un foro sobre la crisis monetaria, leer todas las mañanas los diarios de la India, conocer los proyectos más recientes de las empresas del Valle del Silicio e interrogar a algunos expertos de MIT acerca del futuro de la manotecnología. Todo lo anterior lo hicimos sin abandonar nuestro escritorio. Nadie se atreve a dudar, a estas alturas, del intercambio cultural que permiten los medios de comunicación electrónicos. Ningún medio había ofrecido posibilidades semejantes en términos de comunicación electrónica. Ningún medio había ofrecido posibilidades semejantes en cuanto a velocidad, bajo costo, eficiencia y alcance. La tecnología ha generado nuevas formas de expresión, pero también ha servido para dar difusión a las técnicas creativas tradicionales, para vincular y fortalecer a comunidades de artistas, para abrir espacios a creadores marginales en todas las áreas de la cultura, así como para ampliar sus foros. No obstante, aún es incierta la forma en que Internet y las tecnologías digitales están transformando el mundo de la cultura. Tampoco es evidente predecir como podrá este medio alterar la dicotomía entre el centro y la periferia en el entorno artístico, así como tampoco es fácil imaginar cómo transformarán los medios electrónicos la producción, consumo y economía del arte. Como señala la curadora y crítica Yu Yeon Kim: ``El problema con Internet, como con cualquier otro organismo caótico, es encontrar un punto de vista privilegiado desde el cual pueda ser contemplado a la distancia para poder entender su estructura en evolución.''
Pensar el intercambio cultural
Para debatir en torno a este punto, la Casa de las Culturas del Mundo de Berlín organizó el foro ñmailing listñ Cultural Exchange Vía Internet, Opportunities and Strategies, (http://www.hkw.de/forum/forum1/english.html), del 12 de octubre al 4 de diciembre, coordinado por Gerhard Haupt. La institución invitó a una serie de personalidades del mundo del arte, la crítica y la cultura, así como a representantes de instituciones de medio planeta para reflexionar sobre el intercambio cultural en la era de la red, enfocándose particularmente en el flujo cultural entre América Latina, çfrica y Asia. Entre los participantes destacan personalidades como el border brujo-mexterminator Guillermo Gómez-Peña; el artista, historiador y poeta Olu Ougibe; el director del instituto Goethe de Houston Manfred Brnner; el videasta y director del Centro Multimedia del C.N.A., Andrea Di Casto y el fotógrafo Pedro Meyer. De los 170 miembros del foro han salido participaciones o postings que ofrecen perspectivas poco convencionales de la globalización de la cultura (o la resistencia a la misma.)
Intercambio y desconfianza
El punto de partida fueron las declaraciones de diez intelectuales que expusieron su opinión acerca de la mayoría de los temas que luego se discutieron, ampliaron y enriquecieron en el foro. Yu Yeon Kim expresó su escepticismo por los valores neoimperialistas y poscolonialistas, los cuales son proyectados a través del consumismo occidental inherente a los mecanismos de Internet; el escritor y artista Armin Medosch comparó el hecho de caer ante la seducción de los nuevos medios con ser embaucado por el programa político neoliberal. Entre las participaciones más notables estuvo la de la artista y crítica, Coco Fusco, quien plantea que algunas propuestas radicales y subversivas al mudarse al cibesespacio han sido arrancadas de su contexto social, político y de la esfera pública, con lo que se han vuelto intrascendentes. A pesar de lo mucho que se ha promocionado el potencial liberador de Internet, no podemos olvidar que los cimientos de la red se sitúan firmemente anclados en el complejo militar industrial y en los intereses de las grandes corporaciones. Si bien es cierto que la red nos ofrece la posibilidad de asumir una identidad fluida, también implica que al ``hacernos digitales'' nos convertimos en cifras fácilmente interpretables y clasificables por las estrategias de marketing. Además Fusco apunta que una de las principales paradojas de Internet es que por un lado ha dado voz internacional a grupos marginales, subversivos de todos colores y a organizaciones proderechos humanos, mientras por otra parte se debe a la digitalización de las comunicaciones la globalización y reestructuración de las relaciones económicas del mundo con todos sus fenómenos vertiginosos y fulminantes que van desde el famoso Efecto tequila, que dejó a nuestras finanzas y las de muchos otros de rodillas, hasta la Gripe asiática, que destrozó el sueño primermundista de los Tigres del Pacífico. De esta manera, la gran riqueza cultural que la tecnología ha puesto al alcance de nuestros dedos es el otro lado de la moneda del flujo de información económica y política que mantiene y acentúa la depredación e inequidad del mundo actual.
