MAR DE HISTORIAS Ť Cristina Pacheco
Absorto en el partido de futbol que entusiasma a Los Rotos, Israel, parado a mitad del camino, es un obstáculo para los peatones que atraviesan bajo el puente rumbo a los puestos de comida y baratijas y los paraderos de combis. Un acceso de tos sacude al niño. Lanza un escupitajo, se limpia la boca con el antebrazo y se vuelve hacia Jaime:
-¿Qué, nos echamos unas carreritas?
En espera de la respuesta, Israel patea con fuerza un envase de plástico. El objetivo cae a muy corta distancia. Desilusionado, repite la pregunta:
-¿Unas carreritas?
-No mames -responde Jaime, absorto en las figuras que la humedad ha ido trazando sobre el concreto. Las que descubre hoy borraron las marcas en las que ayer encontró semejanzas con el cuerpo de su hermana Yamilé. La joven soñaba con estudiar medicina. El desastre económico la sacó de la escuela y la convirtió primero en empleada de una tlapalería y después en bailarina de table dance en el Foxi's. Ese cambio motivó la huida de Jaime. No se lo ha confesado ni siquiera a Israel, su único amigo entre el grupo de muchachos que viven bajo el puente.
En otras circunstancias Israel respondería a la negativa de su amigo con una sarta de insolencias. Hoy supera su ánimo de venganza el balón que cae cerca de él. Se aproxima y lo coloca entre sus pies. Un silbido largo lo hace volverse hacia el otro extremo del puente. Desde allí El Rotoplás -un muchacho moreno y corpulento que liderea la banda de Los Rotos- le hace señas para que devuelva la pelota. ``Bolita, bolita'', corean impacientes los jugadores.
-Bolita tu hermana -responde Israel.
-Orale, devuélvaselas -ordena Jaime. Al ver que su amigo intenta algunos pases, le advierte-: Luego por qué te parten la madre.
Para Israel la frase es un reto más de los que escucha a diario y tiene que enfrentar con la esperanza de ganarse el respeto de Los Rotos y la simpatía de Jaime. Fue el primero que le echó la mano cuando Israel apareció bajo el puente. Llegó hasta allí para escapar de su madre. Ella deseaba corregir su mala costumbre de robar, con la amenaza de imponerle un supremo castigo: ``Si vuelves a sacarme dinero del cajón, voy a cortarte la mano''. En las pesadillas de Israel aparecía su madre blandiendo las tijeras con que descuartizaba pollos en el mercado de Molinos.
-Tírala, güey -grita El Rotoplás.
Su tono amenazante exacerba el espíritu retador de Israel: pone el pie sobre el balón, levanta los brazos y los agita en el aire:
-Ven por ella.
-Mejor voy por tu hermana -contesta El Rotoplás, un segundo antes de correr en dirección a Israel.
-Te lo dije -murmura Jaime, y se pone de pie en actitud defensiva.
Israel toma el balón entre los pies y corre en sentido opuesto al Rotoplás. Su meta es alcanzar la barda que los separa de la calle y perderse entre los puestos de fritangas. Un segundo antes de que Israel consiga su objetivo, El Rotoplás lo ase por el faldón de la camisa y le impide avanzar.
-No manches, güey. Me la vas a romper.
La protesta de Israel provoca la burla de Los Rotos. Observan divertidos sus esfuerzos por librarse de la llave con que El Rotoplás le rodea el cuello. Jaime está lo bastante cerca como para ver la forma en que se congestiona la cara de Israel.
-Ya suelta el balón -le aconseja.
Al escuchar esas palabras Israel siente la misma rebeldía que experimentaba cuando su madre iba tras él para exigirle que le mostrara los billetes robados. Nunca fueron suficientes para comprarse un balón. Ahora que atrapó uno, Israel no dejará que se lo arrebaten sus enemigos. Lo dispara hacia Jaime y lo convierte en dueño de la pelota.
Un código no escrito impide que Los Rotos ataquen a Jaime, pero siguen muy cerca de su líder para cuidarle las espaldas y estimularlo con aplausos y gritos. Jaime los asocia con los que escuchó en el Foxi's la madrugada en que él y su madre fueron a buscar a Yamilé después de varias noches de no verla. Al día siguiente Jaime escapó de su casa. Vagó sin rumbo hasta que al fin encontró refugio bajo el puente.
El Rotoplás suelta a Israel y se vuelve hacia Jaime, decidido a quitarle el balón:
-Dámelo, hijín, porque si no te vas a arrepentir.
Jaime retrocede hasta sentir que su espalda choca contra el muro húmedo donde anoche creyó ver, dibujada por el agua, la silueta de Yamilé. El recuerdo de su hermana le da valor y sin pensarlo arroja el balón. Israel lo atrapa al vuelo. El movimiento provoca la admiración de Los Rotos y el disgusto de su líder.
-Hijo de tu chingada. No te la vas a acabar.
La amenaza del Rotoplás impone silencio a sus seguidores. Saben que tras ella viene una violencia incontenible, idéntica a la que lo llevó a lanzarse contra su padrastro y destrozarle la cara a puntapiés: no encontró otra forma para vengar los agravios que el hombre había infligido a su madre desde que lo recortaron en la fábrica. El padrastro tuvo que ser hospitalizado y no volvió a la casa.
El Rotoplás imaginó una vida serena al lado de su madre. Pero él tampoco pudo conseguir trabajo y ella expresó su reproche en un silencio tan obstinado que lo obligó a escapar. Durante las primeras semanas El Rotoplás se esforzó para no caer en la tentación de ir en busca de su madre. Al fin pudo más su deseo de verla y regresó a su antigua vivienda. La encontró desierta. Los vecinos, desconfiados y temerosos, le dijeron que el padrastro había vuelto para llevarse a su mujer e intentar el cruce de la frontera. El Rotoplás se alejó. De la sensación de abandono lo compensa su grupo. En este momento Los Rotos esperan de él una de esas reacciones espectaculares que provocan la administración de la pandilla y el temor de los comerciantes y las familias.
Jaime le devuelve la pelota. Con ella entre los pies, Israel corre hasta el sitio en donde Los Rotos improvisaron su cancha. Mira los travesaños que simulan una portería. Espera alcanzarla con la misma ansia con que antes quería llegar a alguno de los muchos refugios inventados para protegerse contra las amenazas de su madre: ``Te voy a cortar esa mano ladrona''.
Un acceso de tos frena la carrera de Israel. El Rotoplás le da alcance. Con redoblada furia vuelve a tomarlo por el faldón de la camisa y lo golpea en la cara. Antes de caer al suelo Israel patea el balón. La pelota cae justo en el centro de la portería. La exactitud del tiro entusiasma a la pandilla y enfurece a su líder:
-Conste que te lo advertí -dice El Rotoplás y vuelve a golpearlo.
Jaime intercede por su amigo:
-Chale, no seas ojéis: está tirado. Dale chance.
La tos sacude a Israel y entre sus labios aparece un hilo de sangre. Al verlo, El Rotoplás emite ese largo silbido que aterroriza al barrio. Toma en las manos el balón y escapa secundado por su grupo.
Jaime se acuclilla junto al niño. Israel invierte el resto de sus fuerzas en celebrar el único triunfo de su vida:
-¿Viste, carnal?: metí un gol.