En 1976 entré en contacto con Lya Cardoza, hija del compositor ucraniano-mexicano Jacobo Kostakowsky (Odea 1893, ciudad de México 1953), quien requería entregar una selección de diez composiciones de su padre, para ser publicadas, con premura, por el INBAL a pocas semanas de concluir el sexenio de Luis Echeverría. Hice así amistad con ella y con su esposo, el poeta Luis Cardoza, para participar, desde entonces, en una empresa algo más extensa.
El archivo musical de Jacobo Kostakovsky se hallaba en casa de los Cardoza, hoy Fundación Cardoza-Kostakowsky. Observar aquel archivo era compartir una suerte de secreto de familia para dejar conocer una obra aislada de todo el mundo musical, ya que de ella nunca hubo publicación de partituras o de grabaciones. El acervo no era sino parte de la producción del ucraniano, de tener en cuenta la dramática pérdida que sufre en el puerto de Veracruz, el mismo día en que llega a México, cuando le es robado el baúl en que había guardado toda su obra desde joven. La producción de Jacobo Kostakowsky guardada por Lya distaba de ser un ``cajón desastre'' -como llamaba Lya a su programa de radio UNAM-, sino el fruto de los cuidados que tuvo el propio compositor, y luego los de Lya, para mantenerlo en orden. El esmero del autor por tener copia fiel de casi cada obra, lo mismo que de su perfecta condición, contrasta con el desinterés que se tuvo hacia su trabajo, a pesar de que no faltó la mano de Silvestre Revueltas para dirigir varias de aquellas composiciones. Revueltas, José Pomar y Kostakowsky fueron en los años treinta un trío decisivo para la música del país por su participación militante en el proceso creativo de las artes en una sociedad post-revolucionaria.
El desenterrar la decena solicitada no fue demasiado difícil para proponerla a la edición antológica planeada. Desde entonces entendí que la obra más importante de la colección era el poema sinfónico Lascas, observación que llenó de sorpresa a Lya, quien me contó cómo esa música había obtenido el primer premio de un concurso lanzado por la Universidad Nacional y de la negativa del jurado a darlo al saber que el compositor no era de mexicano, incluso si se había nacionalizado.
En aquella época era conocido el señuelo oficial en torno de las artes -tónica ostensible que resistiría mejor de compararse con la década 1988-98- y no me fue difícil desentusiasmar a los Cardoza respecto de la realización del proyecto editorial. Dos meses más tarde la devaluación de la moneda confirmaba mi predicción, nuevo fiasco que no acabó con las intenciones de Lya ni con mi compromiso hacia ella y Luis Cardoza. La idea de publicar y hacer oír la obra del padre influyó ciertamente en Lya para abrir las puertas del archivo a músicos como Jorge Sarmientos, quien hizo del estreno mundial de Lascas un éxito, y también un desagravio, si se recuerda que fue ejecutada con esmero por la orquesta de la propia UNAM y en la Sala Nezahualcóyotl.
Como Kostakowsky era prácticamente desconocido, insistí a Lya en que escribiera un texto sobre él, donde narrase todo lo que ella sabía decir tan bien entre amigos. No sin resistencias, un año más tarde terminó el mejor escrito que se tenga sobre el autor, relator que fue para ella una travesía de lo anecdótico al recuerdo doloroso -``fue casi un psicoanálisis'', confesaba-. Su capacidad de escribir de forma directa y su suave ironía hacen del texto un documento pintoresco o placentero que, no sin reclamo, ofrece información de primera mano y de prudente objetividad respecto de la figura del padre.
Tiempo antes de morir, Lya acordó con Luis, con Olga Kosta su hermana y con el esposo de ésta, José Chávez Morado, donar el archivo Kostakowsky al Instituto de Investigaciones Estéticas en 1990. La UNAM podía resarcir una vez más la herida. En junio de 1998 se obtuvo de la Fundación Cardoza-kostakowsky un conjunto adicional de documentos que no habían sido entregados en la primera etapa, lo que permitió rescatar o completar algunas composiciones para completar el acervo.
A más de dos décadas de mi primer encuentro con los Cardoza y a casi una década del fallecimiento de Lya, se tiene hoy un trabajo que podría haber dado satisfacción a su amor filial, hecho de tesón e inteligencia, que ofreció una infraestructura útil para propiciar búsquedas que condujeran a un mejor conocimiento de la obra de su padre. Lenta labor, se traduce en un catálogo completo de la música de Kostakowsky, en la exposición Retrato del músico Jacobo Kostakowsky y en el inicio de una mejor difusión musical de su obra para contribuir al desarrollo de futuras investigaciones.
Nada como la idea del pensamiento visual de Arnheim para ilustrar aquí, en síntesis, la vida y la obra del personaje con una fotografía premonitoria de Tejeda Flores hacia 1940: Jacobo Kostakowsky ante el piano compone una partitura de orquesta, colocada sobre un atril en el que su mano izquierda se apoya; sostiene entre los dedos un cigarrillo del que se desprende una nebulosa que parece evocar al imaginario, humo que se aclara al pasar, del compositor y proyecta, a sus espaldas, la sombra encogida de su silueta, derrotada.