Naief Yehya
Los filósofos del siglo XVII discutieron apasionadamente si los humanos tenemos o no ideas innatas. Descartes sostuvo que sí (sus intuiciones fueron revividas por Chomsky en la lingüística cartesiana.) John Locke sostuvo que no tenemos ideas innatas: la mente del niño al nacer es una hoja en blanco. Nada hay en el entendimiento que no estuviera primero en los sentidos. Leibnitz metió su cuchara: ``Excepto, claro, el intelecto mismo'', le recordó. Y siguieron sutilizando. Un lugar del frente de batalla donde los combates no fueron enconados, pues todos estaban de acuerdo, fue que no hay principios prácticos innatos, es decir que no hay reglas de comportamiento moral comunes a todosÊlos humanos. Dicho de otro modo, el humano es capaz de cualquier cosa y no hay límite a la atrocidad. Una de las pruebas exhibidas fue una acusación del Inca Garcilaso, crédulamente admitida, sin discusión, por los sesudos y distantes ``hombres blancos'' que alegaban. El chisme del Inca dice así: ``Creció tanto esta pasión (por la antropofagia) que llegó a no perdonar a los hijos propios habidos en mujeres extranjeras, de las que cautivaban y prendían en las guerras, las cuales tomaban por mancebas. Y los hijos que en ellas tenían los criaban con mucho regalo hasta los 12 ó 13 años y luego se los comían. Y a las madres tras ellos, cuando ya no estaban para parir.'' Creo que esta conducta no es posible, es un cuento de ogros y una calumnia, por eso me propongo ir al escrito de Garcilaso y examinar su origen, propósito y veracidad. Veamos. Figura en el capítulo XII del primer libro de los Comentarios Reales de los Incas. Este libro, fascinante en extremo, es una historia de los imperios prehispánicos del Perú. Antes que nada, los antropófagos entusiastas descritos por Garcilaso no son incas refinados, sino pueblos que él juzga bárbaros o ``antiguos'', gente, dice, entre la que ``los más políticos tenían sus pueblos poblados sin plaza ni orden de calles, ni de casas, sino como un recogedero de bestias''. Aquí se aprecia ya cómo está nuestro autor prejuiciado contra ellos: está hablando de grupos más ``primitivos'' que los incas, como, digamos, nuestros chichimecas pero ¿usted describiría una aldea apache, por ejemplo, como ``un recogedero de bestias''? Es decir, la descripción de Garcilaso está ideologizada. ¿Con qué intención? Con la de siempre, a saber, la de justificar la conquista inca de esos territorios y esa gente. El Inca calumnia porque si esos ``antiguos'' eran idiotas en grado sumo, degenerados, incorregibles y, claro, peligrosos, se justificaba su expoliación. (Un ejemplo de esto último: de las muchas tribus que poblaron América antes de la llegada del hombre blanco, la inmensa mayoría era muy pacífica; sin embargo, la idea que tenemos de ellos es la de indios guerreros muy belicosos, por algo será.) Acumular calumnias, como ejercicio imaginativo, es atractivo. Rulfo, por ejemplo, en el que es, tal vez, su mejor relato, imagina una ciudad imposible y atroz, Luvina, y acumula brillantemente horrores acerca de ella. Garcilaso, a su vez, imagina un pueblo entero imposible y atroz, los chirihuanas, por ejemplo, que ``están en antigua rusticidad (...) son irracionales y apenas tienen lengua para entenderse unos con otros dentro de su misma nación. Y así viven como animales de diferentes especies, sin juntarse ni comunicarse ni tratarse sino a sus solas.'' Buena prosa, a fe mía, pero ¿puede creer eso de ``apenas tienen lengua''? O esto: ``Hubo nación tan extraña en esta golosina de comer carne