José Agustín Ortiz Pinchetti
Los dictadores en la época de la globalización

El entrampamiento del ex dictador Augusto Pinochet ha conmovido a alguna fibra importante de la conciencia mundial. La cosecha de editoriales y artículos de opinión es impresionante. El tema me suscita las siguientes reflexiones:

1. En contra del cinismo convencional de que en política, la moral es un árbol de moras. El caso de Pinochet nos obliga a enfrentarnos a la desagradable constatación de que existe cierta justicia inmanente que te da lo que siembras, que devuelve los golpes. Parece haber una relación entre el comportamiento de los líderes y los resultados finales de sus biografías, la historia contemporánea nos da numerosos ejemplos y la de México provee un buen racimo. Nuestros caudillos sangrientos terminaron muertos a tiros. Los abusos y excesos de nuestro sistemas autoritarios condujeron a su descomposición. El autócrata emblemático de nuestra época, Gustavo Díaz Ordaz, quedó impune frente a la ``ley y el orden'', pero su final fue de una amargura desoladora. La revalorización reciente de José López Portillo es un acto de justicia que contrasta con la forma artera en que fue calumniado antes.

2. Pinochet, que ha sido el último de los caudillos latinoamericanos con uniforme fastuoso y ``junta patriótica'', tuvo que buscar una salida democrática y moderna a su régimen. Castro ``sigue ahí'', pero ha perdido casi todo su atractivo y hasta su facha de guerrillero. El subcomandante Marcos provoca gran simpatía por su denuncia de los crímenes cometidos durante siglos contra los indígenas. Después de un desliz inicial se apresuró a manifestar una radical vocación democrática.

Como decía Winston Churchill, la democracia es el peor sistema... con excepción de los demás. Su gran éxito parece estar en que vigila mejor a los políticos y esto, por alguna razón oscura, mejora la situación económica de los países. Las siete principales potencias industriales del mundo son democracias. Este es un hecho incontrastable. El hundimiento del sistema soviético prestigió, como ninguna otra cosa, la idea democrática. Paradoja: la suerte de Pinochet está vinculada con el final del comunismo. Los políticos europeos y norteamericanos, tan sensibles a las encuestas, ya no están dispuesto a aceptar en sus mesas a ningún autócrata de ningún color.

3. Si la idea democrática se ha globalizado, la arrogancia de las potencias centrales no ha disminuido. La defensa del presidente chileno Eduardo Frei II, no nos gusta, pero ha sido inteligente y digna. Simplemente no ha sido escuchado.

En el apogeo neoliberal, Estados Unidos y Gran Bretaña utilizaron los leales servicios de Pinochet contra su propio pueblo y contra la hermana república de Argentina (como en forma bastante cruda han reconocido). Hoy, lo ``políticamente correcto'' es descartar a Pinochet. Los países periféricos no merecen ningún respeto.

4. La voluntad de los estados centrales es ley en el ámbito internacional y después lo será en el campo interno de nuestras endeudadas naciones. ¿Y los viejos principios de autodeterminación y/o intervención van a ser borrados del mapa? Hacia allá apuntan algunas de las interesantísimas tesis del tribunal inglés.

4.1. En el futuro, en los países europeos y en Estados Unidos podrá autorizarse la captura de ex jefes de Estado acusados de crímenes mayores cometidos dentro de su propio país y dentro del ejercicio de su gobierno.

4.2. La acusación puede prosperar aun si no existe prueba de que el ex jefe de Estado haya estado presente u ordenado pesonalmente los crímenes. Bastaría con demostrar qué agencias de su gobierno los cometieron. Esto amplía la responsabilidad penal de los jefes de Estado de modo dramático y el único límite sería (quizá) que dichos gobernantes hubieran ordenado la investigación y persecución de los crímenes, lo que evidentemente no sucedió en el caso de Pinochet.

4.3. Las leyes aplicables no son las del ámbito interno del país afectado, sino normas internacionales, los jueces ingleses se refieren a normas de la Gran Bretaña y al derecho internacional generado después de la Segunda Guerra Mundial y que condene el genocidio y la tortura y los crímenes contra la humanidad, tanto en tiempo de guerra como de paz.

4.4. Estos crímenes no podrán ser considerados como parte de las funciones de Estado ni como un asunto estrictamente doméstico. Esto anula prácticamente las viejas normas de resistencia frente a la intervención extranjera en estas materias.

La sentencia ha provocado una alegría generalizada y tiene mucho de esperanzadora, pero también plantea preguntas: ¿el catálogo de crímenes mayores puede ampliarse?, ¿podrían incluirse, por ejemplo, el encubrimiento de redes de narcotráfico, los peculados y crímenes contra la economía de los países pobres, los golpes de Estado, los fraudes electorales, la violación de los derechos políticos?, ¿qué tanto podría incluirse?, ¿quién juzgaría?

Desde hoy, los ex caudillos ya no podrán sentirse a gusto, salvo en su propio país, y si es que sus sucesores están dispuestos a protegerlos.

Y pensándolo bien: ¿estarían tan seguros en su propio país?, ¿de seguir evolucionando el derecho penal internacional respecto de crímenes contra la humanidad no sería posible que las acusaciones pudieran hacerse en cualquier país?, ¿la hermandad universal pudiera generar acciones de investigación y de captura de ex jefes de Estado, incluso en sus propios países?, ¿podrían ir ``a por ellos'', como dicen los españoles?... No es difícil imaginar las consecuencias positivas y negativas de estos extremos.

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