humana que enterraban a sus difuntos en sus estómagos.'' Aquí la prosa del Inca resbala y cae: ya Longino en su tratado rechazó por su mal gusto la metáfora ``los buitres son tumbas voladoras''. Pero sigamos: ``Luego que expiraba el difunto se juntaba la parentela y se lo comían cocido o asado según le habían quedado las carnes muchas o pocas: si pocas, cocido; si muchas, asado. Y después juntaban los huesos por sus coyunturas y les hacían obsequio de gran llanto.'' Sí, cómo no, primero se lo comían y luego ``le hacían objeto de gran llanto''. ¿En qué quedamos? ¿Ha visto a un animal llorar? Pero donde Garcilaso da el flanco y muestra su desinformación y calumnia es cuando afirma que ``No tuvieron dioses ni supieron qué era adorar. Y hoy se están en lo mismo.'' Porque esto sí está demostrado que es imposible: no hay pueblo sin dioses y adoración. No ha existido ni puede existir, esta sí que es marca de fábrica del humano. Los evolucionistas darwinianos no saben qué pensar del fenómeno: se dice que la religión fue anterior incluso a la creación del lenguaje. Y si Garcilaso se atrevió a jugar al Rulfo y fantasear esto, ¿qué nos dice que no inventó todo lo demás?
En su sencillez aparente, la poesía y, en general, la obra de Eugenio Montejo (Venezuela, 1938) parecen estar dedicadas a buscar una profundidad en la superficie o a detectar los nudos donde lo invisible y lo visible conviven en una unidad al alcance de la mano. Eugenio Montejo -como el Eugenio Montejo real, autor de Terredad (1978)- ha indagado el sentido de los árboles y de las aves y nos ha hecho notar que unos hablan por otros. Por eso, él escribió: ``Hoy, por ejemplo, al escuchar el grito/ de un tordo negro, ya en camino a casa,/ grito final de quien no aguarda otro verano,/ comprendí que en su voz hablaba el árbol.'' Pero Eugenio Montejo -como el Eugenio Montejo irreal en el papel de los heterónimos Tomás Linden y Blas Coll, en complicidad con Fernando Pessoa y Valery Larbaud- ha creado otras aproximaciones alejándose hacia un punto diferente de sí mismo. En El hacha de seda (1995), Montejo, a través de la invención del sueco Tomás Linden (hijo del ingeniero Gunnar Linden y la maestra Ana Torres), ensaya no sólo la exactitud clásica sino la experiencia extrema que puede ofrecer el soneto. Tomás Linden es un apasionado. Siente el arrebato del mar, del mismo modo que Maqroll el Gaviero, el héroe de Alvaro Mutis. Pero a diferencia de aquél, Linden vive además el ardor que despierta el ejercicio de una forma cerrada. El vigor y la habilidad de Maqroll proviene del desahogo de fuerzas, de la liberación o, por lo menos, de la contemplación de una exhuberancia despejada que mucho tiene que ver con la personalidad fogosa del propio Mutis. En cambio, la fuerza y la pericia de Tomás Linden están originadas en un control al aire libre. Para Tomás Linden, el soneto no es examen de autodominio. En esta versión de sí mismo, Montejo juega con la idea de sujetar una lengua, y su poesía, desde afuera, desde la lejanía relativa de otro idioma. En la biografía imaginaria de Linden no queda claro cómo éste llega a apropiarse del castellano. Pero el hecho es que lo hace con la ambición de alcanzar ``una mayor justeza formal''. En este punto es donde Tomás Linden y Blas Coll se juntan y se separan. En la nueva versión de El cuaderno de Blas Coll (UAM, México, 1998, 126 pp.), Montejo crea la imagen de un tipógrafo, radicado en Puerto Malo, que siempre tenemos la impresión de que ha salido de algún lugar recóndito pero natural de nuestra habla aunque no sepamos de dónde viene y a pesar de sus especulaciones insólitas. Los cuestionamientos de Coll no son una comparación de afuera hacia adentro. El distanciamiento de Coll resulta de la proximidad, de ser un próximo extraño, de estar afuera de sí mismo porque está adentro del pasmo y la sorpresa del idioma. El discurso de tono remoto es el efecto de una visión de cercanía. Desde esa perspectiva, Blas Coll sugiere una crítica de nuestra lengua y de nuestra poesía. ¿En qué consiste? En afirmar que nuestra lengua adolece de una cierta incapacidad de concisión, porque perdió los dones sintéticos del latín. En el razonamiento sobrio, pero también muy imaginativo, que Coll improvisa en su cuaderno, encontramos una explicación de la exuberancia innecesaria de nuestra literatura especializada en las colecciones y los catálogos. Con ironía, Coll afirma ``(Nuestra lengua) no es, por tanto, una lengua de goce, sino de penitencia: le falta concisión...'' Aquí Coll desliza la idea de que somos afectos a urdir toda clase de rosarios, bajo la pérdida de la acción pagana. Más adelante en el mismo sentido agrega: ``Con una lengua tan desparramada nos exponemos a que las expresiones sucintas y más definitorias de otros idiomas se nos cuelen deformándonos la nuestra. Me contentaría con avivar... ese reflejo que ya observo hacia el replegamiento lingüístico.'' En esta dirección, Coll se lamenta diciendo: ``Cuántos, cuántos monosílabos de significación posible... ha desdeñado nuestra lengua.'' No obstante que El cuaderno de Blas Coll tiene una carga de discusión cuasi teórica, el lector avezado y, en especial, el lector de poesía, no puede dejar de sentirse atraído y estimulado por esta prosa densa y, al mismo tiempo, ligera. En la piel del especulador Blas Coll Montejo se atreve a poner en cuestión cierto anquilosamiento de nuestro idioma y, de manera indirecta, a jugar burlonamente con la creencia chauvinista de que el español es una lengua más hábil y rica. Por un rodeo, también podemos deducir que Blas Coll ve con suspicacias la práctica, común entre nosotros, de inflar, sin ton ni son, un poema como si este fuera nada más un globo. Eugenio Montejo, a través de Blas Coll, ha imaginado un lenguaje y una poesía con más puntería y con la velocidad de los monosílabos que pueden ir muy rápido pero también dilatarse con la lentitud de una onda en el agua. Hay que señalar que a veces la lógica de Coll no es rigurosa y, entonces, aparecen afirmaciones incongruentes. Por ejemplo, cuando dice: ``Un pensamiento es tanto más verdadero si lo que expresa puede ser representado sin palabras en nuestra conciencia. El hábito verbal le agrega un peso tal a toda idea, que casi nos es imposible salir de las palabras para pensar''. Después de que Coll nos ha propuesto aguzar el idioma para aumentar su capacidad de expresión resulta desconcertante encontrar la invitación a explotar un pensamiento sin palabras (de repente le entra una tentación de semiólogo y espiritualista.) Como esto no existe, entonces Coll acaba por ofrecernos un pensamiento con señales de sordo mudo o de tránsito. Interesante, pero muy dudoso. No obstante, El cuaderno de Blas Coll es, por fortuna, el germen de un pensamiento con palabras y, por tanto, estos se pueden expresar y nosotros los podemos conocer. El sentido común y la reflexión nos acercan y nos alejan de nosotros mismos en el vaivén inteligente de El cuaderno de Blas Coll. Está claro que Montejo ha sabido gozar las palabras de nuestra lengua con una verdadera concisión y cierto espíritu pagano.
Si bien es cierto que la realización de cine es una profesión desgastante y la mayoría de los cineastas muestra tarde o temprano signos de decaimiento en su obra, pocos casos son tan ilustrativos de ese fenómeno como los de algunos realizadores que a principios de los setenta nos sorprendieron con una renovación escalofriante del cine de horror. Nombres como George A. Romero, Tobe Hooper, Brian De Palma y John Carpenter no tardaron en decepcionarnos, al grado de que el muy desigual Wes Craven, que era como de segunda división, ha sido el único capaz de mostrar actualmente algo de frescura con las dos partes de Scream. De los mencionados, Carpenter fue quien más rápido enseñó el cobre: después de La cosa del otro mundo (1982), no se le recuerda otra película mínimamente aceptable. Por eso es reconfortante apreciar una especie de recuperación doble en Vampiros, de John Carpenter. Porque también el subgénero de los vampiros ha estado de capa caída a últimas fechas, con aportaciones tan anémicas como Cuentos de ultratumba: Burdel de sangre (Gilbert Adler, 1996), Del crepúsculo al amanecer (Robert Rodríguez, 1996) y Un vampiro suelto en Nueva York (Wes Craven, 1995). Carpenter sitúa la acción en Nuevo México: un grupo comandado por Jack Crow (James Woods) y pagado por el Vaticano se dedica a limpiar cuanto nido de vampiros encuentra, utilizando una combinación de armas de fuego y las tradicionales estacas de madera, junto con un curioso procedimiento que consiste en fijar un cable a los monstruos con la flecha de una ballesta, y luego jalarlos por medio de una camioneta al exterior, donde la luz solar se encarga de convertirlos en cenizas. Después de la exitosa redada, Crow y su banda de cazavampiros mercenarios organizan un movido reventón con unas golfas en un motel de paso. El festejo es interrumpido violentamente por Valek (Thomas lan Griffith, maquillado como primo de Marilyn Manson), el poderoso amo del nido, que masacra a todos los presentes, menos a Crow, su ayudante Montoya (Daniel Baldwin, el gordo de los hermanos) y Katrina (Sheryl Lee), una prostituta que ha sido mordida en un muslo por el vampiro. Los maltrechos sobrevivientes recuperan sus fuerzas, reciben instrucciones del patrón, el cardenal Alba (Maximiliam Schell), y se preparan para vencer a Valek, cuyas intenciones son reveladas a la fuerza por el sacerdote Guiteau (Tim Guinee), un nuevo aliado que deduce que el vampiro irá tras una reliquia religiosa, un crucifijo negro, para obtener más poder. Para localizar a Valek, es vital -como se nos informa una y otra vez- la comunicación telepática existente entre la víctima, Katrina, y el vampiro. Por los paisajes desérticos y el uso de armas de fuego se ha dicho que se trata de un western de vampiros. El propio director lo ha secundado, afirmando pomposamente: ``Todas mis películas han sido westerns en el fondo'' (¿te cae? ¿hasta Memorias de un hombre invisible?) Pero, en realidad, la película ejerce las principales convenciones del cine de horror tradicional -la división clara entre el bien y el mal, la contaminación latente de los buenos, la lucha climática en el transcurso de la noche y la restauración de la normalidad al amanecer -y escasos elementos visuales o temáticos del western. De hecho, estos son meramente decorativos, pues el mismo argumento podría haberse situado, por decir algo, en la campiña inglesa del siglo pasado sin problema alguno. (Por cierto, es la realizadora Kathryn Bigelow quien ha hecho a la fecha el mejor híbrido entre el western y el cine de vampiros, Al caer la oscuridad, de 1987.) Si algo salva a Vampiros de la mediocridad de sus directas antecesoras -las cintas de Rodríguez y Adler son bastante parecidas en su cretinismo misógino- es la energía desenfadada que Carpenter aún puede ensayar, apoyándose sobre todo en la presencia nerviosa de Woods, quien repite su infalible papel de ojete cínico y exasperado. Eso y el tono crepuscular, de gótico californiano, ayuda a que la narración se mueva por encima de algunos baches de lógica y detalles gratuitos. En particular, el abuso del personaje de Katrina parece cumplir los nuevos requisitos de misoginia en el género. Aunque no tan ofensiva como la destrucción sanguinolenta de las vampirujas en Burdel de sangre, la figura femenina sólo está allí para ser atada, y maltratada verbal y físicamente por los héroes. Repito, sólo en el contexto de la ruinosa filmografía de Carpenter y de la degeneración de los nietos de Drácula, Vampiros puede verse como un signo positivo.
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